TRAGEDIA EN EL TREN INTEROCEÁNICO: UN LLAMADO A LA REFLEXIÓN SOBRE LA SEGURIDAD FERROVIARIA
OPINIÓN
Por Guillermo Cinta Flores
Lunes 29 de diciembre de 2025
El descarrilamiento del Tren Interoceánico en el tramo cercano a Nizanda, Oaxaca, ha conmocionado al país al dejar un saldo trágico de 13 personas fallecidas y 98 heridas, según confirmó la Secretaría de Marina (Semar). El incidente ocurrió con más de 200 pasajeros a bordo, en un servicio que forma parte del Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec, un proyecto emblemático de conectividad regional.
Las autoridades reportaron que el tren, operado bajo supervisión federal, se salió de las vías en circunstancias aún bajo investigación, destacando la rápida movilización de equipos de rescate para atender a los afectados. Este suceso resalta la vulnerabilidad inherente a los sistemas de transporte masivo, especialmente en zonas con topografía desafiante como el Istmo.
Los reportes iniciales indicaban alrededor de 20 lesionados, pero las cifras actualizadas revelaron una magnitud mayor, con 139 personas fuera de peligro tras el accidente. La Semar desplegó personal y recursos para el rescate, incluyendo helicópteros y ambulancias, en coordinación con autoridades locales y federales.
La presidenta Claudia Sheinbaum se pronunció al respecto, enfatizando la prioridad en la atención a víctimas y la coordinación interinstitucional. Aunque la respuesta inmediata parece haber sido eficiente, surge la interrogante sobre si protocolos preventivos podrían haber mitigado el impacto, considerando que el tren transportaba a 241 pasajeros y 9 tripulantes en el momento del siniestro.
El Corredor Interoceánico representa un esfuerzo por revitalizar la economía del sureste mexicano, conectando los océanos Pacífico y Atlántico para fomentar el comercio y el turismo. Inaugurado en etapas recientes, ha sido promocionado como un avance en infraestructura sostenible y accesible.
Sin embargo, este accidente pone en evidencia posibles fallas en el mantenimiento o la supervisión, ya que informes sugieren que problemas previos en el sistema ferroviario podrían haber sido ignorados, culminando en esta tragedia. Es crucial reconocer los beneficios del proyecto, como la generación de empleo y la integración regional, sin obviar la necesidad de auditorías rigurosas para garantizar su viabilidad a largo plazo.
Las causas exactas del descarrilamiento permanecen en investigación, pero factores como el estado de las vías, condiciones climáticas o errores operativos podrían estar involucrados. En contextos similares, expertos en transporte han señalado que infraestructuras nuevas requieren periodos de ajuste y monitoreo constante. Criticar este evento no implica cuestionar el compromiso gubernamental con el desarrollo, sino destacar la importancia de integrar lecciones aprendidas de incidentes pasados para prevenir repeticiones.
La transparencia en la indagatoria será clave para restaurar la confianza pública en el sistema. La atención a las víctimas y sus familias debe ser el foco principal, con apoyo médico, psicológico y económico proporcionado de manera oportuna.
Organizaciones civiles y observadores independientes podrían contribuir a una evaluación imparcial, asegurando que las recomendaciones se implementen efectivamente. Este accidente, aunque doloroso, ofrece una oportunidad para fortalecer estándares de seguridad en todo el sector ferroviario mexicano, alineados con normativas internacionales.
En última instancia, el Tren Interoceánico simboliza aspiraciones de progreso, pero su éxito depende de un equilibrio entre ambición y precaución. Una respuesta objetiva al siniestro involucra no solo luto por las pérdidas, sino un compromiso renovado con la excelencia operativa. Esperemos que esta tragedia impulse mejoras concretas, beneficiando a las comunidades que dependen de estos avances infraestructurales.
