El poder eterno y las sombras financieras del Vaticano: de Roberto Calvi al presente
LA CRÓNICA DE MORELOS. Lunes 21 de abril de 2025.
Por Guillermo Cinta Flores
En el corazón de Roma, una ciudad dentro de otra, se alza el Vaticano, un enclave de 44 hectáreas que concentra un poder descomunal. Más allá de su autoridad espiritual sobre 1.300 millones de católicos, la Santa Sede ejerce una influencia política, diplomática y financiera que ha moldeado la historia durante siglos.
Sin embargo, este poder ha tenido un costo: escándalos financieros que han empañado su imagen, desde el misterioso caso de Roberto Calvi y el Banco Ambrosiano hasta las recientes crisis económicas. ¿Cómo ha logrado el Vaticano mantener su dominio global? ¿Qué hay detrás de sus finanzas, marcadas por la opacidad y la controversia? Este trabajo explora las raíces de su poder y las sombras que lo acompañan.
UN PODER FORJADO EN LA FE Y LA HISTORIA
El Vaticano no es solo la sede de la Iglesia Católica; es un símbolo de continuidad. Desde el siglo IV, cuando el emperador Constantino abrazó el cristianismo, la Iglesia se convirtió en un pilar de la civilización occidental. Hoy, el Papa, como líder espiritual, ejerce una autoridad moral que trasciende fronteras, influyendo en debates sobre bioética, derechos humanos y política global. Su red de diócesis, parroquias y misioneros—una estructura global sin igual—le permite movilizar a millones de fieles y proyectar su voz en cada rincón del planeta.
Políticamente, el Vaticano es una potencia singular. Reconocido como estado soberano desde los Pactos de Letrán de 1929, mantiene relaciones diplomáticas con más de 180 países. Su neutralidad le ha permitido mediar en conflictos, como el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos en 2014. Este “soft power” se refuerza con su capacidad para moldear la opinión pública y presionar a gobiernos en temas como el aborto o el cambio climático.
EL MOTOR FINANCIERO: RIQUEZA Y SECRETOS
El poder del Vaticano también reside debajo de sus cúpulas: en sus arcas. La Santa Sede gestiona un vasto patrimonio a través del Instituto para las Obras de Religión (IOR), conocido como el Banco Vaticano, fundado en 1942 para administrar fondos destinados a obras religiosas. Sus ingresos provienen de donaciones (como el Óbolo de San Pedro), propiedades inmobiliarias (unas 5.000 en Roma, Londres y París, valoradas en miles de millones), inversiones en bonos y empresas, y el turismo a los Museos Vaticanos.
Sin embargo, esta riqueza ha sido un arma de doble filo. Durante décadas, la opacidad financiera permitió operaciones cuestionables. En 2021, el Vaticano reportó activos netos por unos 4.000 millones de euros, pero también un déficit de 83 millones en 2023, agravado por la caída de donaciones tras la pandemia y escándalos de abuso sexual. El fondo de pensiones, con un déficit de 631 millones de euros, es una bomba de tiempo. Escándalos recientes, como las inversiones inmobiliarias fallidas en Londres que implicaron al cardenal Angelo Becciu, han expuesto vulnerabilidades y resistencia interna a las reformas.
EL ESCÁNDALO QUE SACUDIÓ AL VATICANO: ROBERTO CALVI Y EL BANCO AMBROSIANO
Ningún episodio ilustra mejor las sombras financieras del Vaticano que el caso de Roberto Calvi, el “banquero de Dios”. En los años 70, Calvi, presidente del Banco Ambrosiano, transformó esta institución católica en un gigante financiero con tentáculos en paraísos fiscales. El IOR, accionista clave del banco, se convirtió en su aliado, pero también en cómplice de un fraude monumental.
Bajo la dirección de Calvi, el Ambrosiano canalizó fondos a operaciones turbias: financió a Solidaridad en Polonia, a dictaduras sudamericanas y, según investigaciones, blanqueó dinero para la mafia siciliana y la logia masónica Propaganda Due (P2). En 1982, el banco colapsó, dejando un agujero de hasta 1.500 millones de dólares (unos 4.190 millones en 2025). Gran parte del dinero había pasado por el IOR, que negó responsabilidad legal pero pagó 224 millones a los acreedores en 1984 como “gesto moral”.
La tragedia culminó el 18 de junio de 1982, cuando Calvi fue hallado colgado bajo el puente Blackfriars en Londres, con ladrillos en los bolsillos y 15.000 dólares en efectivo. Aunque inicialmente se dictaminó suicidio, investigaciones posteriores apuntaron a un asesinato orquestado por la mafia y P2, que habrían castigado a Calvi por perder sus fondos. Otros incidentes, como la muerte de la secretaria de Calvi, Graziella Corrocher, y del banquero Michele Sindona, envenenado en prisión, reforzaron la percepción de una conspiración.
El escándalo también alimentó teorías sobre el Papa Juan Pablo I, fallecido en 1978 tras 33 días de pontificado. Algunos, como el periodista David Yallop, sugieren que investigaba las finanzas del IOR, pero no hay pruebas concluyentes. Lo cierto es que el caso Ambrosiano marcó un punto de inflexión, forzando al Vaticano a reformar el IOR bajo Juan Pablo II.
UN PRESENTE SE REFORMAS Y DESAFÍOS
Desde el escándalo de Calvi, el Vaticano ha intentado limpiar su imagen. Benedicto XVI creó la Autoridad de Información Financiera en 2010, y Francisco ha cerrado cuentas sospechosas en el IOR, enfrentándose a una curia reacia al cambio. Sin embargo, los problemas persisten. En 2023, el Papa advirtió sobre el riesgo de un colapso financiero, y publicaciones en Twitter reflejaron escepticismo público, con usuarios señalando la contradicción entre el discurso de pobreza de Francisco y los 30.000 millones en oro que, según algunos, posee el Vaticano.
EL FUTURO DEL PODER VATICANO
El Vaticano sigue siendo una fuerza global, pero su poder financiero está en una encrucijada. Las reformas son un paso hacia la transparencia, pero los déficits, los escándalos y la disminución de fieles en Occidente plantean preguntas sobre su sostenibilidad. El caso de Roberto Calvi, con su mezcla de fe, dinero y crimen, sigue siendo una advertencia: el poder, incluso el divino, puede ser corrompido por las ambiciones humanas.
Mientras el sol se pone sobre la cúpula de San Pedro, el Vaticano enfrenta un desafío eterno: equilibrar su misión espiritual con las realidades terrenales de la riqueza y la política. En un mundo cada vez más escéptico, su capacidad para reformarse determinará si sigue siendo un faro moral o una reliquia de un poder pasado.