CUERNAVACA BAJO ASEDIO: CUANDO LA RABIA BLOQUEA EL ALMA DE UNA CIUDAD
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Jueves 9 de octubre de 2025
Este 8 de octubre de 2025, Cuernavaca despertó no con el sol habitual de Morelos, sino con el rugido de cláxones en agonía y el hedor a llantas quemadas que impregnó sus calles principales. Ocho bloqueos, como octoplos tentáculos de desesperación, se apoderaron de cruces neurálgicos: Plan de Ayala, Avenida Morelos, Cuauhtémoc y hasta el corazón del centro histórico, donde el transporte público se convirtió en un espejismo inalcanzable.
Vecinos de la colonia Patios de la Estación, flanqueados por taxistas con megáfonos en mano, erigieron barricadas en memoria de Luis Ángel “N”, el joven de 23 años cuya vida se apagó la noche anterior bajo el plomo de un policía de la SSPC. Testigos lo vieron todo: un celular grabando un operativo rutinario que derivó en caos, un disparo en la sien y un cuerpo que cayó como un símbolo más de la fractura entre uniformados y ciudadanos. La ciudad, esa eterna novia de la violencia, pagó el precio con horas perdidas, familias deshechas y una movilidad que se arrastró como un río de asfalto congelado.
La indignación no surgió de la nada; es el fruto podrido de un Morelos que acumula expedientes judiciales como trofeos de impunidad. La FGE ya tenía a los agentes a disposición desde el amanecer del martes, con promesas de investigación exhaustiva y el mantra eterno de “no habrá impunidad” resonando en comunicados oficiales.
Pero para los de Patios de la Estación, palabras son viento: han visto cómo casos similares se diluyen en burocracia, cómo madres lloran solas en fiscalías y cómo la justicia se convierte en un lujo para elites. Los taxistas, guardianes informales de estas colonias marginadas, se unieron no solo por solidaridad, sino por un cálculo crudo: sus unidades, sus ingresos, dependen de calles vivas, no de patrullas que siembran muerte.
El bloqueo escaló rápido —amenazas de linchamiento, un conductor agredido por la frustración colectiva— hasta que una comisión dialogó con autoridades estatales bajo el sol implacable. Al atardecer, las barreras cayeron, pero el eco del trauma permaneció, un recordatorio de que la paz en Cuernavaca es siempre provisional.
En un giro que inyecta un rayo de esperanza en esta tormenta, la Fiscalía Regional Metropolitana actuó con prontitud y eficiencia este 9 de octubre, cumplimentando una orden de aprehensión contra el policía estatal Willians “N”, imputado por homicidio calificado en agravio de Luis Ángel “N” en la colonia Los Patios de la Estación. Esta detención, derivada de la investigación exhaustiva iniciada de inmediato tras el incidente, demuestra que, al menos en este caso, el aparato judicial morelense puede responder con celeridad cuando la presión social y las evidencias lo exigen. Ahora, la ciudadanía deberá estar atenta al desarrollo del proceso penal, vigilando que no se diluya en tecnicismos ni influencias ocultas, para que la promesa de justicia no quede en mero eco y se convierta en precedente para futuras accountability.
Desde la óptica del ciudadano promedio, atrapado en su auto o en un camión atascado, surge la pregunta inevitable: ¿valió la pena este secuestro vial? Horas de sudor en semáforos eternos, niños que pierden clases, trabajadores que ven evaporarse su salario por minuto. La protesta, en su afán por visibilizar, termina por victimizar a los mismos que claman justicia: el morelense de a pie, que sueña con transitar sin temor a balas o barricadas. Es un dilema ético que las movilizaciones disruptivas rara vez abordan; priorizan el grito sobre el diálogo, el impacto mediático sobre el consenso.
En redes sociales, el hashtag #JusticiaParaLuisÁngel se viralizó con videos crudos del incidente, amplificando la rabia pero también polarizando opiniones: unos aplauden la osadía, otros maldicen el egoísmo. Y en el medio, la SSPC emite un boletín tibio, reconociendo el “incidente” sin asumir culpas, mientras la ciudadanía se pregunta si estas erupciones callejeras son catalizador o solo catarsis efímera.
Mirando más allá de este episodio, el patrón es alarmante: Morelos, con su historial de colusiones entre crimen organizado y fuerzas de seguridad, ve en estos bloqueos un termómetro de la desconfianza sistémica. Desde el caso Ayotzinapa hasta escándalos locales de ejecuciones extrajudiciales, la fórmula se repite: un detonante, una explosión vial, diálogos que prometen todo y entregan poco. ¿No es hora de que el gobierno morelense invierta en mecanismos alternos? Mesas de diálogo permanentes en colonias vulnerables, plataformas digitales para reportar abusos en tiempo real, o incluso observatorios independientes con ONGs que garanticen transparencia. La tecnología existe —apps de geolocalización para operativos, bodycams obligatorias con acceso público— pero la voluntad política parece hibernar. Mientras tanto, colonias como Patios de la Estación, cuna de sueños truncos, siguen siendo polvorines donde un celular equivocado enciende la mecha.
Al final de este día caótico, Cuernavaca exhala, pero no sana. Luis Ángel “N” no volverá, y su muerte no será la última si no transformamos esta rabia en reforma. Las protestas, con su poder disruptivo, han forzado conversaciones que de otro modo se ignorarían, pero a qué costo: un tejido social rasgado, una economía local que tose y una juventud que aprende a temer no solo al crimen, sino al Estado que debería protegerla. Urge un pacto implícito entre inconformes y comunidad: canalizar la furia hacia puentes, no barreras. Porque si no, los bloqueos de mañana no serán de concreto, sino de esperanza, y Cuernavaca, esa joya morelense de jardines y sombras, se convertirá en un mausoleo de lo que pudo ser. Que la memoria de Luis Ángel ilumine no solo antorchas, sino soluciones.
FOTO PRINCIPAL: “NIÑO” FLORES/ EL SOL DE CUERNAVACA