EL ALCALDE QUE JUEGA A SER EL MESÍAS APOLÍTICO
ANÁLISIS
Por Guillermo Cinta Flores
Jueves 23 de octubre de 2025
En el ajetreo de las renovaciones partidistas que sacuden Morelos este octubre de 2025, José Luis Urióstegui Salgado, alcalde de Cuernavaca, ha decidido plantar cara al Partido Acción Nacional (PAN) con un rechazo que suena a manifiesto de independencia. Invitado por el diputado Daniel Martínez Terrazas a afiliarse digitalmente durante la actualización de consejos y dirigencias municipales, Urióstegui lo despachó con elegancia: “No tengo interés en militar en un Instituto Político, soy servidor público y la población demanda una entrega pareja para todos”. Nomás le faltó repetir el axioma de Hugo Chávez, de que “yo ya no me pertenezco, soy del pueblo”.
Palabras que, en teoría, evocan al funcionario ideal, ese que gobierna por encima de las siglas y las cúpulas. Pero, ¿es esto un acto de pureza cívica o el último truco de un político curtido que sabe leer el viento?
Recordemos cómo llegó Urióstegui a la silla presidencial municipal: no por un rayo divino de imparcialidad, sino por el engranaje crudo de las elecciones. En 2021, postulado por una coalición que incluía al PAN y otros aliados opositores, ganó en una contienda donde los partidos fueron el andamio indispensable. Su reelección en 2024, ratificada por el TEPJF tras batallas judiciales con Morena, no fue un triunfo solitario de carisma ciudadano, sino el fruto de una alianza multipartidista que lo blindó contra impugnaciones. Hoy, con el mandato fresco hasta 2027, declinar la militancia panista parece un giro de 180 grados. ¿Independencia genuina o un cálculo para desmarcarse de un PAN debilitado en Morelos, donde las fracturas internas amenazan con devorar a la oposición?
La pose de Urióstegui es impecable en su retórica: el servidor público que prioriza las calles empedradas de Cuernavaca sobre las intrigas de una dirigencia partidista. En una ciudad que se ahoga en inseguridad, escasez de agua y un urbanismo caótico heredado de administraciones pasadas, su mensaje cala hondo. “Atender la problemática que atraviesa la ciudad capitalina”, dice, y uno casi aplaude la humildad. Desmiente, de paso, rumores de una invitación para escalar a Secretario de Gobierno estatal, reforzando su imagen de leal a lo local. Es el discurso perfecto para una ciudadanía harta de políticos que saltan de cargo en cargo como pulgas en un colchón roto. Pero, ¿y si esta neutralidad es solo un barniz para una agenda más egoísta?
Aquí entra lo demagógico, ese aroma rancio que impregna muchas declaraciones de este tenor en la política mexicana. Urióstegui no es un forastero; es producto del sistema que ahora critica. Hablar de “entrega pareja para todos” mientras gobierna gracias a coaliciones partidistas huele a selectividad conveniente: rechaza la afiliación, pero no el respaldo electoral que lo catapultó. Es como el boxeador que, tras ganar el título con un entrenador, lo despide públicamente para posar de lobo solitario.
En Cuernavaca, donde la oposición ya lidia con divisiones locales, este gesto podría ser una jugada maestra para erosionar lealtades en el PAN sin quemar puentes del todo. Oportunismo puro, disfrazado de virtud cívica.
Y no olvidemos el contexto morelense: con Morena consolidando su hegemonía estatal y federal, la oposición necesita unidad como el aire. Urióstegui, al declinar, envía una señal ambigua: ¿se prepara para una candidatura independiente en 2027, soñando con la gubernatura, o simplemente diluye su perfil para negociar con quien pague más?
Su gestión, aunque con avances en participación ciudadana y cultura, no ha sido un bálsamo milagroso para los males crónicos de la capital. La inseguridad persiste, los baches se multiplican, y la “entrega pareja” suena hueca si no se mide en resultados concretos. Crítico soy: si esta pose es demagógica, como sospecho, no hace más que perpetuar el cinismo que ahuyenta a los votantes de las urnas.
Comparémoslo con otros ediles que han intentado el truco de la neutralidad: algunos, como el exalcalde de alguna metrópoli sureña, terminaron devorados por sus propios aliados al primer tropiezo presupuestal. Urióstegui, con su rechazo, arriesga tensiones en la coalición que lo sostiene, pero gana en galantería pública.
El PAN, por su parte, podría verlo como traición velada, especialmente en un momento donde necesita figuras fuertes para contrarrestar el avance morenista. ¿Beneficio neto para Cuernavaca? Dudoso. El oportunismo brilla cuando el político prioriza su narrativa personal sobre la cohesión colectiva, y aquí, Urióstegui parece maestro en el arte.
En fin, aplaudo la audacia de cuestionar el partidismo rampante, pero exijo más que palabras: que esta “imparcialidad” se traduzca en políticas audaces, no en fotos oportunas. Si Urióstegui es el servidor público que pregona, que lo demuestre con agua en las llaves y paz en las calles, no con discursos que suenan a precampaña disfrazada. De lo contrario, su rechazo al PAN no será más que otro capítulo en la novela mexicana de políticos que bailan al son de la conveniencia. Morelos merece líderes que construyan, no que posen. ¿Y tú, lector, compras esta independencia o la ves como el viejo truco de siempre?