EL REY DE LA DESVERGÜENZA
ANÁLISIS
Por Guillermo Cinta Flores
Miércoles 27 de agosto de 2025
¡Gerardo Fernández Noroña, el rey de la desvergüenza! Ahí está, pavoneándose como el paladín de la austeridad republicana, el que clama por la justicia social mientras acumula contradicciones que harían sonrojar a un hipócrita profesional. Este “sociólogo” convertido en senador de Morena, que pasó de protestar en las calles contra el “neoliberalismo salvaje” a disfrutar de una vida que grita privilegios, encarna la doble moral en su máxima expresión. Recuerden cuando en 2014 se viralizó su video comprando un jugo Boing sin pagar el IVA, apodado #LordBoing por su descaro; o cuando en 2019 pedía fotos sin ropa a una tuitera mientras estaba en China, mostrando su machismo rampante. Y no hablemos de sus ataques misóginos en el Congreso, por los que fue sancionado en 2021 por violencia política de género. Noroña predica contra la corrupción, pero su trayectoria es un catálogo de escándalos que revelan un cinismo que apesta a oportunismo puro.
La hipocresía de Noroña alcanza su zenit con su flamante residencia en Tepoztlán, Morelos, una mansión rústica de 1,200 metros cuadrados de terreno y 259 de construcción, valuada en 12 millones de pesos, que adquirió en 2024 mediante un supuesto crédito hipotecario que paga con su sueldo de senador y los jugosos ingresos de su canal de YouTube. ¡Qué modestia, qué “pobreza franciscana”! Antes rentaba la propiedad durante cuatro años, y ahora la presume en videos como un “house tour” donde muestra jardines amplios, esculturas budistas y artesanías de varios estados, todo mientras Morena clama por la austeridad. Pero el colmo es que en Tepoztlán, la población local no lo quiere ni en pintura: en 2020, indígenas y vecinos denunciaron a Noroña por presunta participación en la venta ilegal de terrenos comunales, exigiendo que “saque las manos del municipio”. Ahí, en ese paraíso morelense rodeado de vegetación y vistas a las montañas, se refugia el que critica a los “fifís”, pero vive como un rey feudal, ignorando las quejas de la gente que ve en él a un intruso depredador.
Y lo peor es el solapamiento desde las alturas del poder. Desde la cúpula presidencial de Claudia Sheinbaum hasta el liderazgo nacional de Morena, todos encubren sus desmanes como si fueran parte del “proyecto de transformación”. Cuando Noroña viaja en primera clase a París en marzo de 2025, violando el reglamento del Senado que manda clase turista para viajes oficiales, nadie en su partido le pide cuentas; al contrario, lo defienden como un mártir de la derecha. O cuando presume vacaciones en Chicago, corazón del “imperialismo yanqui” que tanto ataca, mientras exige que los ricos “repartan su dinero”. Sheinbaum hasta sale a minimizar el escándalo de su casa en Tepoztlán, diciendo que es una distracción para no hablar de García Luna, protegiendo al bufón que minimiza campos de exterminio en Jalisco o desaparecidos.
Esta red de complicidad revela la podredumbre: Morena, que llegó prometiendo erradicar la corrupción, ahora blinda a sus figuras más tóxicas, permitiendo que Noroña siga gritando contra la oposición mientras acumula autos Volvo de lujo por más de 2 millones de pesos y propiedades que un trabajador promedio ni sueña.
En fin, Noroña no es solo un cínico; es el prototipo de la política mexicana podrida, donde la desvergüenza se disfraza de revolución. Su doble moral, sus contradicciones y su hipocresía no son excepciones, sino el espejo de un partido que solapa a sus líderes para mantener el poder a cualquier costo. Mientras el pueblo sufre la inflación y la inseguridad, él se acomoda en su burbuja de privilegios, retando a la oposición a probar sus nexos con el narco —como si su estilo de vida no gritara sospechas—. Tepoztlán lo rechaza, México lo tolera por apatía, y Morena lo encubre por lealtad ciega. ¿Hasta cuándo?
Este payaso con fuero debe ser el último clavo en el ataúd de la credibilidad de la 4T, un recordatorio filoso de que la verdadera transformación es solo un slogan para los ingenuos.