AGUA SUCIA Y PROMESAS BRILLANTES: EL PARCHE DE CUERNAVACA
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Jueves 13 de marzo de 2025
Por fin, el Ayuntamiento de Cuernavaca se dignó a hacer algo con el cadáver financiero que arrastra el SAPAC, ese organismo que, en teoría, debería garantizar agua potable pero que lleva años ahogado en deudas y excusas.
En una sesión de Cabildo que huele más a sobrevivencia política que a heroísmo, el alcalde José Luis Urióstegui Salgado logró que le aplaudieran por unanimidad un par de convenios para maquillar las cifras rojas. ¿El gran plan? Patear el bote de las deudas históricas con la CFE y el ICTSGEM mientras se pinta de salvador responsable. Pero, como siempre, el diablo está en los detalles, y aquí apesta a improvisación.
Primero, la deuda con la CFE: 287 millones de pesos acumulados entre 2016 y 2021, un monumento a la ineptitud de administraciones pasadas. Tras un pago inicial de 7 millones —una migaja para calmar al gigante eléctrico—, la deuda bajó a 279 millones. Ahora, con un convenio “peso a peso”, prometen reducirla a 139 millones, pagando 3 millones al mes durante tres años. Suena bonito, ¿verdad? Hasta que lees que el Ayuntamiento será aval y que necesitan rogarle al Congreso que les deje hipotecar el futuro hasta 2028. ¿Y de dónde saldrá la lana? Silencio sepulcral. Si las finanzas municipales siguen tan frágiles como el servicio de agua, esto es un castillo de naipes esperando el primer soplido.
Luego está el acuerdo con el ICTSGEM: 110 millones de deuda inicial, que mágicamente se convierten en 50 millones si pagan el capital y les condonan los intereses. Un pago inicial de 2.5 millones y cuotas de 400 mil al mes. Aquí hay que aplaudir la negociación —o la desesperación del ICTSGEM por cobrar algo—, pero el problema es el mismo: ¿quién asegura que el SAPAC, ese pozo sin fondo, podrá cumplir? Los trabajadores, dice Urióstegui, también se beneficiarán. Claro, siempre es buen momento para vender esperanza barata.
El alcalde se llena la boca con palabras como “transparencia” y “gestión eficiente”, pero esto no es una solución, es un analgésico. Las deudas históricas del SAPAC no son un accidente; son el resultado de años de corrupción, ineficiencia y una ciudad que paga por agua que no llega. ¿Qué garantía hay de que no volveremos a estar en las mismas en cinco años? Ninguna. Este plan depende de la buena voluntad del Congreso, de la disciplina de un Ayuntamiento que no brilla por su estabilidad y de un SAPAC que, sin una reestructura de fondo, seguirá siendo un lastre.
No nos engañemos: reducir deudas a billetazos es un respiro, no una cura. Urióstegui puede presumir su “paso relevante” y su compromiso con la comunidad cuernavacense, pero mientras no ataquen las raíces del problema —la pésima administración y la falta de ingresos propios del SAPAC—, esto es solo un malabarismo financiero con fecha de caducidad. La próxima administración heredará el mismo desastre, solo que con menos ceros y más cinismo. Y nosotros, los de a pie, seguiremos esperando que el agua salga limpia, aunque sea por milagro.