EL ARTE DE LA NEGACIÓN: ESTRATEGIAS DE GOBIERNOS Y EL CASO DE ADÁN AUGUSTO LÓPEZ
OPINIÓN
Por Guillermo Cinta Flores
Sábado 19 de julio de 2025
En el escenario político global, los gobiernos, sean populistas o no, recurren a un repertorio de estrategias para mantener el control de la narrativa pública frente a acusaciones de irregularidades. Una de las tácticas más comunes es la negación absoluta, donde los señalados rechazan cualquier responsabilidad, incluso ante evidencias claras. Esta maniobra busca desviar la atención y ganar tiempo.
Otros recursos incluyen el control de la narrativa a través de medios afines, la victimización para generar empatía, la distracción mediante anuncios espectaculares o crisis fabricadas, y el ataque a los críticos para desacreditarlos. Estas estrategias no son exclusivas de regímenes populistas, sino un manual universal de supervivencia política que trasciende ideologías.
El caso de Adán Augusto López, senador y exgobernador de Tabasco, ilustra cómo estas tácticas se despliegan en la práctica. Su exsecretario de Seguridad, Hernán Bermúdez Requena, está prófugo desde enero de 2025, buscado por Interpol por liderar el cártel “La Barredora”, vinculado al Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). Informes de inteligencia, como los filtrados por Guacamaya en 2022, ya señalaban a Bermúdez como facilitador de actividades criminales durante su gestión (2019-2024). Estos datos han sido corroborados, inclusive por mandos militares en Tabasco.
A pesar de la gravedad, Adán Augusto ha optado por el silencio inicial y una negación tibia, afirmando estar “a disposición de las autoridades” sin ofrecer explicaciones sobre cómo un presunto líder criminal ocupó un cargo clave bajo su gobierno.
La negación de Adán Augusto choca con las evidencias acumuladas. Bermúdez, afiliado a Morena desde 2023 según el padrón del INE, no solo fue un alto funcionario, sino que operó en un contexto donde la violencia en Tabasco creció exponencialmente: homicidios aumentaron 252% y secuestros 157% durante su gestión. La respuesta de López, respaldada por aliados como Luisa Alcalde, quien argumentó que “no habrá impunidad” pero desvía la atención a gobiernos pasados, refleja otra estrategia común: diluir responsabilidades comparándose con predecesores. Este enfoque busca minimizar el escándalo, pero las acusaciones de complicidad, respaldadas por investigaciones periodísticas, lo colocan en una posición insostenible.
El caso también pone en jaque la narrativa de Morena, el partido gobernante, que ha hecho de la lucha contra la corrupción su bandera principal. La promesa de “no somos iguales” se tambalea cuando figuras como Bermúdez, con antecedentes señalados desde 1999, logran ascender en estructuras gubernamentales bajo el amparo de líderes clave como Adán Augusto. La Comisión Nacional de Honestidad y Justicia de Morena suspendió los derechos partidistas de Bermúdez, pero este movimiento parece más una reacción de control de daños que un acto de transparencia. La falta de un deslinde claro y la defensa cerrada de los senadores morenistas a López sugieren una protección interna que contradice el discurso de integridad.
El siguiente Consejo Nacional de Morena, cuya fecha para 2025 no ha sido precisada, será un momento crítico para el partido. Adán Augusto, considerado un activo político rumbo a 2030, enfrenta cuestionamientos que podrían debilitar su liderazgo en el Senado y su influencia interna.
La doble moral queda expuesta: mientras Morena condena la corrupción del pasado, protege a sus figuras ante escándalos actuales, utilizando las mismas tácticas de negación y distracción que critica. Este caso no solo daña la imagen de López, sino que pone a prueba la coherencia del proyecto transformador que el partido defiende.
Las estrategias de negación, control narrativo y victimización son herramientas universales que los gobiernos emplean para esquivar responsabilidades. El caso de Adán Augusto y Hernán Bermúdez Requena es un recordatorio de que la retórica de la honestidad no siempre resiste el escrutinio. Para los ciudadanos, la lección es clara: la transparencia y la rendición de cuentas no deben ser promesas vacías, sino prácticas verificables. Morena tendrá que decidir si prioriza la congruencia o perpetúa el doble discurso que juró erradicar.
Por lo demás, es evidente que no todos los militantes de Morena respaldan ciegamente a Adán Augusto López ni avalan las sombras que su pasado proyecta. Dentro del partido, hay hombres y mujeres que, frustrados por los ilícitos de algunos de sus líderes más prominentes, rechazan en privado las mentiras, la simulación y el afán de ocultar los problemas bajo la alfombra. Esta disidencia interna, aunque silenciosa, refleja una lucha por mantener los principios de honestidad que Morena prometió, evidenciando que el partido no es un monolito y que su futuro dependerá de cómo resuelva estas tensiones entre la lealtad a sus figuras y la demanda de congruencia.