CLICHÉS DE SANGRE EN URUAPAN
LA CRÓNICA DE MORELOS
Lunes 3 de noviembre de 2025
E D I T O R I A L
En la noche del 1 de noviembre de 2025, mientras Uruapan se teñía de luces y velas por el Día de Muertos, varios disparos silenciaron para siempre la voz de Carlos Manzo, alcalde de esa ciudad michoacana asediada por el plomo y la impunidad. El hombre que había suplicado ayuda a la presidenta Claudia Sheinbaum contra las amenazas de los cárteles cayó abatido frente a cientos de testigos, en pleno Festival de las Velas, un ritual que ahora parece profético: iluminar la oscuridad de un país donde la muerte no es excepción, sino rutina. Y como un guion predecible, las autoridades desgranaron su letanía de placebos verbales: “Se investigará hasta las últimas consecuencias”, “No habrá impunidad”, “Se actuará tope lo que tope y caiga quien caiga”, “Hay varias líneas de investigación”. Palabras que, en México, suenan como epitafios prematuros, no como promesas.
Estos clichés no son inocentes; son el maquillaje de una cobardía institucional que se repite como un eco hueco en cada fosa común de la violencia política. ¿Cuántas veces hemos oído esto tras el asesinato de candidatos y funcionarios? Desde Colima hasta Guerrero, el guion es idéntico: un titular de indignación, un operativo fotográfico con federales uniformados, y luego el olvido, salpicado de “avances” que mueren en carpetas polvorientas. En Michoacán, cuna de limones y cadáveres, Manzo no es el primero ni será el último; es solo el más reciente en una lista que incluye a alcaldes y aspirantes devorados por el narco. “Varias líneas de investigación” suena a eufemismo para “no sabemos ni queremos saber”, un velo que oculta la complicidad o la ineptitud de un sistema donde los cárteles reclutan en las sombras que las autoridades proyectan con su inacción.
La filosa ironía radica en que estos refranes oficiales, tan patrios como el mariachi, perpetúan el ciclo de terror precisamente porque nadie los cree ya. “Caiga quien caiga” es una amenaza vacía cuando los que caen son siempre los de abajo: el alcalde valiente que osa pedir ayuda, no los capos intocables que financian campañas con sangre.
En Uruapan, donde el aguacate y la muerte compiten por el control territorial, Manzo había denunciado públicamente las extorsiones; su asesinato, captado en videos que circulan como memes macabros, no es un accidente, sino un mensaje: el poder real no reside en el Palacio Municipal, sino en las sierras donde los fusiles dictan ley. Y el gobernador Alfredo Ramírez Bedolla, ese bufón de la tragedia que días antes se burló de Manzo con un “¿A cuántos criminales has abatido hoy, presidente?”, encarnó la indiferencia suprema al presentarse en el sepelio como un convidado de piedra, solo para ser repudiado en masa: abucheos ensordecedores, gritos de “¡Fuera, asesino!” y hasta una bofetada propinada por una mujer indignada que, en nombre de la multitud, escupió el desprecio acumulado por su ineptitud contra el crimen organizado y su legitimidad hecha trizas. Mientras las “consecuencias” se diluyen en burocracia, los ciudadanos de Michoacán entierran no solo a sus líderes, sino la esperanza de un México sin balas en las urnas.
Es hora de desterrar estos clichés como se desterraron las velas de Manzo: con un fuego que queme de verdad. No bastan las condolencias presidenciales ni los tuits de empatía; urge una autopsia al Estado fallido, donde la justicia no sea un slogan, sino un bisturí que corte en las entrañas corruptas. Si “no habrá impunidad” es más que un verso piadoso, que caigan los nombres grandes, los pactos sucios, los presupuestos desviados a la narco-fiesta. De lo contrario, Uruapan no será solo el escenario de un asesinato, sino el espejo roto de una nación que, año tras año, repite el mismo réquiem con los mismos fantasmas. Y en ese Día de Muertos eterno, los muertos como Manzo no descansarán: nos perseguirán con su silencio acusador.
