EL SEXO RECOMPENSADO: UNA PRÁCTICA GLOBAL EN LA SOMBRA DE LA DESIGUALDAD
CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Jueves 19 de junio de 2025
El término “sexo recompensado” ha cobrado relevancia en los últimos años, no solo como un fenómeno social, sino como un reflejo de las dinámicas económicas y culturales que atraviesan nuestras sociedades. Una investigación del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) en Cuernavaca, publicada en 2004, analizó esta práctica entre jóvenes de 15 a 25 años, definiéndola como el intercambio de sexo por beneficios sociales o económicos, distinta pero emparentada con el comercio sexual tradicional.
El estudio destacó los riesgos asociados, especialmente en salud pública, como la exposición a infecciones de transmisión sexual debido a la baja negociación del uso de preservativos en contextos de “noviazgo” que encubren estas transacciones. Lo que sucedía y sigue pasando en Cuernavaca no es un caso aislado; un reciente post en X (este miércoles 18 de junio de 2025) señala un fenómeno similar en Nueva York y España, donde las dinámicas de poder y la precariedad económica están moldeando nuevas formas de intercambio en el mercado sexual.
En Nueva York, el post describe cómo algunas mujeres aprovechan la disposición de hombres “caballeros” que ofrecen cenas costosas en primeras citas, un fenómeno que el autor vincula a la “chochoinflación” —un término coloquial que alude a la inflación de expectativas materiales en las relaciones. Esta práctica, aunque aparentemente inofensiva, refleja una economía de la seducción donde el acceso a recursos (cenas, regalos, estatus) se negocia implícitamente a cambio de compañía o favores sexuales. En España, según el mismo post, esta tendencia también está ganando terreno, alimentada por una cultura de consumo y la presión económica que empuja a las personas a buscar atajos para mantener un estilo de vida. Lo que une a Cuernavaca, Nueva York y España es la estructura subyacente: un sistema donde la desigualdad económica y las expectativas de género configuran interacciones que, aunque consensuadas, no siempre son equitativas.
El estudio del INSP subrayaba que el sexo recompensado no siempre se percibe como tal por quienes lo practican. En Cuernavaca, muchas jóvenes enmascaran estas transacciones bajo la fachada de relaciones románticas, lo que limita su capacidad de exigir protección y aumenta su vulnerabilidad. Este patrón resuena con lo descrito en el post de X: en Nueva York, las cenas gratis no son solo un gesto galante, sino una moneda de cambio en un mercado donde las reglas no siempre son explícitas. La “chochoinflación” no es solo una broma; es un síntoma de cómo la precariedad económica, especialmente entre las mujeres jóvenes, fomenta estrategias de superviv que mezclan afecto, deseo y cálculo económico. En este contexto, la línea entre el cortejo y la transacción se difumina, dejando a las partes en un terreno ambiguo donde el poder económico suele dictar las reglas.
Sin embargo, culpar únicamente a las mujeres, como insinúa el post, es simplista y desvía la atención de las raíces estructurales del problema. La investigación del INSP señala que las jóvenes en Cuernavaca enfrentaban (¿enfrentan?) presiones sociales que las llevan a priorizar beneficios inmediatos sobre su seguridad a largo plazo. En Nueva York y España, la inflación y el alto costo de vida amplifican estas dinámicas, afectando no solo a las mujeres, sino también a los hombres que sienten la presión de “invertir” en citas para cumplir con expectativas sociales. Este mercado sexual, lejos de ser un juego de seducción, refleja una sociedad donde el acceso a recursos básicos —una cena, un alquiler, un estilo de vida— se ha convertido en un lujo que muchos negocian con lo que tienen a mano, ya sea su tiempo, su cuerpo o su carisma.
La advertencia del post en X —“no invites a nada más que un café en la primera cita”— puede sonar a un consejo práctico, pero también perpetúa una narrativa que enfrenta a hombres y mujeres en lugar de cuestionar el sistema que fomenta estas dinámicas. El sexo recompensado, ya sea en Cuernavaca, Nueva York o España, no es solo una cuestión de elecciones individuales, sino un síntoma de desigualdades más profundas. Mientras la “chochoinflación” siga siendo un término que resuene, es urgente mirar más allá de las citas y los cafés para abordar las estructuras económicas y sociales que convierten las relaciones humanas en un mercado donde siempre hay alguien que paga un precio más alto.