NO HAY TOS: EL ARTE DE LA RECONCILIACIÓN POLÍTICA EN MORELOS
OPINIÓN
Por Guillermo Cinta Flores
Lunes 1 de diciembre de 2025
En el vasto tapiz de la historia política mexicana, donde las divisiones han sido tan frecuentes como inevitables, Morelos emerge como un ejemplo recurrente de cómo la reconciliación puede transformar la polarización en progreso colectivo.
Hace más de cuatro décadas, en septiembre de 1981, don Lauro Ortega Martínez, postulado por el PRI como candidato a la gubernatura de Morelos, realizó un gesto que trascendió el mero cálculo electoral: visitó personalmente a quienes entonces se perfilaban como posibles relevos del gobernador Armando León Bejarano, cuyo periodo (1976-1982) había dejado al estado en un delicado equilibrio social.
Aquellas visitas no fueron meras formalidades protocolares, sino un llamado genuino a la unidad. Don Lauro, con su característico talante conciliador, invitó a cada uno de ellos a sumarse al proyecto de un Morelos renovado, reconociendo que la entidad enfrentaba graves niveles de polarización política y social. Era una acción cien por ciento política, pero impregnada de sabiduría humana, diseñada para sanar heridas y forjar alianzas en un terreno minado por desconfianzas.
El diagnóstico de la fractura morelense no era nuevo. En 1976, durante su campaña presidencial, José López Portillo había advertido públicamente que encontraba un Morelos “muy dividido”, un estado donde las tensiones entre grupos de poder y la sociedad civil amenazaban con deshilacharse. Seis años después, en 1982, Miguel de la Madrid Hurtado, al asumir la Presidencia, reiteró esa percepción: el estado necesitaba urgentemente un bálsamo de estabilidad para evitar que la división se convirtiera en caos.
Don Lauro Ortega Martínez, una vez investido gobernador (1982-1988), no decepcionó en su promesa de reconciliación. Su administración se caracterizó por ser de puertas abiertas, una verdadera fiesta de la inclusión que rayaba en lo utópico para los estándares de la política priista de entonces. Abrió los brazos incluso a cuadros conocidos de la oposición, aquellos que en otros contextos habrían sido marginados o confrontados, demostrando que la gobernabilidad no se construye con murallas, sino con puentes.
A lo largo de mis décadas observando la vida política de Morelos, he presenciado el paso de diez gobernadores por el Palacio de Gobierno, incluyendo los tres turbulentos del sexenio de pesadilla entre 1994 y 2000. He visto administraciones incluyentes, que tejían consensos como artesanos pacientes, y otras excluyentes, cerradas como fortalezas asediadas, donde el diálogo era un lujo postergado. Don Lauro pertenecía al primer grupo, un faro de apertura en medio de tormentas.
Una de sus prácticas más emblemáticas era la “diplomacia del café”: convocaba a quienes discrepaban de sus políticas públicas a una tertulia informal en restaurantes céntricos de Cuernavaca. Sobre una taza humeante o un almuerzo sencillo, analizaba el alcance de sus decisiones y abría la puerta a su participación en el gobierno. Era su forma sutil de decir “no hay tos”, parafraseando al expresidente Vicente Fox, quien popularizó esa expresión para desdramatizar roces y afirmar que las diferencias no dejan secuelas permanentes.
Esta tradición de reconciliación no es un relicto del pasado, sino un legado vivo que resuena en el presente. Hace apenas unos días, el 18 de noviembre de 2025, la gobernadora Margarita González Saravia y Rafael Reyes Reyes, coordinador de Morena en el Congreso local, se reunieron en la Residencia Oficial de Cuernavaca. El encuentro, lejos de ser casual, fue un acto calculado para neutralizar rumores y fortalecer la cohesión institucional.
El telón de fondo era tenso: en espacios mediáticos y políticos, se había sugerido que Reyes Reyes, con sus decisiones legislativas, estaba pasando por encima de la institucionalidad y la solidaridad hacia la mandataria. Alguien, con astucia de titiritero, había intentado afilar navajas entre ambos, avivando la idea de una brecha insalvable dentro del mismo movimiento. Pero González Saravia, con el colmillo político afilado por años de experiencia, tomó la iniciativa y extendió la invitación.
La foto que selló esa reunión proyectaba un mensaje inequívoco: unidad, complicidad, “no hay tos”. Ambas figuras, sonrientes y cercanas, posaron para la posteridad, desarmando de un plumazo las narrativas de confrontación. Fue un eco directo de las visitas de don Lauro, una demostración de que el poder real reside en la capacidad de tender puentes, no en erigir trincheras.
Posteriormente, González Saravia rechazó públicamente cualquier brecha entre ella y Reyes Reyes, calificando las especulaciones como intentos vanos de desestabilización. “Estamos trabajando en equipo por Morelos”, afirmó, subrayando que la lealtad partidista no excluye el diálogo franco. Este posicionamiento no fue retórico; se tradujo en resultados tangibles que beneficiaron al estado entero.
El clímax de esta reconciliación llegó con la aprobación unánime del Presupuesto de Egresos y la Ley de Ingresos del Estado para 2026 en el Congreso local. Sin vetos ni filibusteros, el paquete presupuestal pasó con el respaldo total de las fuerzas políticas, un logro que ilustra el poder transformador de la mesa compartida. No hubo tos, ni bronca; solo el zumbido productivo de una maquinaria legislativa alineada.
En un México donde la polarización parece el deporte nacional, estos episodios morelenses nos recuerdan que la política no es un ring de boxeo, sino un foro de entendimiento. Don Lauro lo sabía, y Margarita González lo practica hoy: la inclusión no debilita; fortalece. Es la antítesis de los gobiernos cerrados que he visto colapsar bajo el peso de su propia rigidez.
Ojalá esta tradición se multiplique. En tiempos de campañas eternas y redes sociales que amplifican el rencor, recuperar el “café conciliador” podría ser el antídoto contra la parálisis. Morelos, con su historia de divisiones superadas, ofrece lecciones universales: la reconciliación es el verdadero motor del cambio.
Como bien lo expresó Eleanor Roosevelt, “No basta con hablar de paz. Hay que creer en ella. Y no basta con creer en ella. Hay que trabajar por ella”. En Morelos, don Lauro y la gobernadora González Saravia no solo hablan; actúan. Y en esa acción radica la esperanza de un entendimiento duradero.
