La changarrización avanza: más de la mitad de México y Morelos sobrevive en la informalidad
En las calles de Cuernavaca o en los mercados de Chilpancingo, el panorama es el mismo que en gran parte del país: puestos ambulantes, tienditas familiares, microbuses atestados y un sinfín de microempresas precarias que brotan como hongos ante la falta de empleos formales.
Lo que algunos llaman “emprendedurismo popular”, en realidad es la changarrización en su máxima expresión: una economía informal que actúa como colchón de supervivencia, pero que revela profundas grietas en el desarrollo nacional.
Los datos más recientes del INEGI lo confirman sin ambages. En 2024, la economía informal alcanzó un récord histórico al aportar el 25.4% del PIB nacional, un aumento de 0.7 puntos respecto a 2023. Esto significa que uno de cada cuatro pesos generados en México proviene de actividades sin registros formales, sin seguridad social ni protección laboral plena. Y la tendencia no se detiene: la informalidad laboral escaló hasta el 55.7% en octubre de 2025, con más de 33.9 millones de trabajadores en esa condición, frente a solo 22.8 millones registrados en el IMSS.
Este fenómeno no es nuevo, pero se aceleró en los últimos años.
Post-pandemia, con un crecimiento económico anémico (alrededor del 1-1.5% anual reciente), burocracia asfixiante para formalizar empresas y costos laborales elevados, es el campo sobre el que millones optan por el autoempleo precario. Los changarros generan ingreso rápido, sí, pero con productividad baja, sin acceso a crédito formal ni innovación. Es resiliencia callejera, pero también un freno al progreso: mientras la formalidad impulsa inversión y tecnología, la informalidad perpetúa la desigualdad y limita la recaudación fiscal.
En regiones como Morelos, el diagnóstico es aún más crudo. El estado figura entre los de mayor informalidad laboral, con tasas que rondan el 65-68% en trimestres recientes (65.9% en el cuarto trimestre de 2024, según boletines estatales del INEGI).
Dependiente del turismo estacional, la agricultura de subsistencia y el comercio ambulante, Morelos ve cómo sus microempresas familiares absorben mano de obra, pero a costa de precariedad.
Aunque en algunos trimestres el valor agregado informal ha mostrado caídas puntuales (como el -3.8% anual en el segundo trimestre de 2025), la tasa estructural de informalidad sigue alta, reflejando un mercado laboral que no genera suficientes puestos formales.
México entero, y Morelos en particular, vive esta changarrización creciente como válvula de escape ante el estancamiento. Es un mecanismo de supervivencia admirable en su ingenio popular, pero alarmante en sus implicaciones: menor productividad, mayor vulnerabilidad y un crecimiento que se atora en el subdesarrollo. Si no se abordan las causas profundas —simplificación regulatoria, incentivos a la formalización y estímulo real a la inversión productiva—, seguiremos celebrando la “resiliencia” mientras el país se queda atrás.
