EL DISCO RAYADO DE LA POLÍTICA: UN ANÁLISIS DE LOS CLICHÉS QUE NOS PERSIGUEN
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Sábado 25 de enero de 2025
La política, como el tango, tiene sus clásicos. Frases hechas, gastadas por el uso y abuso, que se repiten una y otra vez en mítines, debates y discursos. Pareciera que los políticos beben de una fuente común de latiguillos, repitiendo consignas como “el cambio”, “la esperanza”, “el pueblo”, “la patria” o “el futuro”, sin importar el contexto o la ideología. Es un fenómeno que se observa a lo largo y ancho del espectro político, donde la originalidad brilla por su ausencia y las ideas se esconden tras un velo de lugares comunes. ¿A qué se debe esta tendencia a la repetición, a la retórica vacía?
Uno de los motivos principales es la búsqueda de la identificación con el electorado. Los clichés funcionan como atajos, como fórmulas mágicas que apelan a las emociones y valores compartidos. “Unidos podemos”, “juntos saldremos adelante”, “la voz del pueblo”, “hasta las últimas consecuencias”, “yo tengo otros datos”, “mantengamos viva la esperanza”: son frases que buscan generar un sentido de comunidad, de pertenencia, que conecte con el sentir del ciudadano promedio. El político, convertido en un vendedor de ilusiones, utiliza estas muletillas para construir una imagen cercana, empática, que inspire confianza y seguridad.
Pero el uso excesivo de clichés también tiene un lado oscuro. Al recurrir a frases hechas, se simplifica el debate político, se evitan las complejidades y se promueven soluciones fáciles a problemas complejos. El cliché se convierte en una herramienta para eludir la responsabilidad, para no comprometerse con propuestas concretas. Es más fácil hablar de “un futuro mejor” que explicar cómo se va a lograr. Esta retórica vacía, en última instancia, contribuye a la despolitización de la sociedad, al generar desconfianza y apatía hacia la clase política.
Sin embargo, los clichés en el discurso político son un arma de doble filo. Si bien pueden ser efectivos para conectar con el electorado, su abuso empobrece el debate público y fomenta la desilusión. Es necesario que los políticos asuman el reto de comunicar con autenticidad, con ideas frescas y propuestas concretas, en lugar de refugiarse en la comodidad de las frases hechas. Solo así podrán recuperar la confianza de la ciudadanía y construir un futuro verdaderamente esperanzador, que no se limite a ser un cliché más.
La táctica de culpar a las administraciones anteriores es otro clásico del repertorio político. Se trata de una estrategia recurrente que busca desviar la atención de las propias fallas y responsabilidades, proyectando la culpa sobre “la herencia recibida”. Este discurso, a menudo acompañado de un tono victimista, permite a los gobernantes en turno justificar sus propias deficiencias y eludir la rendición de cuentas. “Nos dejaron un país en ruinas”, “recibimos un desastre”, son frases que se repiten como un mantra, alimentando la polarización y dificultando la construcción de consensos. Sin embargo, esta práctica no solo erosiona la confianza en las instituciones, sino que también obstaculiza el aprendizaje de los errores del pasado y la posibilidad de construir un futuro mejor.
Por otro lado, el amiguismo y la protección a los propios, independientemente de su capacidad o integridad, es una lacra que afecta a la política en muchos países. Esta práctica, que prioriza la lealtad partidista por encima del mérito y la transparencia, socava la confianza en las instituciones y perpetúa la corrupción. Cuando los gobernantes actúan como “mafias” que protegen a los suyos, se genera un clima de impunidad que erosiona la democracia y desincentiva la participación ciudadana. Es fundamental que la sociedad exija transparencia y rendición de cuentas, y que se promueva una cultura política basada en la meritocracia y el servicio público.