LA MEGALOMANÍA DE ALGUNOS POLÍTICOS MEXICANOS
ANÁLISIS
Por Regina M. Cinta Becerril
Lunes 04 de noviembre de 2024
La megalomanía es un trastorno psicológico caracterizado por una obsesión desmesurada con el poder, la grandeza y la autoimportancia, llevando a la persona a creer que posee habilidades, conocimientos o influencia muy superiores a las reales. Las personas con megalomanía suelen buscar control sobre los demás y anhelan reconocimiento y estatus elevado, a menudo sin reconocer sus limitaciones. Esta condición puede manifestarse en conductas arrogantes, una necesidad excesiva de admiración y el desprecio por las críticas, y en contextos de liderazgo o poder, puede llevar a decisiones y comportamientos autoritarios.
La megalomanía, definida como una obsesión con el poder y la grandiosidad, puede ser una característica que algunos individuos en posiciones de poder desarrollan o intensifican, pero no es una “naturaleza” inherente ni exclusiva de políticos o funcionarios encumbrados, pues puede presentarse, por ejemplo, entre grandes magnates financieros.
En México, como en otros lugares, algunos políticos exhiben rasgos de megalomanía cuando priorizan la concentración de poder, el culto a la personalidad o la imposición de su visión sin escuchar otras perspectivas.
Sin embargo, este comportamiento puede atribuirse más a factores sistémicos y culturales, como el clientelismo, la falta de mecanismos de rendición de cuentas, y estructuras políticas que a veces premian la lealtad sobre la competencia o la transparencia. También existen muchas presiones y tentaciones en torno al poder y la influencia, que pueden afectar a quienes se encuentran en posiciones de gran autoridad. Los mexicanos tenemos muchas experiencias en ese sentido.
En contraste, también hay políticos que buscan servir y mejorar las condiciones de sus comunidades de manera genuina y ética. La diversidad de motivaciones y comportamientos en el ámbito político sugiere que la “naturaleza” de los políticos no es homogénea. La estructura del sistema político, el contexto cultural y la vigilancia ciudadana son elementos clave que afectan cómo se comportan los políticos y si se desarrollan.
En el ámbito político mexicano, los factores sistémicos y culturales juegan un papel crucial en moldear el comportamiento de quienes ocupan puestos de poder. Desde tiempos históricos, el poder en México se ha asociado con una serie de privilegios y prerrogativas que atraen a individuos con una inclinación hacia la acumulación de influencia. A lo largo de los años, la concentración de poder en ciertas figuras ha generado una cultura política donde se privilegia el control y la centralización de decisiones. Esto se traduce en una percepción pública de que muchos líderes políticos se ven tentados a perpetuar su influencia personal, lo cual puede parecer megalómano, aunque responde a las dinámicas sistémicas y culturales que rodean el ejercicio del poder.
El clientelismo es otro factor fundamental en la política mexicana. La distribución de favores y recursos a cambio de apoyo político ha sido una práctica común en diversos niveles de gobierno, y se convierte en una estrategia que beneficia tanto a los políticos como a sus seguidores. Este intercambio de favores permite que los políticos construyan redes de apoyo leales, manteniendo así una base que asegure su permanencia y legitimidad en el poder. Sin embargo, esta práctica fomenta la dependencia en lugar de promover una ciudadanía informada y empoderada. Además, al institucionalizarse, el clientelismo alimenta una cultura donde el mérito o la competencia pasan a un segundo plano, en detrimento del desarrollo de políticas públicas que responden realmente a las necesidades de la población. Al respecto los mexicanos hemos visto ese escenario en años recientes.
La falta de mecanismos de rendición de cuentas también contribuye a perpetuar comportamientos poco éticos en la política mexicana. Cuando los políticos no se ven obligados a justificar sus decisiones ante la ciudadanía, el riesgo de que caigan en abusos de poder aumenta. En México, los mecanismos de control y supervisión son débiles o insuficientes, y muchas veces la corrupción y los conflictos de intereses quedan impunes. La opacidad en el ejercicio del poder dificulta la participación ciudadana en la vigilancia de sus gobernantes, lo que contribuye a una cultura de desconfianza hacia las instituciones y una percepción de impunidad que aliena comportamientos irresponsables. Lo peor es que la mayoría de organismos constitucionalmente autónomos que limitaban ese poder están siendo extinguidos.
Finalmente, las estructuras políticas que premian la lealtad sobre la competencia o la transparencia consolidan una clase política cerrada y con poco incentivo para mejorar. Las alianzas y el favoritismo son elementos recurrentes en la designación de cargos y asignación de recursos. En vez de seleccionar personas por su competencia, las decisiones suelen basarse en la afinidad política y la obediencia hacia los líderes de mayor rango. Este enfoque limita la posibilidad de contar con funcionarios altamente capacitados y comprometidos con la transparencia y el bien común. La lealtad ciega al líder de turno se convierte en una herramienta para garantizar la estabilidad política en el corto plazo, pero también restringe la renovación y el fortalecimiento de las instituciones democráticas, perpetuando así un círculo de favoritismo que estanca el desarrollo político del país. Ni duda cabe, los años recientes, con respecto al poder público, se han caracterizado por esa fe ciega a ciertos megalómanos.