CULTURA DE LA VIOLENCIA
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Viernes 4 de agosto de 2023
Hace más de cuatro décadas, cuando inicié mi carrera periodística, cualquier ciudadano sabía que diversas zonas de Morelos se caracterizaban por la cultura de la violencia, quizás no a la manera del vecino estado de Guerrero, pero aquí ya teníamos “lo nuestro”.
Un ejemplo de ello fue la región oriente, donde el pistolerismo era cosa común. Los hombres se mataban simplemente por “quítame estas pajas” o porque “me agravió”. Obviamente, también imperaba la cultura de las armas.
Al transcurso de los años la problemática presentó altibajos, mientras la delincuencia organizada se infiltraba en las instituciones encargadas de la prevención del delito y la procuración de justicia. El narcotráfico, básicamente, erigió una estructura de control sobre muchas comunidades, paralela a la del gobierno en sus tres órdenes (federal, estatal y municipal).
Fue así como la cultura de la violencia a nivel “doméstico” cambió y se tornó bestial, como la hemos constatado en años recientes.
Desde mi particular punto de vista, en Morelos todavía padecemos una cultura de la violencia, que se mezcla con la cultura del “narco” y la comercialización de armamento.
Según Johan Galtung, sociólogo noruego experto en conflictos sociales, la violencia es como un iceberg. Es decir, la parte visible es mucho más pequeña que las inobservables. Tipifica tres tipos de violencia: la violencia directa, la violencia estructural y la violencia cultural.
La directa es visible y se concreta con comportamientos, respondiendo a actos de violencia.
La estructural (“la peor”, dice Galtung) se centra en el conjunto de estructuras que impiden la satisfacción de las necesidades y se concreta en la negación de las mismas necesidades.
Y la cultural, que crea un marco legitimador de la violencia y se concreta en actitudes. Esto es lo peor que nos pudiese suceder.
¿Estamos, pues, inmersos en una cultura de violencia, entendiéndola como la respuesta violenta a los conflictos? En el caso concreto de los morelenses ¿la vemos como algo natural, normal e incluso como la única manera viable de hacer frente a los problemas y disputas que nos encontramos a diario? Desde mi particular punto de vista respondo con un rotundo sí. A lo largo de 50 años de carrera periodística he visto la evolución de la violencia en mi entidad natal.
Diez gobernadores (tres en el sexenio de pesadilla 1994-2000) y ninguno ha podido controlar por completo la violencia, mucho menos evitar la cultura de la violencia.
Para Lolita Bosch, escritora mexicano-catalana radicada en Barcelona (España), el narcotráfico, unas autoridades y unos políticos impunes y una corrupción desmedida son la causa de la violencia que aún azota a México.
Para ella, “la violencia es histórica si se entiende como estrechamente vinculada con el Partido Revolucionario Institucional en el poder, y es estructural en el sentido de que ha corrompido todos los niveles de la sociedad.” Agrega, además, que la violencia está vinculada con la política, su amparo, su venta y su protección. Asegura que “al derrumbarse el régimen de control priísta, la violencia estalla en México igual que en Irak la violencia estalla al derrumbarse el control autoritario.”
Cree que México siempre será violento y corrupto. Y lo compara con el sur de Italia, Albania y el continente africano. “Hay formas culturales residuales que no se modifican y producen sociedades de enfermos mentales que normalizan la patología”, concluyó.
¿Ustedes qué opinan, estimados lectores? Para mí no hay duda: en Morelos prevalece la cultura de la violencia.
Una de las principales vulnerabilidades de los últimos tres gobernadores fue el riesgo de que se descontrolara la violencia, apareciendo en el horizonte vaivenes en la eficacia gubernamental para controlarla.