EL RANCHO IZAGUIRRE: CUANDO LAS PALABRAS SE MAQUILLAN Y LA VERDAD SE ESFUMA
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Martes 25 de marzo de 2025
En Teuchitlán, Jalisco, el Rancho Izaguirre se convirtió en el escenario de una danza macabra donde las palabras bailan al son de quien las paga. Lo que colectivos como Guerreros Buscadores señalaron como un posible “exterminio” —una palabra cruda, cargada de sangre y memoria— ahora se diluye en un juego de eufemismos que apesta a maniobra política. La Fiscalía y sus voceros parecen empeñados en borrar esa narrativa, sustituyéndola por términos tibios como “adiestramiento” o “reclutamiento”. ¿El objetivo? Que dejemos de imaginar hornos crematorios y pensemos en aulas de capacitación. Qué conveniente.
Esto no es un simple ajuste lingüístico; es una operación de lavado semántico en toda regla. En el mundo de la comunicación política, lo llaman “reframing”, pero aquí huele más a cortina de humo. Nos quieren vender una “Gestión de crisis narrativa” como si fuera un producto de limpieza: quita manchas de sangre y deja un aroma a orden institucional. Y las técnicas son tan viejas como la propaganda misma: minimizan los hechos (“no es para tanto”), desvían la agenda (“miremos las pruebas, no las emociones”) y, de paso, deslegitiman a quien osa alzar la voz (“esos buscadores exageran”). Goebbels estaría tomando notas desde el infierno.
Porque sí, hay ecos nazis en este circo. Cambiar “exterminio” por algo más digerible no es solo un truco de diccionario; es un intento de anestesiar a una sociedad que ya está harta de contar fosas y desaparecidos. Nos piden sumisión, que traguemos el cuento de que todo está bajo control mientras el olor a muerte sigue flotando en el aire. En México, normalizar la barbarie no es novedad: llevamos años viendo cómo las cifras de horror se convierten en estadísticas de escritorio y los culpables en fantasmas intocables.
Pero no se equivoquen: este maquillaje discursivo no es solo torpeza burocrática. Hay intereses detrás, sean del gobierno que quiere lucir competente o de los narcos que prefieren el silencio. La línea entre precisión y manipulación es tan delgada como el papel donde imprimen sus comunicados oficiales, y aquí apesta a lo segundo.
Si el Rancho Izaguirre no fue un centro de exterminio, que lo demuestren con hechos, no con juegos de palabras. Mientras tanto, el mensaje es claro: no mires, no preguntes, no te indignes. Sigue caminando.
Como comunicador, forjado en mi entidad natal (Morelos) durante 52 años, me niego a ser cómplice de esta farsa. La verdad no se negocia con eufemismos ni se entierra bajo tecnicismos. Si quieren una nueva narrativa, que empiecen por desenterrar los cuerpos y las respuestas. Hasta entonces, el Rancho Izaguirre seguirá siendo un recordatorio filoso de que en este país, a veces, las palabras mienten más que los silencios.