UNA CORTE DEL PUEBLO, PERO BAJO LA LUPA: EL DESAFÍO DE HUGO AGUILAR EN LA SCJN
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Martes 17 de junio de 2025
La elección de Hugo Aguilar Ortiz como presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), tras recibir su constancia de mayoría del INE este 15 de junio de 2025, marca un hito histórico para México. Como el primer indígena mixteco en encabezar el máximo tribunal, Aguilar lleva a la Corte una perspectiva única, forjada en su lucha por los derechos de los pueblos originarios. Su discurso en Tu’un Savi y su constancia en esta lengua simbolizan un avance hacia la inclusión cultural en una institución históricamente elitista. Sin embargo, su presidencia, que inicia el 1 de septiembre, enfrenta un panorama complejo: una Corte renovada por voto popular, pero cuestionada por su legitimidad y autonomía en un contexto de polarización política.
La nueva SCJN, integrada por nueve ministros electos —cinco mujeres y cuatro hombres—, nace de la controvertida reforma judicial de 2024, que permitió a la ciudadanía elegir a sus jueces, magistrados y ministros. Aguilar ha prometido una Corte “del pueblo y para el pueblo”, guiada por el estado de derecho, el pluralismo jurídico y el rechazo a la corrupción, el nepotismo y el clasismo. Este discurso resuena con las expectativas de una justicia más accesible, especialmente para comunidades marginadas. No obstante, la baja participación electoral (13%) y las acusaciones de manipulación, como el uso de “acordeones” ligados a Morena, ensombrecen el proceso. Las anomalías reportadas en estados como Chiapas refuerzan las dudas sobre si esta Corte representa verdaderamente la voluntad popular.
El principal desafío de Aguilar será demostrar que la SCJN actúa con independencia en un entorno donde se le percibe como cercana al gobierno de Claudia Sheinbaum y al legado de López Obrador. Su trayectoria, aunque destacada en la defensa de derechos indígenas, incluye episodios controvertidos, como su participación en consultas como la del Tren Maya, criticadas por la ONU por no cumplir estándares internacionales. Esta percepción de alineación con el Ejecutivo pone a la Corte bajo un escrutinio intenso. Cada decisión, desde controversias constitucionales hasta amparos, será analizada como un termómetro de su imparcialidad, en un momento en que México necesita un Poder Judicial que equilibre el poder político, no que lo refleje.
A pesar de las críticas, la presidencia de Aguilar ofrece una oportunidad histórica para transformar la justicia mexicana. Su énfasis en el pluralismo jurídico y el acceso equitativo a la justicia podría traducirse en fallos que prioricen a los sectores más vulnerables, como las comunidades indígenas. La inclusión de gestos culturales, como la constancia en mixteco, no es solo simbólica: puede sentar un precedente para que el sistema judicial reconozca y respete la diversidad del país. Sin embargo, estas promesas deben materializarse en reformas concretas, como procesos judiciales más accesibles y un lenguaje jurídico claro, para que la Corte cumpla con su mandato de ser verdaderamente popular.
El camino de Hugo Aguilar al frente de la SCJN no será sencillo. La legitimidad de su presidencia dependerá de su capacidad para navegar las presiones políticas y demostrar que la Corte no es una extensión del Ejecutivo. En un México polarizado, donde la reforma judicial ha avivado tanto esperanzas como desconfianzas, Aguilar tiene la oportunidad de redefinir el papel del Poder Judicial. Pero el costo de fallar es alto: una Corte percibida como subordinada podría profundizar la crisis de confianza en las instituciones. La mirada del país está puesta en este mixteco que promete justicia para todos, pero solo el tiempo dirá si su liderazgo cumple con tan ambiciosa promesa.
Por lo demás, Hugo Aguilar evoca con su frase “nadie me puso aquí” la imagen de aquellos maridos de pueblo que proclaman ser los dueños de su casa, mientras todos saben que es la esposa quien realmente manda. Su declaración, cargada de una aparente autonomía, choca con la percepción pública de que su ascenso fue una imposición de Andrés Manuel López Obrador, respaldada por Claudia Sheinbaum, y su nombre en los famosos “acordeones” de Morena solo refuerza esta idea. Al negar influencias externas, Aguilar no solo se expone a la incredulidad, sino que su intento de proyectar independencia lo deja en una posición vulnerable, como el marido que insiste en su autoridad mientras el pueblo murmura la verdad.