EL PODER Y SUS MÁSCARAS
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Jueves 10 de abril de 2025
En política, el carácter se forja tanto en las victorias como en las derrotas, pero a veces son las máscaras las que terminan definiendo a quien las porta. Andrea Chávez, senadora joven y ascendente en Morena, parece encarnar una mezcla de cinismo, soberbia e inmadurez que no pasa desapercibida. ¿Es esto un reflejo de su esencia o una armadura tejida por su entorno? Su estilo confrontacional, respaldado por figuras como Adán Augusto López Hernández, invita a preguntarnos si el poder, cuando llega temprano, exalta virtudes o simplemente amplifica defectos.
El cinismo de Chávez se dibuja en trazos claros: sarcasmos como “pitufos de la aldea” para ridiculizar a sus críticos, un eco de la retórica mordaz que ha caracterizado a líderes de su partido, como AMLO con sus “fifís”. Es una táctica que desarma al adversario y proyecta control, pero también revela una desconfianza casi instintiva hacia los motivos ajenos. Lejos de ser un defecto, en el ajedrez político esto puede ser un escudo: minimiza ataques y refuerza su autoridad. Sin embargo, cuando el sarcasmo sustituye al diálogo, el riesgo es que se perciba como arrogancia o, peor aún, como una incapacidad para enfrentar críticas con sustancia.
La soberbia, por su parte, parece brotar de un ascenso meteórico —diputada a los 21, senadora a los 28— que podría haberla convencido de su propia invulnerabilidad. Frases que sugieren “nadie me merece” o actitudes que la pintan como intocable encajan con lo que la psicología social, en estudios como los de Dacher Keltner, observa en quienes saborean el poder demasiado pronto: una autosuficiencia que a veces subestima al resto. En el contexto polarizado de México, esta postura puede ser deliberada, un intento de intimidar y consolidar su imagen. Pero sin autocrítica, esa misma soberbia la expone a ser vista como una figura distante, más temida que respetada.
La inmadurez, quizá el rasgo más debatido, se asoma en su tono y reacciones. A sus 28 años, Chávez es una anomalía en un sistema donde los liderazgos suelen madurar con canas. Usar referencias infantiles como “pitufos” o responder con burlas a la desautorización de Claudia Sheinbaum por actos anticipados de campaña sugiere una impulsividad que choca con la mesura esperada de una senadora. Para algunos, esto es audacia, un sello de autenticidad en una política de gestos disruptivos; para otros, es la marca de quien aún no domina las riendas emocionales que exige el cargo. El estilo combativo de Morena podría estar moldeándola tanto como su propia juventud.
Detrás de esta tríada de rasgos está el “manto protector” de Adán Augusto López Hernández, exsecretario de Gobernación y peso pesado del partido. Su respaldo —forjado desde que Chávez fue su vocera en 2023— le otorga un margen de maniobra que explica su seguridad desafiante. Episodios como las unidades médicas móviles en Chihuahua, donde su imagen brilla pese a las críticas, muestran cómo este apoyo la blinda para ignorar reproches, incluso los de Sheinbaum. Adán Augusto, con su cercanía a AMLO y su control en el Senado, le da a Chávez una base que transforma su cinismo y soberbia en armas políticas, aunque a costa de tensiones internas que podrían pasarle factura.
Así, el estilo de Andrea Chávez no es solo un reflejo personal, sino un producto de su entorno y sus alianzas. Su cinismo desvía, su soberbia impone y su inmadurez polariza, todo bajo la sombra de un mentor que la sostiene. Pero en política, las máscaras que protegen también pesan: si no equilibra audacia con resultados, o si el manto de Adán Augusto flaquea ante Sheinbaum, su ascenso podría tropezar con las mismas fuerzas que hoy la impulsan. El poder, al final, no perdona a quienes confunden la altura con la invencibilidad.