LA 4T Y LA SOMBRA DE LA IMPUNIDAD
OPINIÓN
Por Guillermo Cinta Flores
Viernes 18 de julio de 2025
En su libro Mexicanidad y Esquizofrenia (Editorial Océano, 2010), el politólogo Agustín Basave Benítez describe con precisión quirúrgica al político corrupto de ayer, aquel que veía el poder como un botín personal, donde la tesorería pública y hasta las vidas de los ciudadanos eran su patrimonio. Ese político, nos dice Basave, aprovechaba cada oportunidad para enriquecerse, justificándolo como el “justo sobresueldo” por su dedicación a la patria.
Hoy, el caso de Adán Augusto López Hernández, exgobernador de Tabasco y actual senador de Morena, parece encajar con esa descripción, envuelto en un escándalo que destapa la podredumbre de su gestión y la de su exsecretario de Seguridad, Hernán Bermúdez Requena, hoy prófugo de la justicia.
El “Comandante H”, como se conoce a Bermúdez Requena, fue nombrado por Adán Augusto como titular de Seguridad Pública en Tabasco en 2019, pese a advertencias de consultores en 2018 sobre sus vínculos con el crimen organizado, según reportes periodísticos. Documentos filtrados por Guacamaya Leaks en 2022 confirmaron que Bermúdez lideraba “La Barredora”, un grupo criminal ligado al Cártel Jalisco Nueva Generación, dedicado al tráfico de migrantes y al robo de hidrocarburos. Mientras Tabasco se hundía en una espiral de violencia –con un aumento del 45% en homicidios y 200% en narcomenudeo durante el primer año de Adán Augusto– este personaje permaneció en el cargo hasta 2024, protegido por un sistema que ahora lo señala como chivo expiatorio. Si la 4T tuviera un mínimo de decencia, la carrera de Adán Augusto habría terminado hace tiempo. Pero en este México de doble rasero, donde la justicia parece selectiva, el senador sigue intocable, arropado por un partido que prefiere cerrar los ojos ante la “pudrición” que, como dijo Pío López Obrador, está saliendo a la luz. La pregunta persiste: ¿hasta dónde llegará esta red de impunidad? Porque, como enseña Basave, la deshonestidad, ya sea patrimonialista o legalista, sigue siendo el sello de quienes confunden el poder con el botín.
Basave también describe al político corrupto de hoy, ese que opera con “estricto apego a derecho”, validando sus fechorías en el marco legal para blindarse contra sus detractores. Adán Augusto, hoy coordinador de Morena en el Senado, parece un ejemplo de manual. Pese a las acusaciones y la orden de aprehensión contra Bermúdez, con ficha roja de Interpol, el senador ha optado por el silencio, esquivando dar su versión de los hechos, como le ha sugerido la presidenta Claudia Sheinbaum. En cambio, senadores de Morena y figuras como Gerardo Fernández Noroña han cerrado filas en su defensa, calificando las acusaciones como “golpeteo mediático” y negando cualquier investigación en su contra, proyectándolo como un hombre impoluto leal a la 4T.
La parte hipócrita de la Cuarta Transformación brilla en este caso. Mientras Morena y sus aliados han demonizado a figuras como Felipe Calderón y Genaro García Luna por sus vínculos con el crimen, el caso de Adán Augusto y Bermúdez Requena apenas genera murmullos en sus filas. Si un escándalo de esta magnitud involucrara a un político de oposición, la maquinaria morenista ya lo habría triturado con acusaciones de traición a la patria. Pero aquí, la narrativa es distinta: Bermúdez es el villano solitario, y Adán Augusto, el intachable líder de la 4T, protegido por el manto de la lealtad partidista.
El historial de Bermúdez Requena no es un secreto reciente. Desde los años 90, escaló en las estructuras de poder en Tabasco bajo el amparo de gobernadores priistas como Manuel Gurría Ordóñez y Roberto Madrazo, antes de ser reciclado por Adán Augusto, entonces en Morena. Esta continuidad evidencia lo que Basave señala: el político corrupto no distingue colores partidistas, solo oportunidades. La 4T, que prometió erradicar la corrupción, parece haber adoptado los vicios del viejo régimen, con personajes que transitan sin pudor entre el PRI y Morena, perpetuando redes de complicidad.