¿Centralización o control? El dilema de la nueva Ley de Telecomunicaciones
LA CRÓNICA DE MORELOS. Jueves 24 de abril de 2025.
EDITORIAL
La iniciativa presidencial para reformar la Ley de Telecomunicaciones y Radiodifusión, enviada al Senado este 23 de abril, plantea un cambio estructural profundo al disolver el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) y transferir sus funciones a la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones. Este organismo, creado en noviembre de 2024, asumiría el control de la regulación, supervisión y explotación del espectro radioeléctrico, redes, infraestructura y servicios de telecomunicaciones, además de digitalizar trámites y promover la soberanía tecnológica. Si bien la propuesta promete modernización y eficiencia, la centralización de decisiones en una sola entidad federal plantea interrogantes sobre la autonomía, la libertad de expresión y el equilibrio democrático.
Por un lado, el gobierno argumenta que la Agencia optimizará procesos, reducirá la burocracia y garantizará un acceso más equitativo a las telecomunicaciones, alineándose con objetivos de la Cuarta Transformación, como combatir la corrupción y cerrar brechas digitales. La integración de funciones del IFT y la Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece) bajo un solo paraguas podría agilizar decisiones y fomentar la cobertura universal, un punto crítico en un país donde solo el 17% de la población usaba banda ancha en 2014, según datos históricos. Además, la propuesta incluye iniciativas como la Ventanilla Digital Nacional de Inversiones y Llave MX, que buscan simplificar trámites y digitalizar servicios, lo que podría beneficiar a ciudadanos y empresas en un contexto de nearshoring y presiones económicas externas, como los aranceles de EE.UU.
Sin embargo, la centralización despierta preocupaciones legítimas. La disolución del IFT, un organismo autónomo creado en la reforma de 2013 bajo el Pacto por México, elimina una barrera clave contra la concentración de poder. El IFT, pese a sus críticas, garantizaba decisiones técnicas e independientes, protegiendo la competencia y los derechos de las audiencias. Transferir estas facultades a una agencia dependiente del Ejecutivo, encabezada por José Antonio Peña Merino, podría politizar la regulación del espectro radioeléctrico y los medios, especialmente en un momento de tensiones con EE.UU. por temas de narcotráfico y migración, como se vio en el reciente decomiso de cocaína en el Aeródromo Albatros en Morelos, donde la infraestructura aérea evidenció vulnerabilidades que requieren supervisión imparcial. Posts en redes sociales, como los de usuarios que advierten sobre una posible “ley mordaza” o un “Big Brother” digital, reflejan un temor creciente a que el artículo 109 de la iniciativa permita bloquear plataformas digitales sin supervisión judicial clara, amenazando la libertad de expresión.
Otro punto crítico es la paradoja histórica: mientras la sociedad civil, como la Asociación Mexicana del Derecho a la Información (Amedi), luchó en 2013 por una regulación plural contra monopolios, la nueva propuesta podría revertir esos avances al consolidar el poder en una entidad estatal. La falta de detalles sobre cómo la Agencia garantizará la imparcialidad, sumada a la mayoría calificada de Morena en el Congreso, reduce el espacio para un debate plural, un riesgo que la Amedi ya señalaba en 2014 al criticar iniciativas presidenciales opacas.
Aunque la reforma busca modernizar y democratizar las telecomunicaciones, la centralización en la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones enciende alertas sobre la autonomía regulatoria y los derechos digitales. Para evitar que la eficiencia se convierta en control, el Senado debe garantizar un proceso legislativo transparente, incorporar voces de la sociedad civil y establecer candados que protejan la libertad de expresión y la competencia. En un México marcado por la violencia, como los recientes narcobloqueos del CJNG, y la vigilancia tecnológica, el equilibrio entre seguridad, innovación y democracia es más crucial que nunca.