EL IMPUESTO AL REFRESCO: ¿SALUD PARA TODOS O CARGA PARA LOS DE ABAJO?
ANÁLISIS
Por Guillermo Cinta Flores
Viernes 12 de septiembre de 2025
Es mediodía en una obra en las afueras de la ciudad. El sol quema, el polvo se mete en los ojos y los albañiles aprovechan su media hora de descanso. Juan, con el casco ladeado y las botas cubiertas de cemento, cruza a la tiendita de la esquina. Por 28 pesos, se lleva una Coca-Cola de 3 litros, unas tortillas y un par de Gansitos. Es su comida, lo que lo mantiene en pie hasta las seis de la tarde. Pero en 2026, esa botella costará 4 o 5 pesos más por el nuevo impuesto a las bebidas azucaradas. Para Juan, que gana 400 pesos al día con suerte, esos pesos extra son un pellizco que duele. Yo, que dejé el refresco hace años por mi diabetes, miro esa escena con el corazón apretado. Sé lo que es vivir con una enfermedad que el azúcar ayudó a desatar, y no quiero que Juan, ni los niños que hoy beben esas botellas, terminen con agujas y pastillas de por vida.
El impuesto no es nuevo. Desde 2014, México grava los refrescos con el IEPS, hoy en 1.64 pesos por litro, para combatir la obesidad (70 por ciento de los adultos) y la diabetes (14 millones de casos). Funcionó a medias: el Instituto Nacional de Salud Pública dice que el consumo de refrescos cayó un 5-10 por ciento. Pero ahora, el Paquete Económico 2026 propone subir el impuesto a 3.08 pesos por litro, un brinco del 87 por ciento. Hacienda jura que no es por recaudar, sino por salud: el dinero irá a bebederos en escuelas y prevención. Suena noble, pero en las obras, en las colonias populares, no hay agua limpia ni mercados con frutas. Solo tienditas con refrescos y agua embotellada igual de cara. Para Juan, ese aumento significa 200-300 pesos extra al mes, casi un día de trabajo, y no tiene dónde elegir algo “sano” que aguante el calor o el trajín de la obra.
Como diabético, sé lo que está en juego. México bebe 166 litros de refresco por persona al año, más que nadie en el mundo. Esas botellas son el 70 por ciento del azúcar añadido en nuestra dieta, un veneno lento que llena hospitales y complica vidas. Mi diagnóstico me obligó a cambiar: adiós refrescos, adiós pastelitos, hola a un tratamiento que no termina nunca. Pero no todos tienen la opción de cambiar. Juan no va al súper por frutas frescas, porque no hay uno cerca. El agua purificada cuesta tanto como la Coca, y un plátano no llena como un Gansito. Este impuesto pega más a los que menos tienen, porque gastan la mitad de su sueldo en comer, mientras los ricos apenas notan el aumento. Es regresivo, injusto: castiga al que no tiene alternativas.
No estoy contra el impuesto, pero no basta con encarecer el refresco. Me preocupa que los niños de hoy, que beben esas botellas en la escuela, sean los diabéticos de mañana. Los jóvenes que ven el refresco como “normal” podrían enfrentar, como yo, un futuro de citas médicas y restricciones. La diabetes no es solo un número: es cansancio, miedo, gastos que no terminan. Si el gobierno quiere salud, que ponga bebederos en cada obra, frutas baratas en cada tiendita, educación nutricional en cada escuela. Que no deje a Juan pagando el precio de un sistema que no le da opciones.
El impuesto al refresco quiere salvarnos, pero ¿quién salva el bolsillo de Juan? Quiero un México donde los niños no vean la Coca como su única bebida, donde los jóvenes crezcan sin jugarse la salud. Porque la diabetes no debería ser el destino de nadie, ni el castigo por sobrevivir con lo que hay. Exijamos más: agua limpia, comida sana, un futuro sin agujas. Comparte tu historia, porque en este México de tendajones, todos tenemos algo que decir.