LA SECURITIZACIÓN DE LA DISIDENCIA: CUANDO LA OPOSICIÓN SE CONVIERTE EN AMENAZA EXISTENCIAL EN MÉXICO
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Martes 4 de noviembre de 2025
En la mañanera de este 3 de noviembre, la presidenta Claudia Sheinbaum no escatimó en epítetos. “Reacios al cambio”, “defensores de la corrupción pasada”, “agentes del desorden” fueron solo algunos de los dardos retóricos que lanzó contra la oposición de derecha, a la que acusó de orquestar una campaña para desestabilizar su administración. El detonante: el asesinato del alcalde y activista Carlos Manzo en Uruapan, Michoacán, un crimen que Sheinbaum vinculó directamente a “estrategias fallidas” de gobiernos anteriores, pero que rápidamente transformó en un alegato contra los “golpistas conservadores” que, según ella, buscan “regresar a la guerra contra el narco y la intervención extranjera”.
En un país donde la violencia cotidiana ya es norma, tal discurso no es solo política; es un acto de securitización pura, donde la disidencia política se eleva a amenaza existencial para justificar medidas de emergencia.
La escena no es aislada. Desde su llegada al poder en octubre de 2024, Sheinbaum y los líderes de Morena han tejido una narrativa en la que la derecha —encarnada en figuras como Xóchitl Gálvez o los remanentes del PAN-PRI— no es mera oposición electoral, sino un peligro inminente para la “transformación”. Hoy, en medio de protestas por la militarización de la Guardia Nacional y escándalos de corrupción interna en Morena, la presidenta rechazó cualquier “regreso al pasado” y prometió “reforzar” la seguridad en estados como Michoacán con “justicia social y cero impunidad”.
Pero detrás de estas palabras late la teoría de la securitización, esa herramienta analítica que, como explicaban Buzan, Wæver y de Wilde en su seminario “Seguridad, un nuevo marco de análisis” (Security: A New Framework for Analysis) de 1998, transforma cuestiones políticas en emergencias que exigen respuestas extraordinarias, desplazando el debate al ámbito de la defensa nacional.
Recordemos el núcleo de esta teoría: la securitización ocurre cuando una autoridad legítima emite un “acto de habla” que designa a algo —o alguien— como amenaza existencial, movilizando recursos de emergencia si la audiencia lo acepta. En el México actual, donde la seguridad ya no se limita a lo militar sino que abarca lo social y económico, Sheinbaum está expandiendo el horizonte.
La oposición no es solo rival ideológico; es un vector de desestabilización que, según el discurso oficial, alimenta la violencia narco y frena el “bienestar”. Al culpar a Calderón y Peña Nieto (sin aludir para nada a AMLO) por los estragos en Michoacán —donde autodefensas y ejecuciones suman un saldo trágico—, la presidenta no solo politiza el pasado; securitiza el presente, haciendo que cualquier crítica a su “abrazos, no balazos” se lea como complicidad con el caos.
Esta dinámica multidimensional es clave. Buzan y compañía argumentan que, en un mundo de cambios geopolíticos, ambientales e identitarios, el Estado ya no es el único referente de seguridad. En México, la cohesión social se ha convertido en el campo de batalla. Líderes de Morena como Ricardo Monreal o Adán Augusto López, pese a tensiones internas que Sheinbaum sutilmente recriminó este lunes al fustigar la “soberbia” de algunos correligionarios, cierran filas contra la derecha. Acusan a detractores de “llenar de odio” los avances, como el récord histórico en empleo formal que presumió la mandataria.
Así, la securitización no solo justifica vigilancia sobre opositores —recordemos las denuncias de hostigamiento judicial a periodistas y activistas—, sino que relega el debate económico, como la reciente alza de 1.50 pesos en tarifas de transporte en CDMX, a un segundo plano ante la “amenaza” mayor.
Pero ¿es la amenaza real o percibida? La teoría distingue entre el análisis materialista —que mide el daño objetivo— y la construcción retórica. En México, la violencia es innegable: 10 periodistas asesinados en el primer año de Sheinbaum, 51 escándalos de corrupción documentados, muchos tocando a Morena. Sin embargo, al etiquetar a la derecha como “paranoica” por demandar una confrontación frontal al narco, el gobierno invierte los términos. “No vamos a regresar a la guerra”, reiteró Sheinbaum, culpando a sexenios pasados por la escalada. Esto evoca la advertencia de Buzan: Estados pueden ser “complacientes” ante amenazas reales, ignorándolas mientras construyen castillos en el aire contra fantasmas políticos. La audiencia —esa opinión pública morenista que aplaude en las mañaneras— valida el proceso, permitiendo que medidas como el decomiso de 400 motos en operativos “antidelincuenciales” se extiendan a la esfera política.
Influenciada por Carl Schmitt, la Escuela de Copenhague ve en la seguridad una “relación intensa de enemistad”. En México, esto se materializa en la exclusión: la derecha no debate; conspira. Hoy, Sheinbaum rechazó propuestas opositoras como “regresar a García Luna” o invitar intervenciones, posicionándolas como traición existencial. Líderes de Morena amplifican esto en redes, donde posts virales tildan a críticos de “narcoaliados” o “fifís desestabilizadores”. El resultado: una polarización que, como advierten los autores, convierte la seguridad en concepto “negativo”, señal de fracaso en políticas públicas ordinarias. En lugar de dialogar sobre feminicidios o impunidad —que el mecanismo de protección a periodistas ha ignorado en 22 promesas incumplidas—, se activa el modo emergencia, con recursos desviados a “reforzar” estados en crisis.
Sin embargo, la securitización no es irreversible. Buzan, Wæver y de Wilde proponen la desecuritización: mover el asunto del reino de la defensa a la lógica cotidiana de políticas públicas. En México, esto implicaría tratar a la oposición no como enemigo, sino como actor en un pluralismo sano. Imagínese: en vez de epítetos, mesas de diálogo sobre Michoacán que incluyan autodefensas y víctimas, sin el manto de “desestabilización”. O reformas anticorrupción que investiguen a todos —de Monreal a Gálvez— con independencia real, no la FGR como escudo partidista. Desecuritizar liberaría fondos de “emergencia” para empleo y medio ambiente, sectores donde el nivel global —como la cooperación con EE.UU. que Sheinbaum mencionó hoy— podría brillar sin sombras schmittianas.
Pero el riesgo es alto. Al securitizar la disidencia, el gobierno de Sheinbaum y Morena erosiona la democracia. La teoría posguerra fría nos recuerda que, en contextos como el nuestro, la seguridad y la cohesión social dependen de la inclusión, no de la exclusión. Hoy, con protestas en Guadalajara y Monterrey por reformas controvertidas, el “pueblo” que AMLO invocaba se fragmenta: unos abrazan la narrativa oficial, otros queman llantas contra la impunidad. Si la audiencia deja de validar estos actos de habla —como sugieren encuestas crecientes de descontento—, la burbuja podría estallar, exponiendo que la verdadera amenaza no es la derecha, sino la complacencia ante el narco y la corrupción.
En este México de 2025, donde la transformación tropieza con su propia sombra, la vigencia de la securitización es palmaria. Lo que hace años parecía un marco teórico abstracto —ese libro de 1998 que ampliaba la seguridad más allá de lo militar— hoy ilumina el pulso diario: cómo un asesinato en Michoacán se convierte en munición contra opositores, cómo la “justicia social” justifica la inacción. Sheinbaum, científica de formación, podría apreciar esta ecuación: securitizar salva el poder a corto plazo, pero desecuritizar construye naciones duraderas.
El desafío no es solo retórico; es existencial. ¿Seguiremos en modo emergencia, o regresaremos a la política normal? La audiencia —nosotros— decide. Al final, en un país donde el humo de las barricadas se mezcla con el de las promesas evaporadas, urge recordar: la seguridad no es solo defenderse del enemigo; es resolver amenazas sin crear nuevos. México, con su historia de polarizaciones, no puede permitirse más Schmitt en las mañaneras. Desecuriticemos, o el ciclo de ansiedad e incertidumbre —esa “retórica de la urgencia” que Buzan tanto temía— nos consumirá a todos.
