ALTARES SIN FRONTERAS: LA NOSTALGIA MIGRANTE EN EL DÍA DE MUERTOS

OPINIÓN
Por Carolina Ruiz Rodríguez *
Lunes 3 de noviembre de 2025
El Día de Muertos no es solo una tradición: es el corazón palpitante de nuestra identidad como morelenses y mexicanos. En cada flor de cempasúchil, en cada vela encendida y en cada fotografía colocada sobre un altar, late ante el mundo una parte de lo que somos como pueblo. Declarado Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, este festejo es, además de una expresión cultural, un puente que nos une con nuestros muertos y, paradójicamente, nos reafirma en la vida.
Pero este año, el Día de Muertos también es un recordatorio de otra realidad que duele: la de millones de mexicanos migrantes que, lejos de su tierra, viven la festividad desde la distancia y enfrentando un sinfín de riesgos.
Y es que, aunque parezcan caminos distintos, la migración y el Día de Muertos están profundamente conectados. A ambos se les relaciona con ausencia, con memoria, con esperanza, con la necesidad de mantener viva y unida a la familia. Para quienes cruzaron fronteras en busca de mejores oportunidades, estas fechas significan volver —aunque sea en pensamiento— a la casa, al pueblo, al cementerio donde descansan los suyos, que en mucho también son nuestros.
Durante años, los Días de Muertos fueron una temporada de reencuentros. Miles de connacionales regresaban desde Estados Unidos a sus comunidades en México para abrazar a la familia, colocar ofrendas y compartir el pan de muerto. Era, en muchos sentidos, un retorno simbólico a lo esencial.
Sin embargo, este 2025 el panorama es distinto. En varias ciudades estadounidenses, donde residen más del 90 por ciento de nuestros migrantes, las celebraciones del Día de Muertos —que habían cobrado gran fuerza gracias a la presencia mexicana— fueron suspendidas o reducidas a lo mínimo.
El motivo no es menor: el temor a las redadas migratorias del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés). Esta amenaza latente ha opacado los colores y los olores de las ofrendas públicas, los desfiles y los murales que en años recientes llenaban de vida a comunidades enteras. La incertidumbre migratoria ha impuesto un silencio que contrasta con la alegría y el orgullo de esta fecha.
Tampoco muchos migrantes pudieron volver a México. Las dificultades para cruzar la frontera, la incertidumbre del retorno, los costos del viaje y la criminalización desde ciertos discursos y políticas migratorias, hacen que el regreso a casa parezca cada vez más lejano.
Aun así, el Día de Muertos sobrevive, como lo ha hecho desde hace siglos. Sobrevive a las modas, a las fronteras y a los intentos por diluir nuestra identidad en un mundo globalizado. Frente a celebraciones como el Halloween, la nuestra se mantiene firme, porque no es una simple fiesta: es un acto de amor colectivo, de resistencia cultural, son valores, raíces e identidad.
Hoy, gracias a las redes sociales y las nuevas tecnologías, los altares cruzan océanos. Desde Los Ángeles hasta Nueva York, desde Toronto hasta Madrid, desde Japón hasta Alemania, los migrantes levantan ofrendas con el mismo fervor con que lo harían en su pueblo natal.
A veces son altares diminutos, colocados en una esquina del apartamento o sobre una mesa de trabajo e inclusive virtuales; otras, son verdaderas expresiones comunitarias que congregan a cientos de personas. Pero en todos ellos hay una misma esencia: la necesidad de recordar y pertenecer, de reafirmar que México no se olvida, aunque la distancia se mida en kilómetros y años.
El Día de Muertos ha conquistado al mundo, pero su alma sigue siendo mexicana. Es una tradición que no necesita pasaporte para viajar ni permiso para quedarse en el corazón de quien la conoce y hace suya.
En cada migrante que coloca una vela en honor a los suyos, en cada niño que aprende a decir “ofrenda” antes que “Halloween”, en cada flor que se coloca lejos del país, pero con el mismo amor, México renace.
Porque mientras haya memoria, mientras haya quien recuerde y celebre, ningún mexicano está verdaderamente lejos, ni ningún muerto está del todo ausente.
En el altar de nuestra identidad, cabemos todos: los que se fueron, los que se quedaron y los que seguimos construyendo, desde cualquier rincón del mundo, un México y un Morelos vivo.
* Diputada local, presidenta de la Comisión de Atención a Personas Migrantes en el H. Congreso del Estado de Morelos.
