BASTA DE EXCUSAS HEREDADAS: ES HORA DE CONSTRUIR, NO DE LAMENTAR
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Martes 30 de septiembre de 2025
En el circo político que montan los gobernantes de hoy, culpar a los antecesores se ha convertido en el acto estrella, un monólogo patético que distrae de la cruda realidad: las calles convertidas en ríos de lodo y desesperación. ¿De qué sirve desenterrar esqueletos del pasado cuando el agua nos ahoga en el presente? En la Ciudad de México, las inundaciones recientes no son un capricho del clima, sino el grito ahogado de un drenaje colapsado que data de décadas, pero que los actuales mandatarios han ignorado como si fuera un mal chiste. Mientras los ciudadanos chapotean en el caos, los discursos oficiales repiten el estribillo del “heredamos ruinas”, como si eso absolviera su inacción. ¡Qué comodidad tan cobarde: echar la culpa al fantasma del ayer para no mancharse las manos con el barro de hoy!
Y no hablemos solo de la capital, donde el Valle de México se transforma en un lago urbano cada tormenta. En Cuernavaca, esa joya morelense que se ahoga en su propio desdén, el colapso de drenajes ha convertido barrios enteros en pantanos perpetuos, con encharcamientos que ya no son excepcionales, sino la norma asfixiante de la vida diaria. ¿Cuántas veces hemos oído a los gobernantes locales jurar que “el problema viene de sexenios pasados”, mientras las alcantarillas vomitan su furia sin que nadie levante un dedo? Es una farsa indignante: presupuestos desviados a campañas electorales y proyectos faraónicos, mientras la infraestructura cruje bajo el peso de la negligencia acumulada. Culpar al antecesor es el refugio de los ineptos, un velo que oculta su propia incapacidad para priorizar lo esencial sobre el postureo.
Pero vayamos al grano, sin anestesia: estos gobiernos en turno no son víctimas inocentes de un legado maldito; son los verdugos de su propia promesa incumplida. Asumir responsabilidad no es un lujo moral, es un deber imperioso en un país donde las inundaciones matan sueños, destruyen hogares y erosionan la fe en lo público. ¿Por qué no destinar recursos a la reconstrucción masiva de drenajes, en lugar de dilapidarlos en propaganda y alianzas políticas efímeras? La hora de las excusas ha expirado; es el momento de que los mandatarios actuales dejen de mirarse el ombligo y miren las calles anegadas. Si no actúan, no son herederos de errores pasados, sino arquitectos de desastres futuros, condenados a la infamia que tanto temen heredar.
Llamemos a las cosas por su nombre: ¡reconstruyan ya, o renuncia! Los ciudadanos no votamos por llorones profesionales, sino por líderes que arreglen lo roto, no que lo usen como pretexto para su mediocridad. En México, donde el agua nos recuerda nuestra fragilidad colectiva, la reconstrucción de infraestructuras no es una opción, es una urgencia vital. Basta de culpas retroactivas; es tiempo de acción inmediata, de presupuestos reales y de rendición de cuentas feroz. Si los gobernantes no asumen su rol, que se aparten: el pueblo, harto de remojarse en promesas vacías, está listo para secar sus propias lágrimas y construir un futuro impermeable a la ineptitud.