EL DICTADORZUELO DEL SENADO
LA CRÓNICA DE MORELOS. Martes 20 de mayo de 2025.
EDITORIAL
En un acto que destila prepotencia y un ego más frágil que una copa de cristal, Gerardo Fernández Noroña, presidente de la Mesa Directiva del Senado, ha protagonizado un espectáculo que debería avergonzar a cualquier demócrata: obligó a un ciudadano, Carlos Velázquez de León, a ofrecerle una disculpa pública por haberlo increpado en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) el 20 de septiembre de 2024. Lo que podría haber sido un incidente menor —un ciudadano ejerciendo su derecho a cuestionar a un político— se convirtió, gracias a la soberbia de Noroña, en una exhibición de autoritarismo que huele a dictadorzuelo de república bananera.
El contexto es claro: Velázquez, un abogado, confrontó a Noroña en la sala VIP del AICM, cuestionándolo sobre las políticas de Morena y el gobierno de López Obrador. Según los reportes, hubo agresiones verbales y físicas, aunque los videos del incidente muestran más bien una discusión acalorada que una golpiza. Noroña, en lugar de asumir la crítica como parte del escrutinio que enfrentan los servidores públicos en una democracia, decidió escalar el asunto al nivel de una vendetta personal. Utilizando los recursos legales del Senado y con la intervención de la Fiscalía General de la República, el senador logró que Velázquez fuera obligado a leer una disculpa pública en el Salón de Protocolos de la Cámara Alta, transmitida en vivo por las redes sociales del Senado. Un acto humillante, orquestado con el único propósito de inflar el ego de Noroña y enviar un mensaje intimidante: cuestionarme es un delito que se paga con humillación.
Llama la atención la hipocresía del personaje. Noroña, quien en sus años de opositor se jactaba de confrontar al poder con gritos, sombrerazos y un lenguaje que rozaba lo soez, ahora se rasga las vestiduras cuando un ciudadano le alza la voz. ¿Dónde quedó el Noroña que presumía de ser la voz del pueblo, el que desafiaba a los poderosos? Parece que el poder le ha mareado, transformándolo en un tiranuelo que no tolera la menor crítica. Como bien señaló la senadora Lilly Téllez, este acto es “ridículo, miserable y prepotente”, una muestra de alguien que “cree que humillar a un ciudadano compensa su nula estatura política y humana”.
El académico Edgar Ortiz Arellano, de la UNAM, lo dijo con claridad: obligar a un ciudadano a disculparse utilizando toda la estructura de un Poder del Estado no debe sentar precedente. Los políticos, en una democracia, están sujetos al escrutinio constante, y publicitar esta disculpa en redes sociales no hace más que evidenciar la sed de Noroña por el aplauso y la sumisión.
Lo más grave es el precedente que esto establece. Si un senador puede usar los recursos del Estado para obligar a un ciudadano a retractarse públicamente, ¿qué sigue? ¿Una ley que castigue cualquier crítica a los poderosos? Algunos usuarios en redes sociales ya lo advierten: esto es un anticipo de lo que podría venir con iniciativas como la llamada “Ley Censura”. La actitud de Noroña no solo es un abuso de poder, sino una amenaza a la libertad de expresión, un pilar fundamental de cualquier democracia que se respete.
Noroña podrá haber obtenido su disculpa, pero lo que realmente logró fue desnudar su intolerancia y su incapacidad para encajar críticas sin recurrir a la intimidación. En su afán por proyectar fuerza, solo mostró debilidad. México no necesita dictadorzuelos que se ofenden por un grito en un aeropuerto; necesita líderes que escuchen, que dialoguen y que entiendan que el poder no es un cheque en blanco para humillar. Mientras Noroña se regodea en su victoria pírrica, el país observa y toma nota: el verdadero “cobarde” no es el ciudadano que lo encaró, sino el político que necesita del aparato estatal para sentirse respetado.