EL DESGARRO DEL TEJIDO SOCIAL EN MÉXICO: UNA CRÓNICA DE INSEGURIDAD Y DESCOMPOSICIÓN
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Martes 2 de diciembre de 2025
En un país como México, donde la diversidad cultural y la resiliencia histórica han sido pilares de identidad, el tejido social se presenta hoy como un tapiz raído por múltiples fisuras. Este conjunto interdependiente de elementos —población, cultura, normas, instituciones, roles, estructura social, redes de interacción, capital social, territorio y sistemas de comunicación— ha sufrido un deterioro profundo, impulsado por factores como la pobreza, la desigualdad, la corrupción y, sobre todo, la inseguridad pública. En el estado de Morelos, este fenómeno se agudiza, convirtiéndose en un microcosmos de la crisis nacional, donde la violencia y la impunidad han erosionado la convivencia diaria. Esta columna busca analizar cada componente del tejido social, destacando cómo la inseguridad lo ha dañado, y plantea la urgencia de una reconstrucción para evitar el colapso total.
Población (Estructura Demográfica)
La violencia ha provocado desplazamientos forzados, desapariciones masivas y un miedo colectivo que altera la composición demográfica. En México se acumulan más de 115 mil personas desaparecidas desde 2006 y cientos de miles de desplazados internos. En Morelos, uno de los estados con mayor percepción de inseguridad del país, la migración hacia zonas más seguras (o al extranjero) y la pérdida de población joven por homicidios, reclutamiento forzado o fuga han generado un envejecimiento acelerado y un vaciamiento de comunidades rurales y colonias populares. La pobreza y la falta de oportunidades convierten a los jóvenes en presa fácil del crimen organizado.
Cultura
La cultura de la legalidad y el respeto a la vida se han erosionado gravemente. La normalización de la violencia —a través de narcocorridos, series, redes sociales y la propia experiencia cotidiana— generó una tolerancia mayor al dolor ajeno y una banalización de la muerte. En muchas comunidades, especialmente juveniles, ser “malandro” o pertenecer a un grupo criminal se convertió en símbolo de estatus. En Morelos, la glorificación de figuras locales del narco y la pérdida de festividades tradicionales por miedo a extorsiones o balaceras han debilitado los valores de solidaridad y comunidad que históricamente distinguieron a la entidad.
Normas Sociales
Las reglas formales e informales han perdido fuerza y legitimidad. La impunidad superior al 98 por ciento en homicidios y la corrupción policial han instalado la idea de que “la ley no sirve” y que “el que puede, manda”. Esto destruye normas básicas de convivencia: la gente ya no denuncia, no confía en el vecino, evita salir de noche y normaliza el pago de “derecho de piso”. En Morelos, la violencia intrafamiliar y de género se ha disparado porque incluso dentro del hogar las normas de respeto y cuidado se han roto.
Instituciones Sociales
Todas las instituciones clave están en crisis. La familia se desintegra por ausencias (muerte, desaparición, migración, cárcel); la escuela pierde autoridad y alumnos por deserción o reclutamiento; el sistema de justicia es visto como cómplice o inútil; la policía es temida más que respetada, y el propio Estado aparece capturado o rebasado por el crimen organizado.
Roles y Estatus Sociales
Los roles tradicionales se distorsionan o desaparecen. El padre proveedor se convierte en víctima de secuestro o extorsión; el maestro, en blanco de amenazas; el joven, en sicario o halcón por necesidad económica; la mujer, en objeto de control territorial mediante la trata o el feminicidio. En Morelos, niños de primaria ya cumplen funciones de vigilancia para grupos delictivos porque el estatus de “niño” dejó de protegerlos.
Estructura Social
La desigualdad extrema y la fragmentación territorial han creado verdaderos guetos de pobreza y violencia. Barrios enteros de Cuernavaca, Jiutepec, Temixco o Emiliano Zapata están bajo control de células criminales que imponen su propia jerarquía. La clase media huye o se encierra en fraccionamientos privados; los pobres quedan atrapados entre la extorsión y el reclutamiento forzado. La movilidad social se congeló: nacer pobre en una zona roja equivale casi a una sentencia.
Redes de Interacción y asociaciones
El miedo destruyó las redes comunitarias. Ya no hay reuniones vecinales, las fiestas patronales se cancelan, los mercados tradicionales pierden clientela, las asociaciones civiles cierran por amenazas. En Morelos, colectivos de búsqueda de desaparecidos son de los pocos que aún se organizan, pero incluso ellos enfrentan hostigamiento constante.
Capital Social
México ocupa lugares bajísimos en índices internacionales de confianza interpersonal. En Morelos, la frase “no te metas” resume la pérdida de reciprocidad y cooperación. La gente ya no presta herramientas, no cuida la casa del vecino ausente, no interviene ante una agresión. El capital social se redujo al círculo mínimo de la familia nuclear (y a veces ni eso).
Territorio
El espacio público fue apropiado por la delincuencia. Calles, parques, transporte público y hasta cementerios son zonas de riesgo. Colonias enteras cambian de “dueño” criminal cada pocos meses, obligando a los habitantes a aprender nuevas “reglas” de supervivencia. El territorio dejó de ser fuente de identidad y orgullo para convertirse en fuente de terror.
Sistemas de comunicación
Los medios tradicionales y las redes sociales amplifican el miedo y la desinformación. Videos de ejecuciones, mantas con amenazas y rumores de balaceras provocan parálisis colectiva. En Morelos circulan constantemente alertas falsas o reales que mantienen a la población en estado de ansiedad permanente, rompiendo cualquier posibilidad de coordinación comunitaria positiva.
El tejido social está desgarrado. La inseguridad pública actúa como el factor catalizador que, combinado con pobreza estructural, corrupción sistémica y abandono, ha provocado una regresión civilizatoria sin precedentes. Si no se atiende de manera simultánea y contundente cada uno de estos diez componentes —con políticas integrales de justicia, desarrollo, educación y recuperación del espacio público—, el país y el estado corren el riesgo real de convertirse en territorios ingobernables donde la ley del más fuerte reemplace definitivamente a la ley de todos. La reconstrucción del tejido social no es una tarea opcional ni romántica: es la condición mínima para que México y Morelos sigan existiendo como sociedad. El tiempo se agota.
