EL PASO SUSPENDIDO: ENTRE EL TRÁNSITO Y LAS SOMBRAS POLÍTICAS
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Miércoles 8 de octubre de 2025
En el oriente de Cuernavaca, donde la avenida Plan de Ayala se cruza con el bullicio diario frente al IMSS, una obra prometedora yace en pausa indefinida. Demetrio Chavira de la Torre, secretario de Obra Pública, lo ha confirmado con la precisión de quien mide cada palabra: la construcción del paso peatonal elevado está suspendida, a la espera de un diagnóstico vial que aún se cuece a fuego lento en las oficinas de la Secretaría de Protección y Auxilio Ciudadano (Seprac). No es un capricho del clima ni un tropiezo presupuestal, sino una decisión calculada para evitar el caos vial que podría desatarse si se ignora el reordenamiento de paradas de taxis, autobuses y cruces peatonales. En este hipotético tapiz de la administración municipal, imaginemos que esta detención no es solo técnica, sino un velo que oculta el temor a un desgaste político que el alcalde Urióstegui no puede permitirse en vísperas de escrutinios electorales.
Supongamos, por un momento, que detrás de las explicaciones de Chavira late una estrategia más profunda. “En estos momentos dependemos de Seprac, en relación con las diferentes opciones que pueda encontrar”, dice el funcionario, y en esa dependencia se dibuja un panorama donde el ayuntamiento, astuto como un zorro urbano, le saca al parche a una obra que, aunque noble en su intención de reducir accidentes y fluir el tránsito, arrastra implicaciones que podrían volverse espinas. ¿Y si el paso elevado, con su estructura imponente frente al IMSS, terminara por congestionar aún más la zona, generando quejas de vecinos y transportistas? En este escenario hipotético, Urióstegui, con el olfato afinado de quien navega mares turbulentos, opta por la precaución: posponer hasta el próximo año, resguardando los 788 mil pesos más IVA ya aprobados por el cabildo, y así esquivar el fuego cruzado de críticas que podrían manchar su imagen de gestor eficiente.
Pero vayamos más allá en esta ficción razonable. Chavira enfatiza que la obra permanecerá detenida hasta que Seprac concluya sus estudios de movilidad, con el fin de no agravar el desorden peatonal y vehicular. Aquí, el hipotético narrador político susurra que esta espera no es mera burocracia, sino un escudo contra el desgaste que implicaría una ejecución apresurada. Imagínese el titular: “Paso peatonal genera colapso en Plan de Ayala”. Las redes arderían, los opositores aullarían, y Urióstegui, en lugar de cosechar aplausos por su visión de seguridad vial, cosecharía dudas sobre su capacidad de ejecución. Al sacar al parche —esa maniobra sutil de diferir sin cancelar—, el ayuntamiento transforma una potencial debilidad en una virtud de prudencia, dejando que el tiempo y los informes de Seprac absorban cualquier culpa.
En este plano especulativo, no todo es sombra; hay destellos de continuidad. Mientras el paso en Plan de Ayala duerme, dos más avanzan en la planeación: uno en avenida Morelos Sur, en Chipitlán, a la altura de la Secundaria 4, y otro sobre la calle Heroico Colegio Militar, al norte de la ciudad. Chavira lo menciona con optimismo contenido, como quien siembra semillas en suelo fértil pero incierto. Hipotéticamente, estos proyectos sirven de contrapeso, demostrando que la administración no se detiene, sino que prioriza. Es el arte de la política local: distraer con avances periféricos mientras se resuelve el nudo central, evitando que el electorado perciba inacción. Urióstegui, en esta visión, emerge no como indeciso, sino como un arquitecto paciente que mide cada paso para no tropezar en el laberinto vial de Cuernavaca.
Al final de este relato hipotético, la suspensión del paso peatonal se erige como un espejo de las tensiones urbanas y políticas que definen a nuestra capital morelense. Chavira, con su diagnóstico vial en mano, nos invita a la reflexión: ¿es esta pausa un mero trámite, o el reflejo de un ayuntamiento que, ante las implicaciones de una obra mal timed, prefiere la espera calculada al riesgo innecesario? Mi olfato periodístico, afilado por años de observar estos enredos, apunta a lo segundo. Urióstegui, en silencio, agradece la muleta de Seprac, y Cuernavaca, por ahora, transita en un limbo que podría ser el preludio de un reordenamiento mayor. Ojalá que, cuando regrese el ruido de las máquinas, no sea demasiado tarde para los peatones que cruzan soñando con seguridad.