EL MEJOR DINERO PÚBLICO ES EL QUE VA ENTERRADO
OPINIÓN
Por Guillermo Cinta Flores
Miércoles 16 de octubre de 2024
La frase “el mejor dinero público es el que va enterrado” se utiliza a menudo en referencia a la inversión en infraestructura subterránea, como redes de drenaje, agua potable, electricidad, transporte subterráneo (como el metro) o gasoductos. Aunque estas obras no siempre son visibles, su impacto es crucial para el desarrollo y la calidad de vida de los ciudadanos. Esta es precisamente la idea que ha tratado de endilgarle a la sociedad de Cuernavaca el alcalde José Luis Urióstegui Salgado, cuya administración está absorta en la ejecución de obras de presunta rehabilitación de la red hidráulica. Durante su primer periodo como edil, Urióstegui no recurrió a obras subterráneas como lo realiza en la actualidad.
Importantes calles y avenidas exhiben actualmente un escenario similar al de la destrucción y el caos, debido a las excavaciones que, la mayor parte del tiempo, causan afectaciones a locatarios y residentes, amén de que su ejecución excede el calendario programado de obras. Así ha sucedido con obras de introducción de nueva tubería en calles importantes de la colonia Lomas de Cortés. Hubo casos en que la maquinaria estuvo (o está) sin operar durante un mes, por lo menos, generando dificultades para la circulación vehicular.
Este tipo de proyectos, aunque costosos y a menudo impopulares porque no se ven cristalizados de inmediato, son teóricamente fundamentales para el crecimiento sostenible, la mejora de los servicios públicos y la resiliencia ante problemas como las inundaciones u otro tipo de imponderables. Respecto al tema de la falta de agua, el alcalde Urióstegui asegura que el año próximo ya no habrá escasez del vital elemento, aún durante la temporada de sequía.
La idea detrás de esta frase es que, aunque “enterrar” el dinero en infraestructura subterránea no sea tan visible ni tan atractivo políticamente como otras obras, a largo plazo, estas inversiones pudiesen generan un retorno importante al mejorar la calidad de vida y prevenir futuros costos mayores.
Es cierto que las obras de infraestructura subterránea, como redes de drenaje, suministro de agua, gasoductos o transporte subterráneo, pueden presentar desafíos adicionales en cuanto a su fiscalización en comparación con proyectos visibles y de fácil acceso. Mi hermano Víctor Manuel Cinta Flores solía decir: “A ver quién es el guapo que se atreve a volver a excavar para corroborar que los proyectos realmente tuvieron el costo aludido por los ejecutores de obras”. La mayoría de las veces, los contratos son por asignación directa, sin licitación.
Al estar enterradas, las obras subterráneas son más difíciles de inspeccionar de manera rutinaria. Esto puede complicar la verificación del uso adecuado de los materiales, la calidad de la construcción y el cumplimiento de las especificaciones técnicas.
En muchos proyectos subterráneos, varias empresas o entidades pueden estar involucradas. Por ejemplo, una empresa podría encargarse del diseño, otra de la excavación y otra de los sistemas mecánicos o eléctricos. Esta fragmentación puede generar confusión en cuanto a responsabilidades, lo que complica la asignación de fallas y la supervisión efectiva.
Las obras subterráneas, al igual que otros proyectos de infraestructura grandes y complejos, pueden propiciar corrupción y mal uso de recursos públicos si no se implementan mecanismos adecuados de control y fiscalización. Varias características inherentes a este tipo de obras las hacen especialmente vulnerables a prácticas corruptas o ineficientes.
Las obras subterráneas son más complejas desde un punto de vista técnico y, muchas veces, requieren de conocimientos especializados. Esto puede facilitar la corrupción porque el público en general y hasta algunos auditores tienen dificultades para comprender los detalles técnicos, lo que permite que ciertas decisiones pasen desapercibidas o que se utilicen materiales de menor calidad sin ser detectados.