WALLERSTEIN Y EL CICLO EFÍMERO: EL RETORNO DEL PRI REFORMADO EN MORENA
OPINIÓN
Por Guillermo Cinta Flores
Miércoles 24 de septiembre de 2025
Han pasado 25 años desde el triunfo de Vicente Fox en 2000, que irrumpió como un vendaval conservador derrocando al PRI tras siete décadas de hegemonía. En mi columna del 18 de enero de 2001, publicada en La Jornada Morelos, cité al sociólogo Immanuel Wallerstein —director del Centro Fernand Braudel de Nueva York y experto en transiciones políticas— para pronosticar el futuro de ese cambio. Dicho personaje falleció el 31 de agosto de 2019, pero nos dejó sus reflexiones para entender todavía mejor la realidad actual.
Wallerstein advertía que los triunfos de fuerzas conservadoras, como el PAN de Fox, suelen ser efímeros: duran poco porque fracasan en mejorar las condiciones de las mayorías, empeorándolas incluso, y el poder regresa inevitablemente a “elementos reformados de las fuerzas políticas históricas del país”. En Europa oriental y otras regiones, partidos neoliberales o conservadores similares al PAN no se mantienen en el poder por más de unos años, cediendo ante versiones renovadas de las élites previas.
Aplicado a México, Wallerstein apuntaba a un posible ascenso de un partido socialdemócrata como el PRD, si este se proyectaba como oposición efectiva —aunque yo notaba sus debilidades en Morelos y a nivel nacional. El pronóstico de Wallerstein no falló, pero el ciclo se torció en giros cínicos.
El PAN gobernó de 2000 a 2012, salpicado de promesas incumplidas y escándalos que no tocaron el fondo neoliberal heredado del PRI. En 2012, el regreso del tricolor con Enrique Peña Nieto parecía la “reforma” wallersteiniana: un PRI maquillado, con toques de “apertura democrática”, pero idéntico en su esencia oligárquica y extractiva. Duró apenas seis años, hasta 2018, cuando Andrés Manuel López Obrador y su Morena —nacido de escisiones izquierdistas del PRI y PRD— desplazaron al PRI en un movimiento que prometía romper el molde.
Sin embargo, como advertí en columnas posteriores, Morena no fue una ruptura genuina: era el PRI reciclado en guinda, con cuadros tricolores que transitaron por el PRD sin convicción, conservando su “orgullo revolucionario” estéril. La economía de AMLO, con su neoliberalismo a medias, no pasó la prueba del ácido, y la “izquierda” se reveló relativa: abundan los millonarios que aplaudieron el PNR en 1929 y hoy orbitan Palacio.
Hoy, en 2025, bajo Claudia Sheinbaum —la heredera del obradorato—, el ciclo de Wallerstein se cierra con broche de oro reciclado. Morena no solo es el PRI reformado que predijo el sociólogo; se ha convertido en su extensión orgánica, absorbiendo una infinidad de cuadros priistas en múltiples regiones de México. Lo que inició como filtraciones puntuales durante el sexenio de AMLO se ha acelerado en 2025, con defecciones masivas que igualan o superan la bancada original del PRI en el Senado. Senadores expriistas, petistas y del Verde se han afiliado en masa a Morena, diluyendo aún más las fronteras entre el tricolor agonizante y la guinda hegemónica.
En Hidalgo, por ejemplo, legisladores que renunciaron al PRI se unieron a la bancada morenista local, coincidiendo con el “proyecto de Sheinbaum” como excusa para su salto oportunista. En Guerrero, el líder priista Luis Enrique Benítez Ojeda renunció en mayo para sumarse a Morena, arrastrando consigo redes locales que olían a Los Pinos. Y en el ámbito nacional, casi la mitad de los gobernadores morenistas —desde Veracruz hasta Campeche— militaron en el PRI por hasta 35 años, trayendo su maquinaria clientelar a la 4T.
Estas defecciones no son aisladas; son el pulso de un PRI que, como virus mutante, se infiltró en Morena para sobrevivir. En el Senado, los “neo-morenistas” expriistas ya igualan la bancada tricolor original, un fenómeno que José Antonio Crespo capturó en 2024 con su tuit profético: “Es el PRI reciclado color guinda. Sólo los ciegos no lo ven (pero son millones)”.
En regiones como Yucatán y Puebla, donde el PRI colapsó en las urnas de 2024, sus exdirigentes —descartados por la oposición— fraguaron adhesiones a Morena, aceptadas por Sheinbaum y Mario Delgado. En Tlaxcala y Durango, ecos de priismo rancio resucitan en candidaturas guindas, con exgobernadores tricolores ahora al frente de la 4T local.
Wallerstein lo vio venir: tras el efímero conservadurismo, regresa la fuerza histórica reformada, pero en México esta “reforma” es mera metamorfosis. Morena, con su oligarquía intacta —inspirada en la “Ley de Hierro” de Robert Michels, que convierte toda organización en dominio de élites—, acoge a los mismos que saquearon por 71 años, tejiendo una red que abarca 24 entidades federativas donde vive el 74 por ciento de la población.
El debate actual sobre la “conversión” del PRI en Morena —con choques en Tamaulipas y alianzas rotas con el Verde— confirma el pronóstico de Wallerstein: el poder no se transforma; se recicla. ¿Cuánto durará esta versión guinda antes de su propio estancamiento? En Europa, los conservadores cayeron en ciclos de 5-10 años; en México, el PAN duró 12, el PRI reformado 6. Morena, hinchado de priistas regionales, podría ser el siguiente efímero, esperando su “fin crónico” en 2030 o antes.
La pregunta de Michels persiste: ¿puede haber grandes instituciones sin ceder el poder a unos pocos? En Morena, la respuesta es no. El viejísimo PRI late en Sheinbaum, como lo hizo en AMLO. Y mientras las mayorías esperan mejoras que no llegan, el ciclo —predicho por Wallerstein hace un cuarto de siglo— gira una vez más, arrastrándonos a lo mismo de siempre.