LA PERSISTENTE SOMBRA DE LA VIOLENCIA EN MÉXICO
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Lunes 17 de febrero de 2025
En el corazón de México, una nación rica en cultura y tradiciones, late una problemática que ha echado raíces profundas: la cultura de la violencia, las armas y la ilegalidad. Aunque no es correcto afirmar que toda la sociedad mexicana comparte estos valores, es innegable que estos elementos han permeado ciertas capas y han dejado una cicatriz en el tejido social.
La violencia, en sus múltiples formas, se convirtió en una realidad cotidiana para muchos mexicanos. Desde los actos de delincuencia común, hasta la brutalidad del crimen organizado, la violencia ha erosionado la sensación de seguridad dejando una estela de dolor y desconfianza.
Las armas, símbolo de poder y protección en algunas culturas, se convirtieron en un instrumento de muerte en manos de criminales y, en ocasiones, de ciudadanos que buscan defenderse por su cuenta. La proliferación de armas ilegales y la facilidad para acceder a ellas contribuyeron a la escalada de violencia en el país.
La ilegalidad, por su parte, se manifiesta en la corrupción, la impunidad y la falta de estado de derecho. La percepción de que las leyes no se aplican o que la justicia es selectiva socava la confianza en las instituciones y fomenta la creencia de que “el que no transa no avanza”.
Es crucial reconocer que estos fenómenos no son exclusivos de México, pero han alcanzado niveles alarmantes y crearon un círculo vicioso difícil de romper. La violencia engendra más violencia, la impunidad alimenta la ilegalidad y la falta de oportunidades empuja a algunos a buscar en el crimen una forma de subsistencia.
Para combatir esta problemática, se requiere un enfoque integral que abarque desde la prevención del delito y la educación en valores hasta el fortalecimiento de las instituciones y la promoción de una cultura de legalidad. Es necesario romper el ciclo de violencia y construir una sociedad más justa, segura y pacífica para todos los mexicanos.
La normalización de la violencia es hoy una realidad, especialmente en aquellos territorios donde los grupos criminales establecieron una especie de “gobiernos paralelos”. En estas zonas, la autoridad del Estado se ve relegada y los criminales imponen sus propias reglas, ejerciendo control sobre la población y silenciando cualquier oposición. La violencia se convierte en un instrumento de poder y control, utilizado para mantener el orden y garantizar el cumplimiento de sus designios. La impunidad con la que operan estos grupos criminales refuerza la percepción de que la ley no existe o no se aplica para ellos, lo que contribuye a la normalización de la violencia y la erosión del Estado de derecho.