LA BOCA QUE MATA: OSTENTACIÓN Y VIOLENCIA EN LA ERA DIGITAL
ANÁLISIS
Por Guillermo Cinta Flores
Miércoles 20 de agosto de 2025
En México, la violencia no perdona la indiscreción. Hace años, en Morelos, un conocido pagó con su vida el hablar a los cuatro vientos sobre sus supuestos lazos con “la maña”. En 2011, en Zapopan, Jalisco, otro caso similar: un familiar de una persona cercana fue acribillado tras presumir amistades con malosos. Más recientemente, en mayo de 2025, el asesinato de la influencer Valeria Márquez en Zapopan volvió a encender las alarmas. Otro homicidio en dicha ciudad jaliciense, ocurrido este martes 19 de agosto: el de Ernesto Barajas, cantante de un grupo musical llamado “Enigma Norteño”, confirma que algo muy grave predomina sobre ciertos personajes, algunos de ellos bastante afamados a través de las redes sociales.
¿Qué tienen en común estas historias? La ostentación, ya sea en conversaciones de sobremesa o en redes sociales, parece ser un detonante fatal en contextos donde el crimen organizado impone sus reglas.
El crimen organizado opera bajo códigos estrictos, donde el silencio es oro. Hablar demasiado, especialmente sobre vínculos con grupos delictivos, es romper un pacto implícito. En el mundo de los cárteles, verbigracia el Jalisco Nueva Generación, que domina regiones como Zapopan, la indiscreción se castiga con sangre. No se trata solo de traicionar secretos, sino de atraer atención no deseada: de rivales, de autoridades o incluso de envidiosos. Las películas de mafiosos nos han enseñado que el “omertà” no es solo un cliché; en México, es una realidad que se paga con la vida.
Las redes sociales han amplificado este peligro. Antes, la fanfarronería se limitaba a charlas en bares o reuniones. Hoy, plataformas como Instagram o TikTok convierten a cualquiera en un altavoz global. Publicar fotos de autos de lujo, fiestas extravagantes o guiños a conexiones criminales no solo es una provocación, sino una invitación al escrutinio. El caso de Valeria Márquez, asesinada durante una transmisión en vivo, es un recordatorio brutal: la visibilidad en redes puede ser una sentencia de muerte, especialmente para mujeres en un país donde el feminicidio es una epidemia.
La envidia también juega un papel. En comunidades marcadas por la desigualdad, como muchas en Jalisco o Morelos, ostentar riqueza —real o aparente— despierta resentimientos. No siempre se trata de una deuda con el narco; a veces, el simple hecho de parecer exitoso basta para convertirse en blanco. En el caso de Márquez, las autoridades investigan todavía un posible móvil pasional, ligado a una expareja, pero su alto perfil en redes pudo haberla puesto en la mira de otros actores. Lo mismo pudo haber sucedido en el caso de Camilo Ochoa, otro influencer asesinado hace unos días en la colonia Lomás de Cuernavaca. La línea entre la envidia personal y la venganza criminal es difusa en estos contextos.
No podemos ignorar el trasfondo estructural. México vive una crisis de violencia donde más del 90 por ciento de los homicidios quedan impunes, según datos de la ONU. Esta impunidad envalentona a los criminales, sean cárteles o agresores individuales, a actuar sin temor. Quienes presumen conexiones con el crimen organizado, reales o ficticias, suelen carecer de la protección que tienen los verdaderos capos, quedando en una posición vulnerable. La ostentación, entonces, no solo es imprudente; es un lujo que pocos pueden permitirse.
Las redes sociales, lejos de ser un espacio neutral, son un campo minado. En un país con 10 feminicidios diarios y una guerra entre cárteles, la exposición pública tiene un costo altísimo. Los influencers, en particular, caminan una cuerda floja: su éxito depende de mostrarse, pero cada publicación puede ser un paso hacia el abismo. La tragedia de Valeria Márquez y Camilo Ochoa, por ejemplo, no solo refleja la violencia de género, sino cómo la hipervisibilidad digital puede amplificar riesgos que antes eran locales.
Entonces, ¿dónde queda la responsabilidad? Es fácil culpar a las víctimas por su falta de discreción, pero eso desvía el foco del problema real: un sistema donde la violencia es la norma y la justicia, la excepción. Pedir a las personas que “guarden silencio” es una solución superficial en un país donde la inseguridad es sistémica. Las autoridades deben atacar la impunidad, fortalecer la seguridad y educar sobre el uso responsable de las redes, especialmente en regiones de alto riesgo como Zapopan o Morelos.
La lección es clara, pero amarga: en México, la boca puede matar. Ya sea por romper códigos del bajo mundo, despertar envidias o simplemente estar en el lugar equivocado, la ostentación es un riesgo mortal. Mientras la impunidad reine, la prudencia será una forma de supervivencia, pero no la solución. Hasta que no se enfrente la raíz de la violencia, estas tragedias seguirán repitiéndose, y las redes sociales seguirán siendo el escenario de un juego mortal.