BORRA EL PASADO DE UN PUEBLO Y CONTROLARÁS SU FUTURO
OPINIÓN
Por Guillermo Cinta Flores
Martes 08 de abril de 2025
George Orwell, cuyo nombre real era Eric Arthur Blair, nació el 25 de junio de 1903 en Motihari, India británica, y falleció el 21 de enero de 1950 en Londres, Inglaterra. Fue un escritor y periodista británico conocido por sus obras distópicas y su crítica al totalitarismo y las injusticias sociales. Tras servir en la policía imperial en Birmania, experiencia que lo marcó profundamente, regresó a Europa, donde vivió en la pobreza y escribió sobre las condiciones de los marginados, como en Sin blanca en París y Londres (1933). Su participación en la Guerra Civil Española con las milicias del POUM moldeó su rechazo al autoritarismo, reflejado en Homenaje a Cataluña (1938). Sus obras más célebres, Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1949), exploran los peligros de la manipulación, la vigilancia y la pérdida de libertad, consolidándolo como un referente del pensamiento político y literario del siglo XX.
Orwell acuñó la siguiente frase: “Borra el pasado de un pueblo y controlarás su futuro”. Esta sencilla expresión apunta a una idea profunda: el control de la narrativa histórica puede moldear la percepción y las decisiones de una sociedad. Si examinamos el pasado y el presente, hay ejemplos que podrían resonar con esta afirmación. Desglosemos.
En el pasado, regímenes autoritarios manipularon la historia para consolidar poder. Por ejemplo, en la Unión Soviética bajo Stalin, se reescribieron libros de historia, se eliminaron figuras de fotos y se alteraron hechos para glorificar al régimen y borrar disidencias. El objetivo era que las generaciones futuras no tuvieran un punto de referencia crítico contra el presente que se les imponía. En la Alemania nazi, la quema de libros y la censura de ideas contrarias buscaban lo mismo: un control absoluto sobre el relato colectivo.
En la realidad actual, aunque los métodos son menos burdos, el principio sigue vigente. La desinformación y la manipulación de datos históricos en redes sociales o medios pueden distorsionar la memoria colectiva. Por ejemplo, debates sobre eventos como el colonialismo o guerras recientes a menudo se ven simplificados o reinterpretados para ajustarse a agendas políticas. En algunos países, los currículums educativos se ajustan para enfatizar ciertas versiones de la historia mientras se omiten otras, moldeando así la identidad y las prioridades de las nuevas generaciones.
Orwell sugiere que quien controla el pasado tiene una herramienta para dirigir el futuro, y tanto hechos históricos como dinámicas actuales —como la censura, la propaganda o la revisión selectiva— parecen darle la razón.
La frase de Orwell sobre borrar el pasado para controlar el futuro puede aplicarse al México contemporáneo, incluido el sexenio de Andrés Manuel López Obrador (2018-2024), aunque no de manera tan literal como en los ejemplos históricos más extremos, citados anteriormente. En lugar de una eliminación física de la historia, lo que observamos fueron intentos de reconfigurar narrativas históricas o enfatizar ciertas versiones del pasado para influir en la percepción del presente y el futuro.
A continuación, exploro algunos ejemplos en el contexto mexicano reciente, con un enfoque en el sexenio de AMLO, manteniendo un análisis crítico y sin caer en especulaciones.
En el México contemporáneo, el control de la narrativa histórica a menudo se da a través de la educación, los discursos oficiales y los medios. Durante el sexenio de AMLO, hubo esfuerzos claros por redefinir cómo se percibe el pasado mexicano. Por ejemplo, AMLO promovió una visión histórica que resaltaba figuras como Benito Juárez y Lázaro Cárdenas, mientras criticaba periodos como el Porfiriato o el neoliberalismo (1982-2018). Esta narrativa buscaba legitimar su proyecto de la “Cuarta Transformación” al presentarlo como una continuación de momentos históricos de justicia social, mientras se desacreditaban las políticas de gobiernos anteriores. Al enfatizar ciertos héroes y vilipendiar otros, se pretendió moldear una identidad nacional que puede influir en cómo la población ve el presente y espera el futuro.
Un caso más específico fue el manejo de la memoria de eventos traumáticos, como la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa en 2014. Durante su gobierno, AMLO prometió esclarecer el caso y creó una comisión especial, pero los avances fueron limitados y las conclusiones oficiales a menudo se alinearon con una narrativa que responsabilizaba principalmente a gobiernos anteriores, evitando críticas directas a instituciones actuales, como el ejército. Esto no es borrar el pasado en un sentido literal, pero sí reorientar la atención hacia una versión que refuerce la idea de un gobierno actual más justo, lo que puede condicionar cómo se percibe su legado.
Otro ejemplo fue la reforma educativa. AMLO impulsó cambios en los contenidos de los libros de texto gratuitos, buscando incluir una perspectiva más nacionalista y crítica del neoliberalismo. Esto generó controversia, ya que algunos sectores argumentaron que se estaba reescribiendo la historia para alinearla con la ideología de su gobierno, potencialmente influyendo en cómo las nuevas generaciones entenderán el pasado mexicano. Sin embargo, esto no es exclusivo de AMLO; gobiernos anteriores, como el de Peña Nieto, también ajustaron currículums para reflejar sus prioridades, mostrando que la educación es un terreno constante de disputa por la narrativa histórica.
Por otro lado, no hay evidencia de una destrucción sistemática del pasado, como en los casos extremos que Orwell podría haber imaginado (quema de archivos, censura total). De hecho, México tiene una sociedad civil activa y medios diversos que contrarrestan cualquier intento de narrativa única. Durante el sexenio, las conferencias matutinas de AMLO (“mañaneras”) fueron un espacio donde él mismo ofrecía su interpretación de la historia y la actualidad, pero estas convivían con críticas y versiones alternativas en redes sociales, prensa y academia.
En resumen, en el sexenio de AMLO sí vimos intentos de moldear la narrativa histórica para consolidar una visión política, especialmente a través de discursos, educación y el manejo de casos emblemáticos. Esto concuerda parcialmente con la idea de Orwell, pero en un contexto moderno donde el control total del pasado es difícil por la pluralidad de voces.