Cónclave 2025 tras el fallecimiento del Papa Francisco: ¿Espiritualidad o intriga política?
LA CRÓNICA DE MORELOS. Lunes 21 de abril de 2025.
El cónclave que se celebrará tras el fallecimiento del Papa Francisco el 21 de abril de 2025 ha captado la imaginación global, en parte por la dramatización de intrigas y poder que películas como Los dos papas o Ángeles y demonios han proyectado sobre el Vaticano. Estas narrativas suelen retratar el cónclave como un escenario de conspiraciones, luchas de poder y agendas ocultas entre cardenales. Sin embargo, aunque el proceso no está exento de intereses humanos, la realidad del cónclave es más compleja y matizada, guiada tanto por dinámicas espirituales como por factores institucionales y globales.
El cónclave, regulado por la constitución apostólica Universi Dominici Gregis y las recientes reformas de Francisco, es un evento profundamente estructurado. Los 135 cardenales electores, reunidos en la Capilla Sixtina, votan bajo estrictas normas de secreto, con medidas como inhibidores de señal para evitar filtraciones. Este aislamiento busca minimizar influencias externas y fomentar la reflexión espiritual, aunque no elimina las dinámicas internas. Los cardenales llegan con perspectivas formadas por sus contextos culturales, teológicos y pastorales, lo que genera debates sobre el rumbo de la Iglesia. Películas exageran estas tensiones como conspiraciones orquestadas, pero en realidad reflejan diferencias legítimas sobre prioridades, como la reforma de la Curia, el diálogo interreligioso o la respuesta a crisis globales.
Es innegable que ciertos “intereses” juegan un papel, pero no necesariamente en el sentido sensacionalista de las ficciones cinematográficas. La Iglesia Católica, con 1.400 millones de fieles, es una institución global con responsabilidades administrativas, financieras y diplomáticas. La elección del Papa implica considerar quién puede gestionar la Curia Romana, abordar escándalos financieros o fortalecer la influencia del Vaticano en un mundo polarizado. Por ejemplo, cardenales europeos podrían priorizar un líder con experiencia en la Curia, como Pietro Parolin, mientras que los de Asia o África, como Luis Antonio Tagle o Peter Turkson, podrían abogar por una Iglesia más descentralizada. Estas preferencias no son conspiraciones, sino reflejos de visiones estratégicas para el futuro de la fe.
Francisco, al nombrar el 80% de los electores, ha moldeado un colegio cardenalicio diverso, con fuerte representación de periferias como Asia y África. Esto diluye la idea de un cónclave dominado por una élite vaticana intrigante, como sugieren las películas, y apunta a una elección más global. Sin embargo, las tensiones entre progresistas, que buscan continuar el legado reformista de Francisco, y conservadores, que prefieren un enfoque doctrinal más rígido, son reales. Estas diferencias, aunque intensas, se negocian en un marco de oración y diálogo, no en oscuros pactos de poder. La historia reciente, como la elección de Bergoglio en 2013, muestra que los cónclaves pueden sorprender, priorizando a menudo la inspiración sobre el cálculo político.
En última instancia, el cónclave no es un thriller político, sino un proceso humano y espiritual. Las películas amplifican el drama para cautivar audiencias, pero el verdadero cónclave combina fe, responsabilidad y, sí, ciertos intereses institucionales. La guía del Espíritu Santo, en la que creen los cardenales, sigue siendo el eje del proceso, aunque no elimina las imperfecciones humanas. El próximo Papa, sea un reformista, un conciliador o una sorpresa, emergerá de un equilibrio entre estas fuerzas, lejos de las exageraciones cinematográficas, pero no exento de los desafíos de liderar una Iglesia en un mundo complejo.