ANÁLISIS
Por Guillermo Cinta Flores
Sábado 26 de julio de 2025
El panorama político mexicano ha experimentado una transformación radical en la última década, con el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) consolidándose como la fuerza dominante en el país. Fundado en 2014 por Andrés Manuel López Obrador (AMLO), Morena ha capitalizado el descontento popular con los partidos tradicionales, especialmente el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que dominó la política mexicana durante más de siete décadas. La rápida ascensión de Morena, con una coalición que controla el Ejecutivo, mayorías en el Congreso y la mayoría de las gubernaturas, ha llevado a comparaciones inevitables con la hegemonía del PRI en su apogeo. Sin embargo, este paralelismo no solo se basa en su dominio electoral, sino también en las prácticas que han acompañado su ascenso, incluyendo acusaciones de corrupción y vínculos con el crimen organizado.
La hegemonía de Morena se ha consolidado a través de victorias electorales abrumadoras, como la de 2018, cuando AMLO obtuvo el 53% de los votos, y la de 2024, cuando Claudia Sheinbaum logró casi el 60%, la mayor votación para un candidato presidencial en la historia moderna de México. Estas victorias, junto con el control de 22 de las 32 gubernaturas y mayorías en ambas cámaras del Congreso, reflejan una maquinaria política que ha absorbido a políticos de otros partidos, incluidos exmilitantes del PRI, PAN y PRD. Esta estrategia de puertas abiertas, aunque efectiva para consolidar poder, ha traído consigo críticas por integrar a figuras asociadas con las viejas prácticas de la política mexicana, como el clientelismo y la corrupción, que Morena prometió erradicar.
Las acusaciones de corrupción no son nuevas en el contexto mexicano, pero han ganado relevancia en el caso de Morena, especialmente por su narrativa inicial de ser un partido incorruptible. Escándalos recientes, como los señalamientos de vínculos con el crimen organizado, han empañado su imagen. Usuarios en redes sociales han expresado preocupación por presuntos nexos de figuras de Morena con el narcotráfico, lo que refuerza la percepción de que el partido ha adoptado prácticas que antes criticaba. Aunque estas acusaciones no han sido completamente probadas, la falta de transparencia en procesos internos, como la selección de liderazgos en 2022, ha alimentado las sospechas de que Morena podría estar replicando las dinámicas de opacidad del PRI en su etapa más autoritaria.
Un punto crítico en la consolidación del poder de Morena ha sido la erosión de las instituciones autónomas, un pilar de la democracia mexicana construido tras décadas de lucha contra el régimen unipartidista del PRI. La reforma al Instituto Nacional Electoral (INE) en 2023, que redujo su presupuesto y autonomía, y la controvertida reforma judicial de 2024, que introdujo la elección popular de jueces, han generado temores de una politización de estas instituciones. La reforma judicial, en particular, ha sido criticada por debilitar la independencia del Poder Judicial, un contrapeso esencial al Ejecutivo. Con la disolución de organismos autónomos como la Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece) y el Instituto Nacional de Transparencia (INAI), Morena parece encaminarse a un control casi absoluto de los poderes del Estado, reminiscentes del modelo priista.
La posible reforma electoral que menciona el usuario podría ser el último clavo en el ataúd de la pluralidad democrática mexicana. Si el INE, que ha sido un garante de elecciones limpias desde su creación en los años 90, se convirtiera en un apéndice del gobierno, como lo fue la Comisión Federal Electoral bajo el PRI, el sistema político mexicano podría retroceder a un escenario de partido hegemónico. Esto no solo limitaría la competencia electoral, sino que consolidaría un modelo donde el Ejecutivo controla los procesos electorales, reduciendo la capacidad de la oposición para desafiar a Morena. La falta de una oposición unificada, con el PRI y el PAN debilitados y el PRD al borde de la extinción, facilita este escenario.
Sin embargo, no todo es un calco del pasado. Morena se distingue del PRI por su enfoque en programas sociales y su retórica antineoliberal, que han generado un apoyo popular significativo, especialmente entre las clases bajas. Las políticas de AMLO, como el aumento del salario mínimo y los programas de transferencias directas, han reducido la pobreza moderada y fortalecido la base electoral de Morena. No obstante, la dependencia del partido en la figura de AMLO y la falta de una estructura interna democrática plantean riesgos a largo plazo. La transición a Sheinbaum como líder muestra tensiones internas, con críticas de nepotismo y una posible derechización del partido debido a la incorporación de figuras conservadoras.
En conclusión, Morena ha emergido como un partido con un poder comparable al del PRI en su época dorada, pero con diferencias ideológicas y contextuales. Las acusaciones de corrupción y nexos con el crimen organizado, junto con el debilitamiento de las instituciones democráticas, sugieren un retroceso hacia prácticas autoritarias. Si una reforma electoral consolida el control del Ejecutivo sobre el INE, el paralelismo con el PRI será innegable. Sin embargo, el futuro de Morena dependerá de su capacidad para mantener la cohesión interna y el apoyo popular sin caer en las trampas del poder absoluto que condenaron al PRI. La democracia mexicana, aún joven, enfrenta una prueba crucial en los años por venir.