EL CHAQUETERO DEL METRO: ADRIÁN RUVALCABA Y LA TRAICIÓN COMO MONEDA DE CAMBIO
OPINIÓN
Por Guillermo Cinta Flores
Martes 06 de mayo de 2025
Víctor, mi hermano, tenía razón: el pueblo mexicano, con su infinita paciencia, puede perdonar muchas cosas, pero el chaqueteo, ese salto descarado de un bando a otro sin más brújula que el oportunismo, es una afrenta que no se lava fácil.
Adrián Ruvalcaba, el recién nombrado director del Metro de la Ciudad de México, encarna a la perfección esa figura del “saltamontes” que cambia de color político como quien cambia de camisa. Este ex priista, que por años ondeó la bandera tricolor en Cuajimalpa, no tuvo reparo en abandonar el PRI en 2023 tras no conseguir la candidatura a la Jefatura de Gobierno. Sin un ápice de pudor, se enfundó el color guinda de Morena y se sumó a la campaña de Claudia Sheinbaum, todo en un abrir y cerrar de ojos.
Ahora, la jefa Clara Brugada lo premia con un puesto que requiere expertise técnico, no mañas políticas. ¿Qué credenciales tiene Ruvalcaba para dirigir el sistema de transporte más importante del país? Ninguna, salvo su habilidad para lamer las botas correctas en el momento preciso.
El Metro de la Ciudad de México no es un juguete político ni un botín para repartir entre compadres. Es una red vital que mueve a millones de personas diariamente, y que enfrenta problemas estructurales: desde el colapso de la Línea 12 en 2021 hasta los recientes “pinchazos” que han generado pánico entre los usuarios. Guillermo Calderón, el director saliente, era un ingeniero con credenciales sólidas, pero incluso él no pudo sortear la crisis heredada.
¿Qué podemos esperar de Ruvalcaba, un abogado cuya experiencia en movilidad es tan sólida como un castillo de naipes? Su nombramiento no es solo un insulto a los técnicos y especialistas que podrían liderar el sistema; es una bofetada al “respetable pueblo” que, como decía mi hermanito Víctor, no olvida a los chaqueteros. En las redes, la indignación ya se siente: “¿Qué sabe Ruvalcaba del Metro? ¡Si nunca se ha subido!”. Y no están equivocados.
El chaqueteo de Ruvalcaba no es solo una cuestión de principios; es un síntoma de un sistema político donde la lealtad se mide en favores y no en resultados. Este hombre, que en 2021 denunció amenazas de muerte y vínculos con el crimen organizado en Cuajimalpa, nunca aclaró del todo esos oscuros episodios. Ahora, se le entrega un sistema que requiere transparencia, eficiencia y, sobre todo, confianza. ¿Cómo confiar en alguien cuya carrera está marcada por el cambio de bando al mejor postor?
Su paso por el PRI, su breve coqueteo con el Partido Verde, y su súbita conversión al morenismo no son señales de un líder adaptable, sino de un oportunista sin escrúpulos. Mientras el Metro se tambalea, Ruvalcaba ya supervisa obras y se reúne con sindicalistas, como si su carisma de exalcalde fuera suficiente para domar un monstruo técnico y burocrático.
Mi carnal Víctor estaría furioso, y con razón. El pueblo puede perdonar a los tontos con iniciativa, pero a los chaqueteros como Ruvalcaba, que venden su ideología por un hueso, les reserva un lugar especial en el desprecio colectivo. Este nombramiento no solo pone en riesgo la operación del Metro, sino que refuerza la idea de que en México la política es un circo donde los trapecistas cambian de cuerda sin caerse jamás.
Mientras los vagones se averían y los usuarios sufren, Ruvalcaba seguirá sonriendo, seguro de que su salto al guinda fue el movimiento ganador. Pero el pueblo, como decía tu hermano, no olvida. Y tarde o temprano, los saltamontes terminan aplastados bajo el peso de su propia ambición.