LA DANZA DE LOS VALIENTES: CUAUTLA Y EL NOMBRAMIENTO EXPRÉS DE HORACIO ZAVALETA
OPINIÓN
Por Guillermo Cinta Flores
Jueves 3 de julio de 2025
Cuautla, municipio situado en el oriente del bello estado de Morelos, se ha convertido en un tablero de ajedrez donde las piezas caen con violencia y las jugadas se hacen a contrarreloj. Apenas 24 horas después de que Alfredo Escalona Arias, secretario municipal, fuera baleado en un ataque que lo dejó al borde de la muerte, el alcalde Jesús Corona Damián movió ficha: Horacio Zavaleta, ex Oficial Mayor, es ahora el nuevo titular de la Secretaría Municipal.
La rapidez del nombramiento, en un contexto donde las balas parecen dictar el ritmo de la política, no solo levanta cejas, sino que enciende alarmas sobre el trasfondo de esta decisión y el mensaje que envía a una ciudadanía asediada por la inseguridad.
El atentado contra Escalona, ocurrido este miércoles 2 de julio frente a las oficinas del Sistema Operador de Agua Potable y Saneamiento (SOAPSC), no es un hecho aislado. Cuautla vive bajo el yugo de la violencia política: en marzo de 2024, el propio Corona Damián escapó de un atentado gracias al blindaje de su camioneta; en octubre, su suplente, Ricardo Arizmendi, fue asesinado; y en enero, el regidor Alfredo Giovanni Lezama fue ejecutado en un gimnasio.
La región oriente de Morelos, con Cuautla como epicentro, es un polvorín donde operan al menos 40 generadores de violencia, según el secretario de Seguridad Pública estatal, Miguel Ángel Urrutia. En este escenario, nombrar a un nuevo secretario en menos de un día no es solo un acto administrativo, sino una declaración de intenciones que merece ser escrutada.
Horacio Zavaleta, descrito como un funcionario experimentado en logística y administración, asume un cargo que ahora parece venir con un chaleco antibalas de cortesía. La Secretaría Municipal, pilar operativo del ayuntamiento, requiere no solo eficiencia burocrática, sino un temple de acero para navegar un municipio donde las balas silban más fuerte que las promesas de campaña.
Sin embargo, la celeridad del nombramiento plantea preguntas incómodas: ¿es Zavaleta un recambio estratégico o una pieza sacrificable en un juego donde los peones caen rápido? ¿Por qué tanta prisa en llenar el vacío, cuando la prioridad debería ser garantizar la seguridad de los funcionarios y esclarecer el ataque contra Escalona? ¿Fue el baleado funcionario quien dimitió de manera voluntaria tras haber recibido una segunda oportunidad de vida? ¿Tuvo miedo de la verdadera situación de inseguridad por la cual atraviesan los cuautlenses?
La ausencia de detenidos y la opacidad sobre el móvil del atentado no hacen más que alimentar las sospechas de que algo más oscuro se cuece bajo la superficie.
El comunicado del ayuntamiento, condenando “enérgicamente cualquier acto de violencia” y pidiendo “mantener la calma”, suena más a una fórmula gastada que a un compromiso genuino.
Mientras la Guardia Nacional, el Ejército y la Policía Estatal refuerzan la seguridad, la ciudadanía de Cuautla no puede evitar preguntarse si estas medidas son un escudo real o un simple parapeto para calmar los ánimos. La designación de Zavaleta, presentada como un paso hacia la “continuidad y eficiencia” administrativa, parece más bien una maniobra para proyectar normalidad en un municipio donde la normalidad se desangra en las calles.
La violencia política en Cuautla no es solo un problema de seguridad; es un síntoma de un sistema donde el poder se disputa con plomo. El nombramiento exprés de Zavaleta, lejos de ser una solución, se interpreta como un intento de tapar el sol con un dedo. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que el nuevo secretario, como su antecesor, se convierta en blanco? ¿Es esta la “nueva normalidad” que el gobierno de Corona Damián ofrece a sus ciudadanos?
En un lugar donde los atentados son el pan de cada día, la rapidez para reemplazar a las víctimas no inspira confianza, sino temor. Cuautla merece más que un cambio de nombres en el organigrama; merece respuestas, justicia y, sobre todo, un alto a la danza macabra que convierte a sus funcionarios en mártires o en piezas desechables.