La violencia feminicida y las etapas previas a la fatalidad durante el noviazgo
LA CRÓNICA DE MORELOS. Miércoles 06 de noviembre de 2024.
La violencia feminicida en México ha alcanzado niveles alarmantes, y un aspecto particularmente preocupante es su origen en las relaciones de pareja desde el noviazgo. Este período, que debería ser una etapa de conocimiento y afecto, se ha convertido en un terreno fértil para el desarrollo de dinámicas de control, manipulación y violencia.
Estudios recientes indican que muchas mujeres jóvenes experimentan violencia física, psicológica o sexual por parte de sus parejas. El problema radica en la normalización de estos comportamientos, percibiéndolos como parte “natural” de la relación. Este fenómeno refleja un sistema social y cultural que perpetúa la desigualdad de género y tolera la violencia contra las mujeres.
Identificar las etapas de la violencia en el noviazgo es crucial para prevenir desenlaces trágicos.
La prevención de la violencia feminicida requiere estrategias que permitan romper este ciclo desde las primeras señales de peligro. Las campañas de educación y concientización son fundamentales. Es crucial enseñar a las personas jóvenes, especialmente a las mujeres, a identificar comportamientos tóxicos y buscar ayuda. Además, se debe promover la educación en igualdad de género y la resolución pacífica de conflictos desde temprana edad, para cambiar.
Otro aspecto importante es la intervención temprana de las instituciones. Las víctimas de violencia suelen enfrentarse a barreras cuando buscan ayuda, como la revictimización o la falta de protocolos efectivos. Por ello, es esencial fortalecer los servicios de atención, incluyendo líneas de ayuda, refugios y asesoría legal. Los sistemas de justicia deben ser más eficientes y sensibles al género, garantizando la protección de las mujeres en situaciones de riesgo y castigando a los agresores.
La violencia feminicida desde el noviazgo es un problema complejo que exige una respuesta integral. Anticiparse a una fatalidad requiere no solo identificar y detener el ciclo de violencia, sino también transformar las estructuras sociales que lo permiten. Esto implica un compromiso coordinado entre el Estado, la sociedad civil y las comunidades para proteger a las mujeres y promover relaciones.