Crónica desde el terreno: Así operó la “autocracia pasiva” en la marcha del Zócalo
NOTA DE LA REDACCIÓN:
En el marco de los disturbios que marcaron el cierre de la Marcha de la Generación Z en el Zócalo capitalino el pasado sábado 15 de noviembre de 2025 —convocada en repudio al asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, y como catalizador de la indignación contra la ola de violencia en el país—, publicamos en nuestra edición de hoy una columna firmada por Alberto Capella Ibarra, exsecretario de Seguridad Pública en Morelos y Quintana Roo, y reconocido analista en temas de orden público. Capella, quien participó como testigo presencial en la movilización, relata en primera persona la dinámica de la protesta: una manifestación masiva, plural y mayoritariamente pacífica que partió del Ángel de la Independencia y se extendió por más de tres horas con consignas contra la presidenta Claudia Sheinbaum, Morena y figuras como Adán Augusto López y Gerardo Fernández Noroña.
Desde su perspectiva —forjada en la organización de marchas ciudadanas hace dos décadas y en la coordinación de operativos de seguridad masiva—, Capella denuncia un “dispositivo de contención” policial diseñado no para resguardar, sino para inhibir: vallas en forma de “L” que fragmentaban el acceso al Zócalo, un único punto de ingreso saturado en la calle 5 de Mayo y focos de violencia —atribuidos a grupos ajenos a los manifestantes— colocados estratégicamente en las entradas y frente a Palacio Nacional. Describe cómo cohetones de alto impacto auditivo generaron pánico, confundidos por muchos con disparos, y cómo los antimotines, mantenidos inmóviles durante cinco horas bajo pedradas y bombas molotov, terminaron por avanzar en una dispersión que convirtió las salidas en rutas de estampida. “El Zócalo no se llenó porque fue operado para no llenarse”, concluye, acuñando el término “autocracia pasiva” para esta forma de control simbólico que tolera la marcha pero la distorsiona con miedo inducido y narrativa de caos.
El texto íntegro de Capella, titulado “Lo que viví en la marcha: Crónica, análisis y la lógica de una ‘autocracia pasiva'”, fue publicado originalmente este lunes 17 de noviembre de 2025 en el portal de Joaquín López-Dóriga. Para profundizar en su testimonio, que incluye nueve puntos clave y una reflexión final sobre la dignidad ciudadana frente a la “ingeniería política”, consulte el artículo completo en: https://lopezdoriga.com/nacional/lo-que-vivi-marcha-cronica-analisis-logica-autocracia-pasiva-alberto-capella/.
La Crónica de Morelos se adhiere a su compromiso de ofrecer voces independientes en el debate sobre seguridad y democracia, sin alterar el contenido original del autor.
Crónica desde el terreno: Así operó la “autocracia pasiva” en la marcha del Zócalo
Por Alberto Capella Ibarra
El sábado 15 de noviembre de 2025, México vivió una de las marchas más genuinas que recuerdo en décadas. Desde el Ángel de la Independencia hasta las inmediaciones del Zócalo, un río humano ininterrumpido de familias enteras, jóvenes, adultos mayores y profesionistas caminó durante más de tres horas bajo banderas mexicanas y blancas, exigiendo justicia por el asesinato del alcalde Carlos Manzo y gritando los nombres de Claudia Sheinbaum, Adán Augusto López y Gerardo Fernández Noroña como responsables políticos de la violencia que nos ahoga.
Fue una movilización plural, espontánea y, sobre todo, pacífica. Lo sé porque estuve ahí, no como espectador, sino como alguien que ha organizado marchas ciudadanas y que también ha coordinado operativos desde el lado de la autoridad.
Lo que vino después no fue casualidad.
Al llegar al primer cuadro del Centro Histórico, la ciudad se transformó en un laberinto diseñado para inhibir, no para proteger. Vallas metálicas en forma de “L” blindaban Palacio Nacional y la Catedral; las calles Madero y Lázaro Cárdenas estaban cerradas a cal y canto; el único acceso real era la calle 5 de Mayo, convertida en embudo. Quien haya estado en protestas sabe leer ese lenguaje: cuando el gobierno quiere facilitar la llegada, abre avenidas; cuando quiere que no llegues, te obliga a pasar por un cuello de botella donde todo puede pasar.
Y todo pasó. Justo en la puerta de ingreso, un grupo de jóvenes —cuya presencia nadie en la marcha reconoció como propia— comenzó a golpear las vallas. Humo, cohetones ensordecedores, piedras. Miles de personas se detuvieron en seco. Niños llorando, abuelas asustadas, familias enteras dando media vuelta.
Más adelante, frente a Palacio Nacional —y no frente a la Catedral, como se quiso hacer creer—, se concentró el núcleo duro de la violencia: botellas, molotov, pedradas durante más de cinco horas. Mitad de las vallas derribadas eran precisamente las que protegían la casa presidencial.
Los policías antimotines, a quienes también vi de cerca, soportaron estoicos ese infierno sin recibir autorización para avanzar. Eran escudos humanos de una orden política que los mantuvo inmóviles hasta que, finalmente, los “soltaron”. La reacción fue dura, comprensible en términos humanos, aunque nunca justificable en excesos. Ellos también fueron víctimas de la ecuación.
Porque el objetivo no era repeler vándalos; era vaciar el Zócalo.
Los cohetones de alto impacto auditivo hicieron el resto. Muchos creyeron que eran disparos de arma de fuego. El pánico se regó como pólvora. Contingente tras contingente llegaba, veía el humo, oía las explosiones, sentía el miedo y optaba por retirarse. El Zócalo nunca se llenó, no porque la marcha fuera pequeña —fue enorme—, sino porque fue operado para que no se llenara.
A las cuatro de la tarde, cuando los antimotines abrieron el cerco y avanzaron, miles corrieron despavoridos por las únicas salidas habilitadas, todas convertidas en trampas de vallas y embudos. Fue el cierre perfecto de una coreografía que no dejó nada al azar.
Esto que vivimos tiene nombre: autocracia pasiva. No te prohíben marchar, no te gasean de entrada, no declaran el estado de excepción. Te dejan caminar… pero colocan la violencia exactamente donde vas a entrar. Te permiten avanzar… pero te fragmentan, te asustan, te dispersan. Te toleran la protesta… siempre y cuando no se vea demasiado grande ni demasiado cerca de Palacio Nacional. Es autoritarismo administrado con guante de seda y porra envuelta en celofán.
El sábado México caminó con dignidad y con esperanza. Lo pacífico fuimos nosotros, los ciudadanos. El caos fue inducido con precisión quirúrgica para que las fotos del Zócalo semivacío fueran la narrativa oficial y para que el mensaje quedara clarísimo sin necesidad de decirlo con palabras: este espacio ya no es del pueblo; es del movimiento.
Mientras esa lógica prevalezca, cada marcha será una batalla por recuperar no solo las calles, sino la verdad de lo que realmente está pasando en nuestro país.
