El cuestionado alcalde de Tlaquiltenango, Enrique “Cachirulo” Alonso, impidió la inauguración del Puente Jojutla porque ¡no le gusta el nombre!
En el municipio de Tlaquiltenango, Morelos, el alcalde Enrique Alonso Plascencia ha vuelto a protagonizar un escándalo que roza lo ridículo y lo autoritario: impidió la inauguración del Puente Jojutla-Chinameca, una obra federal y estatal largamente esperada por la región, programada para este jueves con la presencia de la gobernadora Margarita González Saravia.
El anuncio de la apertura había sido hecho incluso en la conferencia matutina de la presidenta Claudia Sheinbaum por el secretario de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes. Sin embargo, Alonso Plascencia convocó a pobladores y funcionarios locales para bloquear el evento, argumentando que el nombre de la vía es “incorrecto” desde su perspectiva geográfica y que debería llamarse Puente Tlaquiltenango-Chinameca.
En un arrebato de victimismo, el edil recordó que la gobernadora inició allí su campaña electoral y la acusó de ingratitud, mientras arremetía contra Sheinbaum con un comentario xenófobo: “Menciona que es Jojutla, no puedo justificar que no sepa mencionar Tlaquiltenango, porque es medio mexicana y medio extranjera”.
Tal despropósito no solo frena el progreso para miles de morelenses, sino que expone la mezquindad de un líder que prioriza su ego sobre el bien común.
Pero para entender el calibre de este alcalde, basta con hojear su historial delictivo, un expediente que huele a impunidad y nexos turbios desde hace más de una década. En 2009, Alonso Plascencia fue detenido en Chiapas junto a tres cómplices mientras intentaba ingresar ilegalmente a México a nueve migrantes guatemaltecos, un caso que lo bautizó como “pollero” en los medios y lo envió temporalmente al reclusorio El Amate. Aquel incidente no fue un desliz juvenil: revelaba un patrón de explotación humana en una zona fronteriza plagada de crimen organizado.
Peor aún, su esposa, María Elena Ávila, fue recluida ese mismo año acusada de secuestrar y asesinar a su propia hija de 14 años, un crimen atroz que salpicó de sospechas a toda la familia y que aún hoy genera escalofríos en Tlaquiltenango.
Alonso, lejos de distanciarse, continuó su ascenso político, demostrando que en Morelos, los pecados del ayer se lavan con votos y alianzas convenientes. El clímax de su carrera criminal llegó en 2018, cuando fue aprehendido por presuntos vínculos con el cártel de Los Rojos, una de las facciones más sanguinarias de Guerrero y Morelos, responsable de decenas de ejecuciones y extorsiones en la región. La detención, en cumplimiento de una orden judicial por el homicidio de Adán “N” en la cabecera municipal, lo vinculó directamente a una célula delictiva que operaba con impunidad en Tlaquiltenango. Aunque fue liberado meses después por falta de pruebas —atribuyendo su captura a “declaraciones falsas” de rivales narcos—, el hedor a complicidad persistió.
Aquel episodio no fue aislado: reportes lo señalaban como financiado ilegalmente por el crimen organizado para su campaña electoral, un secreto a voces en un municipio donde Los Rojos habían tejido una red de terror durante años. Hoy, en 2025, Alonso Plascencia gobierna Tlaquiltenango como si su pasado fuera un borrón y cuenta nueva, pero su reciente bloqueo al puente demuestra que el mismo carácter caprichoso y confrontacional que lo llevó a las sombras del narco ahora se desata contra autoridades federales y estatales.
¿Cómo un hombre con detenciones por tráfico de personas, nexos con sicarios y manejo de vehículos robados —como el incidente de 2022 en Puente de Ixtla, donde cayó con un auto hurtado y fue enviado a prisión preventiva— puede pretender dictar nombres a obras públicas? Su protesta no es por geografía, sino por rencor político y un afán de relevancia que oculta inseguridades profundas. Morelos merece líderes que unan, no que dividan con barricadas y pullas racistas; urge que la gobernadora y la presidenta no cedan ante este relicto del viejo priismo corrupto, y que Tlaquiltenango, por fin, cierre el capítulo de sus alcaldes tóxicos.