DESALIENTO POR LA ALTERNANCIA
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Martes 4 de junio de 2024
Quiérase o no aceptar y pésele a quien le pese, la inmensa mayoría del electorado mexicano votó el domingo 2 de junio por la continuidad del régimen obradorista. No replicó la alternancia de los procesos electorales anteriores. Además, a todas luces se percibe ya en el ADN de los mexicanos el gen populista y, desde luego, el de sumisión frente al autoritarismo, aunque déjeme decirle que esto último existe desde la fundación del Partido Nacional Revolucionario en 1929. Al mexicano no le importa el actual proceso de militarización, ni que el país pudiera estar encaminado hacia el militarismo. Lo que anhela es estabilidad, desarrollo económico de largo alcance y un combate frontal a la delincuencia, inclusive a través de un régimen de mano dura.
También se demostró el grave desaliento por la alternancia en el poder, a la que los mexicanos han vinculado con un viciado sistema de relaciones entre las cúpulas políticas. Es decir: la sociedad, casi en su totalidad, está harta de conflictos partidistas y de la eterna disputa por los cargos públicos, fundamentalmente para saquear el erario. Al elegir a Claudia Sheinbaum Pardo, candidata de Morena y aliados a la Presidencia de la República, la gran masa optó por continuar con un sistema presidencialista, centralizado en un solo hombre, que, a partir del uno de octubre venidero, se depositará en una sola mujer.
Insisto con la pregunta: ¿Hay desaliento entre los mexicanos por la alternancia, a veces también denominada “transición política”? El tema siempre ha preocupado a ciertos sectores de nuestro país, aunque yo no opinaría así respecto al interés exclusivo de la clase política y la oligarquía partidista para no profundizar demasiado en la transición hacia la democracia, pues abundan los signos intolerantes y retrógrados en la arena pública nacional y estatal. Las clasesitas políticas solo trabajan por sus propios intereses. Mentira que lo hacen en favor de las mayorías.
Me parece que la problemática también se relaciona con el papel de los actores políticos frente a la mediación. Muchas ocasiones me he referido al libro “¿Estamos Unidos Mexicanos? Los límites de la cohesión social en México” (Planeta 2001) bajo la coordinación de Mauricio de María y Campos y Georgina Sánchez. En el capítulo de conclusiones leemos lo siguiente:
“La mediación desde arriba implica establecer los lineamientos que ofrezcan las condiciones para que la cohesión amplia y democrática pueda tener lugar; abrir el espacio a la libertad de acción y expresión, dentro de cauces institucionales. La tentación autoritaria consiste en inhibir esa participación o forzarla hacia intereses particulares. Los nuevos actores de la mediación desde arriba tendrán que constituir, con el paso del tiempo, una nueva clase dirigente: política, empresarial, social y cultural, con una conciencia social que abra la participación a los gremios, sindicatos y organizaciones populares”.
Este tipo de mediadores “desde arriba” deberían establecer equilibrios entre las tensiones ideológicas y a pesar de ello mantener la gobernabilidad. Sin embargo, la relación imperante entre los poderes del estado mexicano delata lo contrario. Prácticamente todos los sectores políticos, sociales y económicos están polarizados, confundidos e inmersos en una feroz disputa por los escasos recursos disponibles.
Desde hace muchos años han existido síntomas en la vida pública nacional sobre el desaliento de la democracia y/o la alternancia. El 9 de marzo de 2010 el diario “El Universal” publicó una encuesta que debió servir como parámetro para todos los políticos, politicastros, politiqueros y politiquillos, a fin de determinar si estaban o no contribuyendo a fortalecer la transición hacia la democracia.
Los datos de dicha encuesta fueron dramáticos: un 69 por ciento de los mexicanos se sentía insatisfecho con la democracia en el país, aunque la mayoría aún la prefería por encima de otra forma de gobierno. El sondeo, elaborado por Berumen y Asociados, señaló que apenas un 26 por ciento se consideraba satisfecho con la manera en que funciona en México la democracia, cuyas principales fallas que identifican los mexicanos son el abuso de poder, la corrupción y las promesas incumplidas durante las campañas de los políticos. Sin embargo, un 72 por ciento dijo que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno, mientras que un 32 por ciento declaró no importarle si un dictador toma el poder en México con tal de que resuelva los problemas económicos y ofrezca un empleo a todos. Y llegó con López Obrador. En lo personal me parece que la insatisfacción ha crecido, sin importarle a los electores el avance implacable de la militarización y el endurecimiento del régimen, en aras de que se les garantice bienestar.
Así llegamos al domingo 2 de junio de 2024. Es evidente que la gran mayoría del electorado está desencantada (muy encabronada), más que con la democracia, con la alternancia, la política y los partidos. Además, como lo declaró al periódico “La Jornada” el doctor Armando Barriguete, entonces presidente de la Asociación Psicoanalítica Mexicana, unas semanas antes de las elecciones del 2 de julio de 2000, cuando Fox ganó la Presidencia de la República y sacó de ahí al PRI. Anticipó el triunfo del panista debido a que con su personalidad, discurso e indumentaria simbolizaba el añejo autoritarismo priista y la inclinación de los mexicanos, como parte de la cultura nacional, a someterse ante los poderosos. Muy en el fondo de la idiosincrasia nacional, indicó el experto, subyace el deseo de que alguien autoritario ascienda al poder y nos gobierne. Eso existe también en el ADN de los mexicanos y proviene desde los tiempos ancestrales, cuando las civilizaciones de Mesoamérica adoraban a los tlatoanis.
Entre varios factores importantes por los cuales ganó Claudia Sheinbaum destaca el hecho de que el 56 por ciento de los votantes (así lo indica una encuesta del diario El Financiero) manifestó recibir apoyos sociales del gobierno, ya sean ellos o su familia, o ambos. En tal segmento de beneficiarios, Sheinbaum alcanzó 69 por ciento de la votación, frente a 23 por ciento de Xóchitl Gálvez. En lo anterior pudo haber funcionado un spot donde se veía y escuchaba a Claudia Sheinbaum recordando a Fox descalificando los programas sociales y poniendo énfasis en que Xóchitl pensaba igual. Eso se repitió millones de veces.
Asimismo, la encuesta de dicho diario agregó que Sheinbaum logró una ventaja entre no beneficiarios, al obtener 49 por ciento de los votos en ese segmento, frente a 37 por ciento conseguido por la candidata opositora.
En muchísimas columnas consideré que las conferencias de prensa mañaneras no eran un ejercicio de transparencia y rendición de cuentas, sino un mecanismo para fortalecer la identificación de López Obrador con la clientela electoral de Morena, es decir los beneficiarios de los programas sociales. Esto es muy importante, pues el presidente logró crear una identidad entre él y su feligresía, llamado así el gigantesco segmento de simpatizantes del político tabasqueño. Infinidad de veces lo escuchamos y vimos, no como estadista, sino en calidad de predicador. Muy en el fondo esa identificación tuvo un carácter religioso, debidamente explotado con el fomento del voto emocional. Y ahí vienen de nuevo. Por cierto: ¿Ya notaron que López Obrador le sigue tirando línea a Sheinbaum? ¿Será cierto aquello de que, al terminar su mandato, el presidente se jubilará y se irá a “La Chingada”, donde no recibirá a nadie relacionado con la política? Sobre eso escribiré en otra columna.