ELOGIO DE LA TRAICIÓN
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Miércoles 28 de agosto de 2024
Este miércoles 28 de agosto se conoció la renuncia de Araceli Saucedo Reyes y José Sabino Herrera Dagdug al Partido de la Revolución Democrática (casi extinto), mismo que los llevó a ganar sus próximos escaños en el Senado de la República. También trascendió su inmediata adhesión al Grupo Parlamentario del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) en ese cuerpo colegiado. Su siguiente paso, si no es que ya lo dieron, será afiliarse al partido de Claudia Sheinbaum Pardo, próxima presidenta de México, quien personalmente les dio la bienvenida durante una asamblea plenaria de legisladores federales del partido guinda, desarrollada este miércoles.
Con la decisión de ambos senadores, Morena está a punto de conseguir la mayoría calificada en el Senado. Le falta solo un legislador. En la Cámara de Diputados, al parecer, ya han logrado convertirse, junto a sus aliados, en la nueva aplanadora con la cual el siguiente régimen podrá reformar la Constitución federal y cualquier cantidad de leyes secundarias cuando lo desee.
Respecto a su dimisión al partido del sol azteca y rápida incorporación a la bancada senatorial morenista, dichos los senadores electos esgrimieron gran cantidad de justificaciones, pero en el fondo destaca el sabor de la traición al instituto político mediante el que alcanzaron un lucrativo escaño en la Cámara Alta.
Cada vez que se presenta un hecho similar por parte de los saltimbanquis de la política, me he referido a un excelente libro donde se describe a plenitud a mujeres y hombres que, al no ser satisfechas sus exigencias y presumiendo rentabilidades inexistentes, decidieron renunciar a tal o cual tendencia partidista y se pasaron a otra. La esencia de todo esto, gentiles lectores, se relaciona con el dinero.
Dicha obra se llama “Elogio de la Traición”, de Denis Jeambar e Ives Roucate (franceses), articulista de “L’Express” y maestro de filosofía de la Universidad de Pitiers, respectivamente, quienes nos remontan a Sófocles: “La traición y la negación son meollo del arte político”; a Maquiavelo: “Los príncipes que han sido grandes no se esforzaron en cumplir su palabra”; y a Bacon: “Quien se niega a aplicar remedios nuevos, debe aprestarse a sufrir nuevos males, porque el tiempo es el mejor innovador de todos”.
La frágil democracia mexicana se caracteriza por la traición. Desde luego que hay sus honrosas excepciones, pero la conducta de ciertos personajes nos sirve como modelo para confirmar lo que no debe hacerse en política. La gente puede olvidar que algunos personajes sean tontos (por no llamarles pendejos) con iniciativa y hasta proxenetas, pero nunca sacará de la memoria a los que cambiaron de chaqueta. La sociedad siempre los condenará al juicio popular, al de la historia y al fracaso, si es que se atreven a buscar de nuevo un cargo de elección popular.
Los tránsfugas de los partidos políticos “están guiados e identificados por un pragmatismo, aunado a una férrea defensa de sus derechos individuales, valores fundamentales de una sociedad de libre competencia y mercado político” (agregan los expertos franceses). O sea: “Cambiar de bando puede perfectamente ser señal no sólo de buen gusto, sino de estricta dignidad para con determinados presupuestos de justicia que pueden entenderse lesionados en el desarrollo del tiempo […] Si no se parte de la maldad del tránsfuga puede entenderse que éste, ante lo que entiende es una traición a lo que significaba el partido o el programa, obra en conciencia”.
Cualquier argumento esgrimido por los saltimbanquis o tránsfugas será interpretado como “un acto racional” mediante el cual intentarían justificar el alejamiento de las organizaciones que les sirvieron como plataforma inicial en la política morelense. Este ha sido el discurso de los dos personajes otrora “adscritos” al PRD. El que es traidor, aunque se vista de guinda, traidor se queda.