EL CHARRISMO SINDICAL NO HA MUERTO, SOLO CAMBIÓ DE PIEL
AGENDA DIARIA
Por Guillermo Cinta Flores
Jueves 1 de mayo de 2025
En México, hablar de líderes sindicales es como abrir un libro de historia donde las páginas nunca cambian. Desde los tiempos de Fidel Velázquez, el patriarca de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) que reinó por más de medio siglo, hasta figuras contemporáneas como Pedro Haces Barba, líder de la Confederación Autónoma de Trabajadores y Empleados de México (CATEM), el guion sigue siendo el mismo: control, sumisión y enriquecimiento a costa de los trabajadores. Estos “representantes obreros” no son más que pilares del corporativismo, un sistema que, lejos de defender al proletariado, lo usa como moneda de cambio para favores políticos y fortunas personales.
Fidel Velázquez, el charro por excelencia, marcó la pauta. Desde 1941 hasta su muerte en 1997, convirtió a la CTM en un brazo del Partido Revolucionario Institucional (PRI), garantizando votos y paz laboral a cambio de cuotas de poder, cargos públicos y un control férreo sobre los trabajadores. Su legado no fue la justicia social, sino un modelo de “sindicalismo” que ataba a los obreros a contratos de protección patronal, diseñados para beneficiar a las empresas y al gobierno mientras los líderes se llenaban los bolsillos. Las cuotas sindicales, arrancadas a fuerza de afiliaciones obligatorias, financiaban estilos de vida que ningún trabajador de a pie podría soñar.
Hoy, Pedro Haces parece haber heredado ese cetro. CATEM, fundada en 2012, se vende como un sindicalismo “moderno” y “autónomo”, pero las apariencias engañan. Haces, senador y empresario millonario, ha sido acusado de perpetuar las mismas prácticas charras: contratos de protección, extorsión a empresas y una cercanía sospechosa con el poder en turno. Su discurso de “puertas abiertas” y “paz laboral” suena a eufemismo para mantener a los trabajadores callados y a las empresas contentas, mientras él acumula influencia y riqueza. ¿Un líder obrero que defiende a los empresarios? La contradicción es tan grotesca que roza el cinismo. Como él mismo ha dicho, “si a las empresas les va bien, a nosotros también”. Claro, pero ese “nosotros” no incluye a los obreros.
El corporativismo, lejos de extinguirse, se ha adaptado a los nuevos tiempos. La CTM, la Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos (CROC) y ahora CATEM siguen siendo engranajes de un sistema donde los sindicatos sirven al poder político, no a los trabajadores. En 2018, la CTM y la CROC fueron expulsadas de la Confederación Sindical Internacional por promover contratos de protección y atentar contra la democracia sindical. Sin embargo, sus líderes, como Carlos Aceves del Olmo (CTM) o Isaías González Cuevas (CROC), no se inmutaron. ¿Por qué habrían de hacerlo? Su poder no depende de la legitimidad, sino de la complicidad con gobiernos y empresarios.
La lista de líderes eternos es larga y vergonzosa. Víctor Flores Morales, del sindicato ferrocarrilero, lleva desde 1995 en el poder, acumulando denuncias por enriquecimiento ilícito. Francisco Hernández Juárez, del Sindicato de Telefonistas, suma 45 años al mando, reelecto 12 veces, a punto de igualar el récord de Velázquez. Estos caciques no representan a los trabajadores; viven de ellos. Las cuotas sindicales, cobradas sin transparencia, financian sus lujos mientras los afiliados, muchos obligados a unirse, apenas ven mejoras en sus condiciones laborales. Según la OCDE, solo el 12% de los trabajadores mexicanos están sindicalizados, y la cobertura de contratos colectivos ha caído drásticamente desde los años 80. El movimiento obrero, que alguna vez soñó con justicia social, está en ruinas.
Haces, con su CATEM, no es la excepción, sino la regla. Su ascenso coincide con la Cuarta Transformación, y aunque el ex presidente López Obrador juró no tener “sindicatos favoritos”, las obras insignia de su gobierno, como el Tren Maya, vieron a la CATEM acaparar contratos mientras otras organizaciones, como la CTM, protestaron por ser desplazadas. Ha sido el mismo juego de siempre: el gobierno elige a sus aliados sindicales, y estos garantizan control sobre los trabajadores a cambio de privilegios. Las redes sociales no mienten: usuarios en las redes sociales lo acusan de mafioso, de reencarnar a Velázquez, de ser un empresario disfrazado de líder obrero. Hasta intentos de reformas, como la que buscaba permitir a bancos cobrar deudas directamente de nóminas, han sido ligados a sus intereses financieros.
El corporativismo mexicano no ha muerto; solo cambió de piel. Mientras líderes como Haces sigan enriqueciéndose bajo la bandera del “sindicalismo”, los trabajadores seguirán atrapados en un sistema que los usa como peones. La reforma laboral de 2019 prometió democracia sindical, pero sin voluntad política para desmantelar estas mafias, todo queda en papel.
México merece un movimiento obrero que luche por los de abajo, no que los traicione desde arriba. Hasta entonces, los charros seguirán cabalgando, y los obreros, pagando la cuenta.