¿Aguinaldo de oro o bofetada a la jefa? La patética codicia del exalcalde de Cuautla, Rodrigo Arredondo
Rodrigo Arredondo López, el eterno superviviente de la política morelense, ha decidido disfrazarse de humilde peón para morder la mano que lo designó: la de la gobernadora Margarita González Saravia.
En un amparo judicial que apesta a oportunismo puro, el director del Conalep Morelos exige 90 días de aguinaldo como si fuera un obrero de cuello azul, invocando la Ley del Servicio Civil que reserva esa bonanza para los “subordinados” del estado.
Pero aquí va la primera pulla: Arredondo no es un mandado cualquiera; es un nombrado a dedo por la propia González, según el artículo 20 de los estatutos del Conalep, que le confiere facultades directas para colocarlo en el trono.
¿Subordinado? Más bien un patrón en miniatura, con autonomía para manejar planteles y presupuestos, pero ahora finge sumisión para rascar una lana millonaria que sus ex-trabajadores en Cuautla solo soñaron.
El cinismo de este exalcalde morenista alcanza picos estratosféricos cuando recordamos su currículum laboral: durante su gestión en Cuautla, empleados lo acusaron de escatimar prestaciones, dejando a decenas con las manos vacías mientras él posaba de líder popular.
Hoy, en un volteo de guión digno de telenovela barata, se planta ante los tribunales argumentando una “relación laboral subordinada” con la gobernadora, como si González fuera su jefa de taller y no la que le regaló el puesto en enero de 2025.
Documentos oficiales lo pintan claro: el Conalep es un organismo descentralizado, dependiente del Gobierno del Estado, pero su director opera con libertad ejecutiva, no con órdenes diarias. Esta farsa no solo contradice su rol de alto funcionario –donde los aguinaldos suelen ser caprichosos y no automáticos–, sino que expone la hipocresía de un tipo que, pese a denuncias por corrupción y violencia política, aterrizó en el Conalep gracias a lazos con la élite sheinbaumista.
La jugada de Arredondo huele a revancha o a cálculo frío en tiempos de fin de sexenio, donde presupuestos se evaporan como humo.
Fuentes expertas filtran dos salidas: soltar la lana solicitada, que podría rondar los cientos de miles de pesos según su salario base, o mandarlo al carajo con un despido que desate otra tormenta por “injustificado”.
Pero vayamos al tuétano: si realmente fuera un subordinado leal, ¿por qué no negociar en privado con su “superiora” en lugar de ventilar la ropa sucia en un juzgado? Observadores políticos lo ven como un pulso interno en Morena, donde Arredondo –perdedor de reelección en Cuautla por escándalos de violencia y extorsión– busca posicionarse como mártir ante un posible relevo.
Y mientras, los verdaderos trabajadores del Conalep, esos que sí sudan en aulas y talleres, miran con asco cómo su jefe convierte una prestación en arma personal.
Este episodio no es solo un capricho fiscal; es un espejo roto de la política morelense, donde los “líderes” como Arredondo predican equidad pero practican el sálvese quien pueda. La gobernadora González, que lo blindó pese a las sombras de la Fiscalía Anticorrupción, ahora enfrenta el bochorno de un aliado que la pinta de tirana en papeles legales.
¿Legítimo derecho o acto de ingratitud? La ley podría fallar a su favor si valida esa categoría de “trabajador estatal”, pero el jurado moral ya dictó sentencia: incongruente y voraz. En un estado azotado por inseguridad y recortes educativos, este amparo distrae de lo esencial, como los 5 mil alumnos del Conalep que merecen directores enfocados en talleres, no en bolsillos.
Al final, el caso Arredondo es la crónica de un naufragio anunciado: un funcionario que confunde lealtad con latrocinio, y que podría arrastrar al Gobierno del Estado a un litigio interminable.
Si Margarita cede, legitima la farsa; si lo despide, aviva el fuego morenista. Lo único previsible es que, como siempre en Morelos, el escándalo beneficiará a los de arriba –quizá a Arredondo con un nuevo hueso en el gabinete federal– mientras los de abajo pagan el pato con más desconfianza en el sistema.
Que el amparo sirva de lección: en política, hasta los “subordinados” terminan siendo patrones de su propia codicia.
