LA FISCALÍA Y LA POLÍTICA
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Viernes 15 de diciembre de 2023
Los recurrentes conflictos entre el Poder Ejecutivo y la Fiscalía General de Morelos (FGM) no han dejado nada bueno para consolidar la eficaz persecución de los delitos y la procuración de justicia. Durante décadas he documentado el grave rezago de Cuernavaca tras estériles disputas entre el mandatario estatal y el alcalde en turno. Desde 1973 a la fecha así ha sucedido, mientras la capital morelense presenta las secuelas, con la evidente decadencia.
De la misma forma, a partir de 1998, cuando el Congreso local eligió al primer procurador general de Justicia, recayendo el nombramiento en José Castillo Pombo, la mayoría de sucesores del popular güero de Tepetates ha sufrido presiones políticas, mientras se incrementa de manera grave la decadencia de la Fiscalía, antes Procuraduría. Por un lado, todos los procuradores tuvieron que coexistir con muchísimos “jefes” en el Congreso local, cuyos miembros siempre suponen que el procurador (ahora fiscal) les debe la vida. Y enfrente, en el Poder Ejecutivo, se topan con la animadversión del gobernador en turno, si el máximo titular del Ministerio Público rechaza ciertas solicitudes de favores, muchas de ellas por acciones al margen legal, en su mayoría cometidas por funcionarios estatales.
Antes de 1998, la designación del entonces llamado procurador general de Justicia era solo facultad del titular del Poder Ejecutivo, al igual que su remoción. Pero, luego de la crisis de seguridad padecida por los morelenses debido a omisiones de Jorge Carrillo Olea entre 1994 y 1998 en materia de seguridad pública y al anidamiento del crimen organizado en las estructuras de las corporaciones encargadas de la prevención y disuasión de los delitos, así como en todas las esferas del Ministerio Público, el propio Carrillo promovió en el Congreso local importantes reformas constitucionales para soltar la papa caliente y cederle a los diputados la elección del procurador (emanado de una terna de candidatos). La reforma a la Constitución Política del Estado apuntalada ante el Congreso por el gobernador sustituto de Morelos, Jorge Morales Barud, contenida en el decreto 398 fechado el 27 de agosto de 1998 y promulgado dos días después en el Periódico Oficial “Tierra y Libertad”, modificó la fracción 37 del artículo 40 constitucional cediéndole a los diputados locales la facultad de nombrar al procurador general de Justicia entre una terna enviada a dicho cuerpo colegiado por el propio titular del Poder Ejecutivo.
Comenzó así una era en que los procuradores y ahora el fiscal han estado a cargo de una institución, la del Ministerio Público, operando de manera deficiente, sin la autonomía técnica, jurídica y financiera que le concede la Constitución. A pesar de que la mayoría de fiscalías son organismos constitucionalmente autónomos, tal condición ha sido vista siempre con antipatía por los mandatarios en turno. La actual crisis no es nueva; tiene precedentes.
Tras la defenestración de Jorge Carrillo Olea el 17 de mayo de 1998 y la escalada de inseguridad pública experimentada por la sociedad morelense allá y entonces, se supuso que el hecho de quitarle al gobernador la facultad de nombrar directamente al procurador mejoraría los cuatro pilares fundamentales del sistema estatal de seguridad pública y que son la prevención del delito, la persecución de los ilícitos denunciados ante el Ministerio Público, la impartición de justicia (en ámbitos jurisdiccionales del Poder Judicial) y la readaptación social. Se creía que el titular de la PGJ era un “todólogo” o un súper hombre, lo cual fue desmentido a corto plazo.
Desde la elección de Castillo Pombo hemos tenido a los siguientes procuradores y un fiscal general: Rogelio Sánchez Gatica, José Luis Urióstegui Salgado, Guillermo Tenorio Avila, Hugo Manuel Bello Ocampo, Claudia Aponte Maysse, Francisco Coronato Rodríguez, Pedro Luis Benítez Vélez, Mario Vázquez Rojas, Rodrigo Dorantes Salgado, Javier Pérez Durón y Uriel Carmona Gándara. Han pasado 25 años y la Fiscalía nunca ha superado sus peores rezagos, mientras los de enfrente, los criminales, emiten estridentes carcajadas.