LA MAQUINARIA DE LA NARRATIVA: CÓMO MORENA TEJE SU DISCURSO CON HILOS DE VERDAD Y ESPEJISMOS
ANÁLISIS
Por Guillermo Cinta Flores
Martes 29 de julio de 2025
En la arena política mexicana, donde las palabras son armas y las narrativas, campos de batalla, Morena y sus aliados han perfeccionado el arte de moldear la percepción pública. Con un control envidiable sobre las plataformas de comunicación —desde las “mañaneras” hasta las redes sociales—, el partido en el poder no solo informa, sino que persuade, desvía y, en ocasiones, distorsiona. ¿Cómo lo hacen? A través de una danza calculada de medias verdades, falacias y amplificaciones que, como un espejismo en el desierto, seduce a primera vista, pero se desvanece bajo el escrutinio crítico. Basado en un análisis de las estrategias retóricas más comunes, desentrañemos el telar discursivo de Morena, con un ojo filoso y un toque de mordacidad.
La verdad a medias: el arte de contar solo lo que conviene
Imagina un lienzo donde solo se pinta la mitad del paisaje. Morena domina el truco de la media-información, presentando datos que brillan como trofeos, pero ocultando las sombras que los acompañan. ¿Un programa social que beneficia a millones? Lo escucharás hasta el cansancio en conferencias de prensa, con números que suenan como fanfarrias. Pero los retrasos en la entrega, la opacidad en el gasto o los cuestionamientos sobre su impacto real suelen quedar en el tintero. Es como presumir una casa impecable mientras el sótano está inundado. Esta estrategia no miente descaradamente, pero selecciona con bisturí quirúrgico qué parte de la realidad merece reflectores, dejando al público con una postal incompleta.
Peor aún es cuando la verdad se mezcla con espejismos. La mezcla de informaciones verdaderas y falsas es un cóctel que Morena sirve con destreza. Un dato verificable —digamos, una disminución en ciertos delitos— se adorna con afirmaciones grandilocuentes, como si la seguridad nacional estuviera resuelta. El truco está en aprovechar la credibilidad de lo primero para colar lo segundo, confiando en que el público, deslumbrado por la estadística, no se detendrá a preguntar por el resto de la historia. Es un juego de prestidigitación verbal que, en un país con acceso desigual a la información, funciona como un encanto.
El megáfono de lo secundario
Si hay algo en lo que Morena es maestro, es en la amplificación de información menor. Cuando un escándalo amenaza con opacar la narrativa oficial —digamos, un desabasto de medicamentos o un caso de corrupción, verbigracia Adán Augusto López—, de pronto las redes sociales y las conferencias matutinas se inundan de temas secundarios: una crítica a la oposición, un ataque a los “comentócratas” o una anécdota presidencial que acapara titulares. Este desvío de atención es tan efectivo como un mago que agita una varita mientras esconde la paloma en la manga. Al darle un megáfono a lo trivial, se entierra lo importante bajo una avalancha de ruido mediático. ¿Y quién tiene tiempo de investigar cuando las redes están en llamas con el último dardo lanzado contra los “conservadores”?
Más audaz aún es la entrega maliciosa de información irrelevante. En el calor de una campaña o frente a una crítica incómoda, no es raro ver insinuaciones veladas sobre la honorabilidad de un opositor o un periodista. Sin pruebas, sin contexto, solo un comentario al pasar que planta la semilla de la duda. Es un golpe bajo, pero efectivo, porque en un entorno polarizado, la sospecha basta para manchar una reputación.
Falacias: el arsenal retórico de la persuasión
Si las estrategias anteriores son el lienzo, las falacias son los pinceles con los que Morena pinta su narrativa. Una de las favoritas es la falacia genética, que reduce cualquier problema actual a la herencia maldita del “neoliberalismo”. ¿Inseguridad? Culpa de los gobiernos pasados. ¿Crisis económica? Herencia de los “corruptos de antes”. Es una jugada cómoda: señalar al pasado exonera al presente, sin necesidad de rendir cuentas por las decisiones actuales. Es como culpar al arquitecto original por las goteras de una casa que tú mismo dejaste sin mantenimiento.
El criterio de autoridad también brilla en el repertorio. La figura del gobernante, con su carisma y popularidad, se convierte en un sello de verdad absoluta. “Si lo dijo en la mañanera, es cierto”, parece ser el mantra, aunque los datos no siempre acompañen. Esta falacia apela al corazón más que a la razón, y en un país donde la confianza en las instituciones es frágil, el líder carismático se vuelve un faro inapelable.
No menos común es el argumento ad hominem, un dardo envenenado que Morena lanza con precisión. ¿Un periodista critica una política? Es un “vendido”. ¿Un opositor señala un error? Es un “conservador que añora privilegios”. En lugar de debatir ideas, se ataca al mensajero, desviando la conversación hacia terrenos pantanosos donde la sustancia se ahoga en descalificaciones.
Y luego está la falacia causal, un clásico del discurso oficial. ¿La economía creció un poco? Es gracias a la “Cuarta Transformación”. ¿Las remesas alcanzaron un récord? Mérito del gobierno. Ignorar factores externos —como tendencias globales o el esfuerzo de los migrantes— permite atribuirse victorias que no siempre son propias. Es un relato que simplifica la realidad hasta volverla un eslogan de campaña.
El poder de la narrativa en un mundo polarizado
Lo que hace a estas estrategias tan efectivas es el contexto: un México polarizado, donde la desconfianza en los medios tradicionales y la falta de acceso a fuentes primarias dejan al público vulnerable a narrativas bien construidas. Las redes sociales, especialmente plataformas como Twitter o X, son un campo fértil para estas tácticas. Ahí, un tuit viral puede amplificar una media verdad o una insinuación maliciosa en cuestión de minutos, mientras la verificación de hechos llega tarde y sin el mismo alcance.
Morena no inventó estas estrategias, pero las ejecuta con maestría. Su control sobre las plataformas oficiales y su habilidad para movilizar a simpatizantes en redes les permite tejer un relato que, aunque a veces tambalee ante bajo el escrutinio, resuena con una base leal. Pero este juego tiene un costo: la verdad se fragmenta, y el debate público se convierte en una guerra de percepciones donde los hechos son solo peones.
Un llamado al escepticismo
No todo lo que dice Morena es falso, y no todas sus intenciones son maliciosas. Pero el receptor crítico —tú, lector— debe armarse de escepticismo. Contrastar fuentes, cuestionar las cifras, buscar lo que no se dice. Porque en el telar de la narrativa, la verdad es un hilo frágil, y solo un ojo atento puede distinguir entre el bordado y el engaño. Morena sabe contar historias; depende de nosotros decidir si las creemos ciegamente o las desarmamos con la navaja del análisis.