EL PULSO ANCESTRAL: CÓMO EL ENCUENTRO NACIONAL DE JUEGOS AUTÓCTONOS 2025 DESPIERTA EL ALMA DE MORELOS
LA CRÓNICA DE MORELOS
Jueves 23 de octubre de 2025
Bajo el sol radiante de Cuernavaca, Morelos ha vibrado con el eco de tambores y el grito de más de mil 200 atletas procedentes de los rincones más remotos de México. La inauguración del Encuentro Nacional de Juegos y Deportes Autóctonos y Tradicionales 2025, en el Parque Estatal Urbano Barranca de Chapultepec, no fue un mero acto protocolar, sino un renacer colectivo que fusiona el sudor del esfuerzo físico con el susurro de las tradiciones milenarias.
Danzas prehispánicas abrieron el telón, mientras delegaciones de pueblos indígenas desfilaban con orgullo, recordándonos que el deporte no es solo competencia, sino un puente vivo hacia nuestras raíces. En un estado marcado por la diversidad nahua y tlahuica, este evento irrumpe como un recordatorio urgente: la identidad morelense no es un relicto del pasado, sino un fuego que se aviva con cada carrera tradicional y cada arco de flechas lanzado al aire.
En las arenas de Jojutla, Tlaquiltenango y la misma Cuernavaca, del 21 al 24 de octubre, se despliegan disciplinas que trascienden lo convencional: ulama, el ancestral juego de pelota mesoamericano que evoca a los olmecas de Chalcatzingo; carreras de taho, donde la resistencia se mide en pasos sobre terrenos irregulares; y competencias de laña, que honran la destreza ecuestre de comunidades nómadas. Estas no son solo pruebas atléticas; son narrativas en movimiento, donde el cuerpo se convierte en lienzo para contar historias de resistencia y armonía con la tierra.
El Encuentro, impulsado por la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte y el gobierno estatal, une a jóvenes y sabios en un ritual que celebra la vitalidad indígena, contrastando con la efímera fama de los estadios modernos. Aquí, el turismo no es un espectador pasivo, sino un invitado que se sumerge en la esencia morelense, potenciando economías locales a través de ferias artesanales y rutas culturales que serpentean por pueblos mágicos.
Esta confluencia de deporte, tradición y visitantes no podría ser más oportuna en un Morelos donde la diversidad étnica –de los nahua en Tetela del Volcán a los tlahuica en Tepoztlán– se enfrenta al embate de la urbanización descontrolada. Calles que alguna vez resonaban con cantos rituales ahora compiten con el rugido de la construcción, y comunidades ancestrales ven sus tierras fragmentadas por megaproyectos que priorizan el concreto sobre el copal.
Sin embargo, eventos como este Encuentro actúan como baluarte: al atraer miradas nacionales e internacionales, no solo inyectan recursos, sino que visibilizan la riqueza pluriétnica del estado, fomentando un turismo responsable que valora el patrimonio intangible. Es un contrapunto inspirador a la homogeneización global, donde el pulque compartido en una ceremonia post-competición se convierte en símbolo de unidad frente a la dispersión.
Frente a este panorama, urge un compromiso colectivo: que el fervor del Encuentro no se disipe con el último silbato, sino que inspire políticas que preserven nuestras raíces ante la marea urbana. Gobiernos, comunidades y visitantes debemos tejer alianzas para que los juegos autóctonos no queden confinados a festivales anuales, sino que permeen la educación y el urbanismo morelense. Imaginen escuelas donde la ulama sea tan esencial como las matemáticas, o planes de desarrollo que consulten a los sabios indígenas antes de trazar avenidas.
Morelos merece ser semillero de identidades vivas, no museo de glorias pasadas. Que este 2025 marque el inicio de un movimiento imparable: el orgullo indígena no solo en movimiento, sino en victoria eterna.