¿CUÁNDO PERDIMOS A CUERNAVACA?
OPINIÓN
Por Guillermo Cinta Flores
Jueves 29 de mayo de 2025
Cuernavaca, la “Ciudad de la Eterna Primavera”, ha sido durante décadas un refugio de belleza natural, clima privilegiado y vibrante vida cultural. Sin embargo, en algún momento, esa magia comenzó a desvanecerse, y hoy, al caer la noche, nuestra capital se transforma en un pueblo fantasma, donde el miedo sustituye a la alegría de antaño.
La pregunta no es solo cuándo perdimos a Cuernavaca, sino qué factores nos llevaron a este punto. La inseguridad, la impunidad y el deterioro de las dinámicas sociales han tejido un “toque de queda” social que vacía las calles después de las ocho de la noche, dejando tras de sí un silencio inquietante.
Para responder, debemos remontarnos a los momentos clave que marcaron esta transformación, analizando cómo la ciudad fue cediendo su esplendor.
El punto de inflexión puede trazarse a finales de la década de 2000, particularmente alrededor de 2010, cuando la violencia ligada al crimen organizado comenzó a escalar de manera alarmante. La muerte de Arturo Beltrán Leyva en Cuernavaca en diciembre de 2009 desató una guerra entre facciones criminales por el control de la plaza, marcando el inicio de una ola de violencia sin precedentes. En 2010, un mensaje en redes sociales atribuido a un cártel advirtió a los ciudadanos abstenerse de salir por la noche, instaurando un toque de queda informal que la población, temerosa, acató. Ese año, la Encuesta Nacional Sobre Inseguridad reportó que el 70 por ciento de los morelenses consideraban su estado inseguro, un salto significativo desde el 52 por ciento en 2007. La ciudad, que alguna vez vibraba con sus noches de música y tertulias, comenzó a apagarse, y la vida nocturna, pilar de su identidad, se vio restringida por el temor.
La inseguridad no actuó sola; la impunidad y la desconfianza en las instituciones exacerbaron la crisis. Morelos se ha mantenido entre los primeros lugares nacionales en percepción de inseguridad, con cifras del INEGI que señalan que, para 2024, el 90.15 por ciento de la población se sentía insegura, y el 83.6 por ciento en la zona metropolitana de Cuernavaca temía ser víctima de un delito.
Casos como el secuestro y asesinato del periodista Roberto Carlos Figueroa en 2024 o los feminicidios impunes, como los de Ana Karen y Giorgina, reflejan una justicia que no llega. La falta de coordinación entre la Comisión Estatal de Seguridad, la fiscalía y el Tribunal Superior de Justicia, sumada a señalamientos de corrupción –como el 52.6 por ciento de la población que reportó actos corruptos al interactuar con autoridades en 2024–, ha erosionado la confianza ciudadana. Este vacío institucional permitió que el crimen organizado impusiera sus reglas, consolidando el “toque de queda” social que hoy mantiene las calles desiertas.
Factores sociales más amplios también han contribuido a esta pérdida. La migración, la movilidad y el cambio en los hábitos de las nuevas generaciones han transformado la dinámica de Cuernavaca. En las décadas de los 80 y 90, la ciudad era un imán para el turismo y la vida nocturna, con lugares como Taizz que reunían a jóvenes en un ambiente de camaradería. Hoy, la inseguridad ha restringido las interacciones sociales, y estudios como el de Belén Martínez-Ferrer (2024) señalan que el temor a la victimización ha deteriorado las redes comunitarias, aumentando el aislamiento y la insatisfacción con la vida. La nostalgia por aquella Cuernavaca vibrante choca con una realidad donde los empresarios lamentan que “no hay condiciones” para revivir la vida nocturna, y los ciudadanos evitan salir de noche, temiendo robos, secuestros o peor. Esta combinación de miedo y desconexión social ha convertido a la ciudad en un eco de su pasado.
¿Cuándo perdimos a Cuernavaca? No fue en un solo instante, sino en un proceso que se aceleró desde 2010, cuando la violencia del crimen organizado, la impunidad institucional y el deterioro de las redes sociales comenzaron a estrangular su espíritu.
La ciudad no está perdida para siempre; su riqueza cultural y natural sigue ahí, latente. Pero recuperar a Cuernavaca exige enfrentar la inseguridad con instituciones efectivas, combatir la corrupción y reconstruir el tejido social que el miedo ha roto. Mientras las calles sigan vacías a las ocho de la noche, el “toque de queda” social será un recordatorio de lo que hemos perdido y de lo mucho que queda por hacer para devolverle a nuestra capital su eterno esplendor.