ERNESTINA GODOY: LA FISCALÍA QUE LA 4T SOÑÓ, PERO QUE MÉXICO TEMIÓ
LA CRÓNICA DE MORELOS
Jueves 4 de diciembre de 2025
E D I T O R I A L
Este miércoles 3 de diciembre de 2025, México consumó uno de los actos más simbólicos del sexenio de Claudia Sheinbaum: colocar a su operadora política más leal al frente de la Fiscalía General de la República. Ernestina Godoy no es una fiscal; es la garantía de posible impunidad para los suyos y la amenaza permanente para los demás.
No se trata de una sospecha conspirativa. Es un patrón documentado: desde que Godoy asumió la Fiscalía de la Ciudad de México en 2018, la justicia se volvió selectiva. El Cártel Inmobiliario se persiguió con saña solo cuando tocó a panistas; las denuncias contra morenistas se extraviaron en cajones que huelen a incienso político.
El Colegio Rébsamen, la Línea 12, el caso Ariadna Fernanda: todos tuvieron en común una constante. Cuando la investigación podía rozar a Claudia Sheinbaum o a su círculo, la fiscalía capitalina desarrolló una asombrosa capacidad para ver, oír y callar al mismo tiempo.
La oposición grita “¡traición a la Constitución!” y tiene razón en lo formal. La FGR nació en 2018 como institución autónoma precisamente para evitar que el poder Ejecutivo tuviera un fiscal a modo. Hoy esa autonomía ha muerto en el salón de sesiones del Senado con 97 votos morenistas y un aplauso de complicidad.
La maniobra fue quirúrgica: Gertz Manero renuncia “por motivos de salud” a los 86 años, se convierte en embajador exprés y, antes de irse, nombra a Godoy interina en una fiscalía clave. Todo legal, todo impecable, todo… descompuesto. El mensaje es claro: la 4T no deja cabos sueltos.
Lo más grave no es que Godoy sea militante de Morena —eso sería legítimo en cualquier democracia sana—. Lo intolerable es que llegue al cargo con el currículum de haber usado la justicia como garrote contra adversarios y como escudo para amigos. Esa combinación es la definición exacta de lawfare.
El futuro se ve oscuro. Con Godoy en la FGR, casos como Segalmex, la Estafa Maestra 2.0, el huachicol fiscal o los contratos opacos de los hijos del presidente anterior podrían dormir el sueño de los justos. Mientras tanto, cualquier opositor, periodista o empresario incómodo sabrá que tiene una carpeta abierta en algún escritorio de Bucareli.
México no necesitaba otra fiscal carnal. Ya tuvimos a Murillo Karam diciendo “ya me cansé” y a Gertz Manero persiguiendo fantasmas personales con el presupuesto público. Necesitábamos una fiscal que rompiera la cadena de complicidad. Recibimos la pieza que faltaba para completar el rompecabezas autoritario.
Quedan los paños fríos del discurso oficial: “primera mujer fiscal”, “amplia experiencia”, “compromiso con las víctimas”. Bonitas palabras que se derriten ante la realidad de una mujer que, en seis años, no bajó la impunidad un solo punto porcentual en la capital del país.
Ernestina Godoy no es el problema; es el síntoma. El problema es un régimen que, habiendo ganado democráticamente, decide gobernar como si hubiera conquistado el país en guerra. Mientras la nueva fiscal tome posesión, México pierde algo más valioso que un cargo: la última ilusión de que la justicia puede ser ciega en este sexenio. Y eso, amigos, no tiene vuelta atrás.
