EL ESPEJISMO DEL CAMBIO: LA REFORMA ELECTORAL Y LA SOMBRA DE MORENA
OPINIÓN
Por Guillermo Cinta Flores
Jueves 7 de agosto de 2025
Pablo Gómez Álvarez, encargado de la Comisión Presidencial para la Reforma Electoral, ha desatado un debate con su crítica al sistema político-electoral mexicano, al que califica de obsoleto, diseñado para la era del PRI como “partidazo”. En entrevista con Excélsior, sostiene que las reglas actuales, desde el financiamiento hasta la comunicación social, son reliquias de un pasado que favorecía a un solo partido. Propone una transformación radical: eliminar plurinominales, elegir consejeros del INE por voto popular y revisar la distritación electoral, que considera una maniobra manipuladora. Sin embargo, su discurso plantea una paradoja: mientras critica el hegemonismo del pasado, Morena, como fuerza mayoritaria desde 2018, parece consolidar una nueva hegemonía bajo el pretexto de un Estado democrático.
Gómez arremete contra el sistema de prerrogativas, que, según él, sostiene burocracias “parasitarias” al servicio de líderes partidistas. Su propuesta de reducir el presupuesto a partidos y eliminar a los “lambiscones” suena atractiva, pero ignora que Morena, con su dominio electoral, podría beneficiarse desproporcionadamente de un sistema rediseñado a su medida. La idea de un INE con consejeros electos por voto popular busca, en teoría, mayor autonomía, pero en la práctica podría someter al organismo a la voluntad de la mayoría, hoy encarnada por Morena. Este riesgo pone en duda si la reforma persigue pluralidad o simplemente refuerza el control del partido gobernante.
La crítica de Gómez a los plurinominales, a pesar de haber sido él mismo diputado por esa vía, refleja un reconocimiento de que el sistema está agotado. Sin embargo, su propuesta de eliminarlos y reducir el número de legisladores, junto con la reconfiguración de distritos, carece de claridad sobre cómo garantizaría una representación equitativa. La distritación, aunque imperfecta, ha sido un intento de equilibrar la representación geográfica y política. Desmantelarla sin un modelo sólido podría abrir la puerta a nuevas formas de manipulación, especialmente en un contexto donde Morena domina tanto el Ejecutivo como el Legislativo.
La mención de un “cuarto piso” de gobierno para pueblos indígenas, en línea con la visión de la presidenta Sheinbaum, es un guiño a la inclusión, pero también un punto que requiere precisión. Gómez sugiere una revisión profunda del sistema político, incluyendo el papel de municipios, pero no detalla cómo se articularía esta nueva estructura sin desestabilizar la gobernanza local. Su énfasis en un pueblo “más politizado que los políticos” y la propuesta de consultas demoscópicas son loables, pero corren el riesgo de convertirse en un ejercicio retórico si no se traducen en mecanismos concretos que eviten la cooptación por la fuerza mayoritaria.
Así las cosas, la reforma electoral propuesta por Gómez busca modernizar un sistema anquilosado, pero su narrativa oculta una contradicción: Morena, al rechazar los “conciliábulos” del pasado, parece aspirar a un control sin contrapesos, reminiscente del “partidazo” que critica. La clave estará en si esta reforma logra equilibrar la representación plural con la fuerza de un partido dominante. Sin un debate amplio y genuino, que incluya a opositores y ciudadanos, el espejismo del cambio podría convertirse en una nueva versión de la hegemonía que Gómez dice combatir.