CUERNAVACA: EL TEJIDO SOCIAL HECHO JIRONES
OPINIÓN
Por Guillermo Cinta Flores
Martes 2 de diciembre de 2025
No hizo falta que Joan Christian Carmona Barón, secretario ejecutivo del Consejo Municipal de Seguridad Pública, lo repitiera para que lo sepamos: el tejido social de Cuernavaca está roto. Lo dijo en enero con todas sus letras y ayer, aunque prefirió hablar de colonias focalizadas, apps y cámaras adoptadas, los números que presentó en la conferencia de prensa gritan lo mismo: 84 por ciento de percepción de inseguridad, extorsiones al alza, violaciones que no ceden y once colonias que concentran más de un tercio de los auxilios policiales. El diagnóstico técnico puede cambiar de vocabulario, pero la herida sigue abierta y sangrando.
Lo que vemos en las calles no es solo delincuencia; es la disolución lenta de la convivencia. Hace quince años, en el centro de Cuernavaca se podía caminar a cualquier hora sin mirar atrás; hoy, a plena luz del día, la gente cruza de acera cuando ve una moto con dos tripulantes. Los restaurantes cierran temprano, los jóvenes evitan los parques después de las siete y los vecinos ya no se prestan ni la sal porque desconfían de quien toca la puerta. Eso no es estadística: es la muerte cotidiana de la comunidad.
El crimen organizado no inventó esta fractura; la aprovechó. Encontró un terreno fértil donde la pobreza, la corrupción policial histórica y la violencia intrafamiliar ya habían hecho el trabajo sucio. Cuando un comerciante paga derecho de piso no solo entrega dinero; entrega también la esperanza de que las cosas puedan cambiar por la vía institucional. Cada extorsión consumada es un hilo menos en el tejido que alguna vez nos sostuvo.
Las autoridades responden, como hoy, con aplicaciones, botones de pánico y comités vecinales. Son parches necesarios, pero parches al fin. Mientras el salario de un policía siga siendo de hambre, mientras las colonias populares carezcan de iluminación, canchas y opciones de empleo digno para sus jóvenes, la costura seguirá reventándose por más cámaras que adoptemos. La tecnología vigila, pero no reconstruye confianza.
Morelos lleva años siendo el estado con la peor percepción de inseguridad del país. Eso no es casualidad ni fatalidad: es consecuencia directa de haber permitido que la impunidad y la desigualdad gangrenaran la vida colectiva. Cuernavaca, que presume ser la ciudad de la eterna primavera, hoy vive un invierno largo donde el miedo es el único clima compartido.
Reconstruir el tejido social no será tarea de una administración ni de una app. Exigirá que dejemos de mirarnos como extraños en nuestra propia ciudad, que los vecinos vuelvan a hablarse, que los niños jueguen en las calles sin que sus madres tiemblen. Mientras eso no ocurra, las cifras podrán maquillarse, las conferencias podrán repetirse, pero la verdad seguirá siendo la misma: en Cuernavaca ya no nos reconocemos entre nosotros, y eso, más que cualquier balacera, es la tragedia más profunda.
