LA DELINCUENCIA ORGANIZADA: UN NEGOCIO CON RAÍCES PROFUNDAS
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Miércoles 2 de julio de 2025
La delincuencia organizada no es solo un problema de criminales actuando en las sombras; es, ante todo, un negocio sofisticado con profundas implicaciones políticas y estructuras de poder que la sostienen. Como señalé el 3 de febrero de 2025, este fenómeno se manifiesta en cuatro formas principales: el Estado mismo, sectores corruptos dentro del Estado, empresas trasnacionales que se benefician de la opacidad y la subversión que desestabiliza para mantener el control.
A más de cinco meses, al 2 de julio de 2025, la situación no muestra cambios profundos. La delincuencia organizada sigue floreciendo en un campo fértil donde la impunidad es la norma, y las estructuras que la permiten permanecen intactas. ¿Cómo explicar, si no, que los criminales operen con tal descaro y casi sin ser molestados?
El contrabando a gran escala, como el tráfico de armas, no podría prosperar sin la complicidad de instituciones clave como la Dirección General de Aduanas. Los grandes cargamentos que cruzan fronteras no pasan desapercibidos por arte de magia; requieren de una red de omisiones o colaboraciones activas que garantizan su flujo. Esta colusión no es un secreto a voces, sino una realidad que se perpetúa porque el sistema, en lugar de desmantelarla, parece adaptarse a ella.
El narcotráfico, por su parte, no opera en un vacío. Su existencia depende de una intrincada red de protección que involucra a agentes federales, elementos del Ejército, policías estatales y municipales, e incluso a la Guardia Nacional. Estas instituciones, que deberían ser pilares de seguridad, se ven comprometidas por la corrupción o la incapacidad de actuar con eficacia. Los cárteles no solo mueven toneladas de droga, sino que lo hacen con una logística que requiere permisividad o participación activa de quienes tienen el mandato de detenerlos. La pregunta sigue siendo la misma: ¿cómo es posible que estas redes operen a tan gran escala sin que las autoridades logren desarticularlas de manera significativa?
Los giros negros y los delitos de alto impacto, como el secuestro, la extorsión y los atracos a mano armada, son igualmente dependientes de la complicidad o negligencia de las autoridades locales. Los negocios ilícitos, desde el juego clandestino hasta la trata de personas, prosperan bajo la mirada de funcionarios que, en el mejor de los casos, hacen la vista gorda, y en el peor, son partícipes directos. La extorsión, que asfixia a comerciantes y ciudadanos, no podría mantenerse sin la inacción o el involucramiento de policías municipales, quienes a menudo son los primeros en saber qué ocurre en sus comunidades. Esta connivencia local es el pegamento que mantiene unida la maquinaria del crimen organizado.
Finalmente, el robo de hidrocarburos, conocido como “huachicol”, es otro ejemplo flagrante de cómo la delincuencia organizada se entrelaza con el poder. Sin la colusión de funcionarios de Petróleos Mexicanos, sería imposible sustraer y comercializar combustible a la escala que vemos hoy. A pesar de los esfuerzos anunciados por el gobierno, el huachicol sigue siendo un negocio millonario, lo que sugiere que las redes de corrupción dentro de la empresa estatal están lejos de ser desmanteladas.
Al 2 de julio de 2025, la falta de avances sustanciales en este y otros frentes refuerza la percepción de que la delincuencia organizada no solo sobrevive, sino que prospera, porque sus raíces están profundamente incrustadas en las estructuras de poder. ¿Cuándo veremos un cambio real? La respuesta, por ahora, sigue siendo esquiva.